martes, 29 de diciembre de 2009

Hace diez años


Parece mentira pero han pasado ya diez años desde el fin del mundo, o eso parecía hace justo diez años cuando a muchísima gente le aterraba que el calendario cambiase el 1999 por el 2000. Y eso sin tener en cuenta las profecías de Nostradamus, que tan socorridas son para todo, si por él hubiese sido este blog lo estaría escribiendo desde el infierno.

En 1999 yo era un auténtico pipiolo que no tenía ni puta idea de la vida, ahora no es que sea un viejo lobo de mar pero a mi yo postuniversitario le daría sopas con honda. No me olvidaré nunca de ese fin de año, por el frío que pasé en la nave de Azuqueca en la que trabajaba, sí, aquella que no tenía ni calefacción, ni baño, ni enganche legal a la red eléctrica, tampoco podré olvidar el pánico de todos a un colapso informático mundial y de la pasta que se gastó para evitar que el año nuevo no fuese el 1900 o el 19100. Recuerdo que un cliente me llamó un día para que le pusiese con el responsable del efecto 2000 de la empresa, aún me descojono de la risa, si no teníamos un retrete íbamos a tener un especialista en algo, ¡criatura!

También recuerdo la tremenda polémica generada por si el nuevo siglo (y milenio) comenzaba el uno de enero del 2000 o un año más tarde, yo mantuve, y mantengo, que el 2000 pertenecía al siglo XX pero es ya una polémica tonta y estéril, aunque yo tenía razón, seguro. Empezara cuando empezase el siglo XXI, la verdad es que prometía cambios a todos los niveles y en mi opinión no ha defraudado. Los nostálgicos pensaran/pensaremos que todo ha ido a peor y que el mundo es un asco, a lo mejor, pero en general a mí me gusta el cambio, vale, la globalización puede que sea una puta mierda pero la sensación de tener todo el mundo al alcance de la mano a mí me resulta acojonante.

Creo que aún soy lo bastante joven para poder apreciar el tiempo pasado con la suficiente reflexión, aunque cada vez lo siento pasar más deprisa, a lo mejor es por eso que las cosas que pasaron hace ya diez años me parecen muy cercanas pero muy distantes a la vez. No sé como explicarlo bien, creo que voy perdiendo la perspectiva del tiempo. Me parece que fue ayer cuando a Clinton le enjuiciaban por ir manchando vestidos ajenos, pero a la vez me deja de piedra que desde entonces hemos sufrido a su sucesor genocida (me niego a escribir su nombre hoy) y al Nobel de la paz (juas!). En 1999 no podía ni imaginar que vería caer rascacielos y volar trenes por los aires por culpa de una panda de mal nacidos llamados Al Qaeda. Tampoco me hubiera tomado en serio a alguien que me hubiera dicho que esa basura llamada Gran Hermano se seguiría emitiendo diez años después, sin embargo hoy me atrevo a afirmar que durará otros diez años más.

Pero también pasaron cosas en 1999 que ahora me parecen de ciencia ficción, existían unas cosas que se llamaban pesetas y que según todo el mundo cundían muchísimo más, si claro, antes un billete de mil duros no se sacaba de la cartera si no era a punta de pistola pero curiosamente uno de cincuenta euros lo sacamos hasta para pagar un café. Sin darnos cuenta en los últimos diez años nos hemos vuelto unos nuevos ricos, así nos hemos dado la hostia que nos hemos dado para terminar de celebrar la década. Pero también me parece de ciencia ficción que hace diez años la OTAN bombardeara Yugoslavia, que se rodase The Matrix, que existiese la estación MIR o que utilizásemos el Windows 98, que era realmente lamentable por cierto. Que no existiese ni la ADSL ni la tarifa plana me parece prehistórico, por no hablar de vivir sin móviles que hacen hasta café y sin monovolúmenes.

Esta década ha sido tan fugaz y difusa que no la sé ni denominar, porque si existieron los ochenta o los noventa, ¿qué coño es esta década?, ¿los cerentas?, la década más importante de mi vida y ni siquiera tiene nombre. Porque sí, ésta ha sido la década más importante de mi vida, en ella me he hipotecado, en ella he construido a mi familia y he dado vida, una vida tan bonita e irrepetible que me tiemblan las piernas pensando si estaré a la altura de lo que él se merece, también me he buscado la vida y he creado un perfil profesional más o menos decente (sin coñas de algunos que esto se lee mucho por mi curro). Creo que las grandes decisiones de mi vida las he tomado en esta década sin nombre y que a partir de ahora mis preocupaciones no serán las de crear, serán las de conservar. Conservar mi casa, mi familia, el amor de mi hijo, mi trabajo, mis amigos, mi pelo…




Feliz 2010 a todos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

ECC - La defensa de Castro


Año 2599. “Alcorcón 4-0” es ahora un barrio residencial de la colonia “Madripolis”, capital de los “Estados Confederados Castellanos” (ECC), pequeño estado mesetario que hace varios siglos formaba parte de un país llamado España. Hace siglos que desapareció cualquier tipo de referencia a todo aquello, vivimos años de ignorancia y barbarie tras la quema de bibliotecas, museos y universidades. Sin embargo un ebook que escapó de la inquisición esgaeliana ha ido pasando de padres a hijos para perpetuar nuestra historia, dice así:

Ibarretxe III ha retirado a su embajador y nos ha declarado la guerra. Estamos anonadados. Por lo visto la gota que ha colmado el vaso de la paciencia jetzale ha sido la limitación en la aduana de dos botellas de txacolí por cabeza. No es que no nos guste el txacolí, pero a ver, ya que nos ponemos a inventar fronteras habrá que hacer un poco de proteccionismo comercial, qué no somos gilipollas, el que quiera irse de tapas en Castro (porque se acabó el hablar de pintxos) que se tome un rueda verdejo, faltaría más.

Evidentemente ese no ha sido el motivo formal de la declaración de guerra, por supuesto, hablamos de maestros de la sutileza y del savoir-faire, Ibarretxe III ha reclamado Castro porque entre los años 1394 y 1471 Castro perteneció al señorío de Vizcaya. Efectivamente eso fue así pero se le ha olvidado decir, tal y como apunta nuestro ínclito ministro de exteriores Desatinos, que Castro decidió separarse de Vizcaya haciendo uso de su derecho a la autodeterminación. La respuesta de Ibarretxe III ha sido contundente: “Ahora que estamos autodeterminados nos pasamos el derecho de autodeterminación del pueblo de Castro por debajo del puente colgante”, por no decir otra cosa que también cuelga y rima con salchichones. Además dice tener pruebas de que el referéndum independentista en Castro se produjo bajo la presión de grupos armados con arcos y ballestas que amedrentaban a las buenas gentes del lugar, algo inadmisible y que en su opinión anula la legitimidad del resultado.

Visto que la guerra era inevitable, hemos tratado de recabar apoyos entre aquellos países vecinos que ilusamente pensamos que apoyarían nuestra causa. Hemos hablado con el presidente de la República Leonesa, el excelso Zetapé Jr., éste juntando las manos como si fuera a comenzar a rezar y levantando una ceja nos ha dicho : “Es firme la voluntad y el compromiso del pueblo leones por trabajar en soluciones pacíficas y democráticas que redunden en el entendimiento entre las diferentes naciones, propongo una alianza de civilizaciones entre los diferentes pueblos ibéricos para evitar en el futuro problemillas de esta naturaleza”, luego ha seguido divagando sobre la posibilidad de mezclar el txacolí con el rueda al cincuenta por ciento para rebajar tensiones y acompañarlo con una buena cecina leonesa.

Espantados ante tal falta de solidaridad hemos recurrido a los aragoneses pero no nos ha ido mejor. Estos han reclamado a cambio de su apoyo que Fontibre pasé a ser aragonesa para que así nunca jamás quede en entredicho que las aguas del Ebro les pertenecen. Total, que nos hemos dado cuenta de lo solos que estamos y hemos decidido afrontar la situación por nuestra cuenta. S.M. el rey Froilan II se ha dirigido a la población para transmitirles el siguiente mensaje: “Al dirigirme a todos los castellanos con brevedad y concisión, en las circunstancias extraordinarias que en estos momentos estamos viviendo, pido a todos la mayor serenidad y confianza etc. etc.”, increíblemente la moral de la población ha subido como la espuma, ¡qué injusto fue unos años después deportar al bueno de Froilan a Venezuela e instaurar la I República Castellana!

Afortunadamente las guerras entre los estados ibéricos han sido siempre incruentas. Aprovechando la debilidad de los “Estados Confederados Castellanos”, cincuenta mil vizcaínos cruzaron en tromba por lo que un día se llamó A8 y se lanzaron indiscriminadamente a beber txikitos y a ponerse ciegos de pintxos de txangurro y chatka. Berdea Martxa se llamó el acontecimiento, los castellanos todavía no hemos sido capaces de traducir dicha expresión. Tras la gran bacanal y en estado semicomatoso de embriaguez fueron a remojar sus blancos traseros en las playas de Ostende y Brazomar.

Esa era la señal que la inteligencia castellana estaba esperando para materializar su plan de reconquista. El astuto ministro de defensa Federico Trilerillo, que a pesar de tener ascendencia murciana nunca fue puesto en duda como castellano centralista de rancio abolengo, releyendo los manuales bélicos de su tatarabuelo, el Vizconde de Perejil, dio con la solución. Cuando el último vizcaíno puso un pié en el agua de forma simultanea miles de altavoces, con una sola voz y millones de megavatios, comenzaron a emitir fandangos y pasodobles a discreción.

Cuando sonó “España Cañí” los pobres vizcaínos huyeron a nado dando alaridos de terror, era tal su desazón que remontaron la ría a toda velocidad y se pasaron de largo Bilbao llegando hasta Basauri. Más tarde Trilerillo fue juzgado por crímenes contra la humanidad por usar armas psíquicas, pero en Castro tiene una estatua y un busto en bronce. Dicen que todavía cuando en el Festival de Ibervisión una concursante aparece vestida de faralaes alguno de los allí presentes aúlla a la luna mientras se retuerce víctima de tremendas convulsiones.

Pero esa ya es otra historia que contaré otro día.



Para Anniehall, mi seguidora número 1

viernes, 25 de diciembre de 2009

Personalidad múltiple


Todos, y cuando digo todos me refiero a mí y a cada uno de vosotros, sufrimos de una enfermedad incurable, “¡vaya!, ya se ha comido JJ otra vez las setas del campo”, pensará más de uno, pues no, esta vez he tenido un ataque de lucidez y creo que hasta puedo demostrarlo. Pero que nadie se asuste, no es nada grave, ninguno vamos a morir por su causa, es más, a la mayoría probablemente le de lo mismo y ni siquiera haya pensado nunca en ello.

La enfermedad de la que hablo se llama personalidad múltiple y no es porque pensemos que tenemos diferentes personalidades, no, es porque realmente las tenemos. Lo increíble de este caso es que nosotros no somos conscientes de padecer nada, nosotros creemos firmemente que somos la misma persona invariable las veinticuatro horas del día, cambios de humor aparte por supuesto, pero ni de coña, somos múltiples personas a lo largo del día porque las personas que nos rodean no nos conocen más que de una manera, incluso para nuestros seres más cercanos y más queridos somos unos auténticos desconocidos.

Además de jugar un papel en cada uno de los roles que cotidianamente nos toca interpretar, vamos tejiendo pequeñas telas de araña a nuestro alrededor por donde vamos pasando. Los hilos de esa tela de araña son las relaciones sociales, personales y afectivas que poquito a poco vamos creando a pesar de que no todos los días estamos igual de inspirados y de estupendos. Pero cada una de las telas de araña no comparte mucho con las demás, tal vez el conocimiento de su existencia, y ahí radica uno de los secretos de la felicidad en nuestras vidas, la ignorancia de todas esas facetas por los demás nos hace parecer mucho mejores y más interesantes. Moraleja, no hay que ceder a la tentación de juntarlo todo, también puede parecer una buena idea mezclar amoniaco con lejía y te puede mandar al otro barrio.

Empecemos por la vida familiar, todas las mañanas cada uno parte a realizar sus tareas, en mi caso eso se traduce en que me voy a vender mi tiempo a cambio de dinero, vale, no lo digo porque durante ese tiempo me toque las pelotas, lo digo porque durante ese tiempo estoy a disposición de ese monstruo de mil cabezas al que normalmente llamamos empresa. Todos sabemos lo interesante que puede llegar a ser una jornada laboral y la cantidad de cosas alucinantes que nos pueden llegar a pasar (set irony mode off) y sin embargo a mi familia le daría prácticamente igual si me congelasen cual Han Solo adiposo hasta la hora de volver a casa. Por fortuna para nosostros en la oficina tenemos un mundo rico en experiencias y relaciones desconocidas para amigos y familiares.

En el trabajo pasa un poco igual, allí no somos más que compañeros que pueden caer mejor o peor pero de los cuales nos desconectamos desde el glorioso momento en el que fichamos para salir. Vale, alguna amistad e incluso algún romance puede surgir allí, pero no es lo más habitual. Si después, al llegar a casa, somos unos ejemplares padres de familia o unos energúmenos maltratadores es algo que solo podríamos intuir pero que de verdad no podemos llegar a saber. Sin embargo tener buena propaganda es muy fácil, una foto de los niños en la mesa y pasaremos por ese padre al que todos querríamos tener.

Por todo esto yo soy Juan José, soy Juanjo, soy JJ, soy el Sr. ML, soy cariño o no te soporto más (según el día), soy papi, hijo y hermano, soy tantas personas como gente me conoce e interpreto tantos papeles como situaciones me toca vivir. No es que tenga un “alter ego”, es que somos una familia de muñecas rusas ocupando un cuerpo común. No me extraña que cuando aparecen en las páginas de sucesos los crímenes más sórdidos la reacción normal de amigos, familiares, compañeros y conocidos del presunto criminal sea decir que el angelito era una persona que parecía perfectamente normal.

martes, 22 de diciembre de 2009

ECC - La formación del estado


Año 2599. “Alcorcón 4-0” es ahora un barrio residencial de la colonia “Madripolis”, capital de los “Estados Confederados Castellanos” (ECC), pequeño estado mesetario que hace varios siglos formaba parte de un país llamado España. Pero de eso ya casi nadie se acuerda, incluso hay quien lo duda y comenta que es otro invento más del imperialismo castizo. Un invento tan absurdo como afirmar que un día existió un parque en el medio de la ciudad e incluso un bosque cerca de un palacio llamado real. ¿Bosques? ¿Palacios? ¿Rey? ¡Qué estupidez! A otro ciberperro con ese hueso.

Los más audaces, en el colmo de la desfachatez, afirman que fueron navíos castellanos los que descubrieron América, ¡y que eran de madera!, claro, son la misma gentuza que niega que el primer hombre que pisó Marte nació en Andoain y que fue enviado al planeta rojo propulsado por un golpe certero de un aizkolari. Ya lo dijo el comandante Egibar cuando dio con su gorda cabeza en el polvo marciano “es un gran testarazo para un simple mortal pero un coscorrón para un vasco”. Milagrosamente Marte sigue en su orbita.

Se cree que fue a mediados del siglo XXI cuando se produjo la gran rebelión de las naciones periféricas contra el estado opresor castellano. La verdad es que no quedan pruebas que lo confirmen o lo desmientan porque justo unos meses antes los inquisidores de la SGAE, cuales Torquemadas de la era digital, habían requisado todos los soportes electrónicos al grito de “Antes la barbarie que copiar ilegalmente un disco de Teddy Bautista”. Y la barbarie llegó, y más tarde comenzó la quema indiscriminada de libros, pero eso ya no sorprendió a nadie.

Hubo un momento en el que nadie quería ser español. Los castellanos empezaron a tener miedo de salir de los límites de Castilla porque por todas las partes eran perseguidos y acusados de los más tremendos crímenes. El simple hecho de expresarse en su propio idioma traía represalias físicas y morales y eso que ya casi nadie comprendía lo que querían decir. Los pobres nunca llegaron a entender esa animadversión, ellos a lo único que aspiraban era sacar adelante a sus familias lo mejor posible, sin meterse con nadie, a base de atascos, trabajos mal pagados, y jornadas maratonianas, pero los demás les acusaban de despotismo, de negarles su identidad, de robarles el pan y de mil cosas peores. Estaba claro, te podían perdonar el pecado original pero nadie te podía perdonar haber nacido en la meseta.

Y el momento llegó, los castellanos acorralados cedieron a las pretensiones de sus otrora hermanos y vecinos y España desapareció. La capitulación fue dolorosa, de un día para otro los castellanos se habían quedado sin pulpo a feira, sin pan tumaca y sin pescaito frito, una tragedia. A partir de entonces estaban condenados a sobrevivir a base de cocido, pisto manchego y morcillas de Burgos. Las flatulencias y las indigestiones comenzaron a hacer mella en la moral de la población. Desesperados y para librarse del bloqueo comercial al que iban a ser sometidos renunciaron a todo con una única condición, necesitaban un puerto de mar.

Tras buscar mil soluciones insatisfactorias alguien por azar dio con la solución. Encontró en los fondos de un museo, antes de que también quemaran los museos por ser fuentes de libertad e imaginación, un mapa de la España de 1970. Sabemos por los restos arqueológicos descubiertos de la época que gobernaba por entonces un señor llamado Caudillo, además parecía contar con la gracia de otro señor llamado Dios, desde luego vista la cara que tenía Don Caudillo en las monedas él y Dios tenían que ser unos tipos muy graciosos. La solución estaba clara, los “Estados Confederados Castellanos” serían constituidos por los que un día se llamó “Castilla la nueva” y “Castilla la vieja”.

Durante la negociación los leoneses llenos de júbilo les hacían cortes de mangas a los vallisoletanos, riojanos y cantabros tampoco parecían muy dispuestos a renunciar a su libertad y pusieron miles de trabas manifestándose por las calles. Se hizo una conferencia en Santander para firmar el tratado de secesión, al llegar la delegación euskaldún su máximo representante, Ibarretxe III, hizo un gracioso comentario sobre el origen de Santander, según él Santander fue fundado por San Ander, un santo muy milagroso y por supuesto con RH negativo. Simultáneamente una delegación alavesa pidió asilo político en Logroño por considerarse plenamente castellana. Los alaveses les contaron, para gran asombro del personal, que Gasteiz una vez se llamó Álava. Fue así hasta que casi dos siglos antes llegó hasta allí un tal Sabino, procedente de Vizcaya, haciendo gracias sobre el RH de la Virgen Blanca. En ese momento se disolvieron las manifestaciones y cántabros y riojanos firmaron la adhesión incondicional al nuevo estado.

Los castellanos daban vítores de alegría por las calles por haber recuperado las anchoas y el reserva de rioja a su gastronomía, se perdió la cecina, eso sí, pero a cambio se firmo un tratado de libre comercio con Salamanca para la importación sin restricciones de productos ibéricos. Como contrapartida se adquirió el firme compromiso de enviar anualmente mil estudiantes en celo a los colegios mayores de su universidad, pero claro, eso fue antes de que también prohibieran las universidades porque era mejor tener borregos que gente con cultura.

Éste creemos que fue el origen de nuestro estado, han pasado cientos de años y cientos de cosas, aún recordamos con pavor cómo subieron las aguas hasta los límites actuales y de cómo todos querían entonces ser castellanos.
Pero esa es otra historia que ya contaré otro día.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Si eres ingeniero ¿qué haces leyendo un blog?

Si estás leyendo esto seguramente seas ingeniero, lo siento amig@, a mí tampoco me gusta pero es lo que nos tocó el día de la lotería de profesiones testicular. Aunque tradicionalmente se pensaba que la profesión de un individuo dependía del color de la ropa interior de la madre el día de la maduración del óvulo, estudios recientes, llevados a cabo por la profesora Vayalova han demostrado que los espermatozoides antes de ser declarados aptos para inseminar deben pasar por un sorteo en el cual se les prepara para poder afrontar el porvenir.

El sorteo es algo así parecido al de la lotería de navidad, pero en lugar de celebrarse un el salón de loterías abarrotado de frikis disfrazados con botones, se celebra en ambos testículos de modo simultáneo y en exclusiva, vía satélite, para todo el aparato reproductor. En un bombo pequeño se introducen los espermatozoides candidatos a ser enviados en la próxima eyaculación y en otro más grande todas las profesiones habidas y por haber. Fontanero, policía, mamporrero, hay de todo, un par de espermatozoides jóvenes van cantando el sorteo cuales niños de San Ildefonso germinales:

- “Porteroooooo de discoteca”
- “Qué le pooooongan un buen cuello”
- “Profesoooooor de secundaria”
- “Qué le deeeeeeeeen un par de huevos”
- “Modelooooooo de pasarela”
- “Largas pieeeeeeernas y un buen pecho”

El momento cumbre es cuando sale el gordo, aunque parezca mentira no es cuando sale el curro de rey o miembro de la casa real porque esos puestos ya están dados a dedo y el equipamiento viene de serie, sí, es un poco rollo Citroen, muchos extras pero justitos de motor. Cuando sale el gordo, que como ya sabemos le puede tocar a cualquiera, todo el mundo se pone muy nervioso y aplaude al ver a los gametos cantar:

- “Presideeeeeeente del gobierno”
- “Qué le quiiiiiiiiiiiiiiiiiiten el cerebro”
- “Presideeeeeeente del gobierno”
- “Qué le quiiiiiiiiiiiiiiiiiiten el cerebro”
- “Presideeeeeeente del gobierno”
- “Qué le quiiii teeeeen el ce reeeeeeeeeeeeeeeee broooo”

A esto se le llama democracia, pero volvamos al tema. Cuando sale la bola de ingeniero, el espermatozoide en cuestión se pone más contento que Belén Esteban delante de un bisturí, es un poco la misma sensación que cuando te toca por sorteo un de piso de protección oficial, al principio es cojonudo, pero luego te das cuenta de que los materiales son una mierda, que la cocina está sin amueblar y que te lo van a dar cuando tengas ya cuarenta años y estés pagando a la vez un alquiler y una hipoteca porque la constructora del ayuntamiento quebró tres veces.

Al espermatozoide ingeniero le hacen un trabajo fino de adaptación al medio en el que le va a tocar vivir. Para ser ingeniero lo primero que tratan de extirparte es la capacidad de imaginar, así no pensará que otro mundo es posible el día que viva en su mundo cuadriculado y gris. También tocarán otra zona de su cerebro donde reside cualquier tipo de vocación artística, los ingenieros de verdad no leen libros, no van a museos y no les gusta el cine, por supuesto les quedará grabado en el código genético que no son capaces de escribir, pintar o tocar un instrumento. Los ingenieros deben pensar que no existe nada más importante que aquellas tareas técnicas para las que fueron minuciosamente programados y que el resto de la humanidad es boba y simple y se enfrenta a problemas triviales y sin importancia, menos mal que ya están ellos para rescatar al mundo de su estupidez.

Conmigo no sé que pasó, la verdad es que hicieron un trabajo de mierda, sí, me cuadricularon y consiguieron que fuera capaz de conseguir el título y hasta de que lo firmara el rey, pero a la vez se les debió ir la mano y estropearon algo que no debían. A mí me encanta leer, me encanta escribir, aunque sea así de mal, me gusta el arte, la música, tengo un sentido del humor idiota y absurdo, pero sé que no soy el único, si eres como yo, y ya es una desgracia, unámonos para conquistar el mundo. Yo ya he empezado, si quieres te presto mi blog.

viernes, 18 de diciembre de 2009

¿Hay que salvar a la especie?


Hoy planteo un tema, realmente peculiar, surgido en los postres de una comida con los compañeros del trabajo. ¿Hay que salvar a la especie? ¿Qué especie?, se puede preguntar cualquiera, ¿al delicado lince?, ¿a los tiernos pero peligrosos koalas?, ¿al cochino jabalí? Nada de eso, se trata de algo mucho más importante y que nos afecta mucho más de cerca. La pregunta correcta es: ¿hay que salvar a la humanidad?, ¡coño!, ¿de qué?, ¿de quién?, posiblemente de ella misma, pienso yo.

Aunque admito que a veces he dudado si lo merecemos o no, si de lo que hablamos es de la Humanidad con hache mayúscula, y no de cierta parte de la humanidad, desde mi punto de vista la respuesta es evidente, sí, hay que salvar a la especie. A los otros, los de la hache minúscula, les deseo que corran la misma suerte que los dinosaurios y que un meteorito con el tamaño y forma de la catedral de Milán caiga sobre sus cabezas. De todas formas, la conversación no trataba ni de cataclismos ni del cambio climático, una comida en el trabajo no debe ser tan profunda, simplemente hablábamos de la preservación de la especie mediante la reproducción y el nacimiento de hijos. Visto así yo pensaba que nadie discutiría mi planteamiento, pero no, una vez más me equivocaba, nada es evidente para todo el mundo.

Tengo una amiga que es un caso pero a la que quiero muchísimo. La quiero mucho porque es muy buena persona, sabe escuchar y me hace sentir siempre bien cuando estoy con ella, también la quiero mucho porque está como una cabra y su permanente estado de caos la hace entrañable. Pero cuando más la quiero es cuando demuestra su devoción por nuestros amigos los animales, no importa si están recubiertos de pelo, plumas o escamas o de si corren, nadan o vuelan, a ella le gustan todos. Lo sorprendente es que su amor a los animales no se hace extensible a los seres humanos, por muy animales que seamos, por ella los seres humanos podemos desaparecer del planeta, eso sí, los gatos no, pobrecitos. ¿No te gusta la idea? Pues te jodes, haber nacido gato. Ella es la culpable de este post, quiero hacer que cambie de opinión.

Desde que soy padre la verdad es que la cabeza se me ha vuelto del revés, he pasado del más absoluto desprecio por el futuro a la más absoluta preocupación por el porvenir, pero no solo del mío, ni del de mi hijo, que ya es un cambio, sino que también pienso en el futuro de los hijos de mi hijo y de lo mucho que me apetecerá conocerlos. Yo, como mis padres, también quiero malcriarlos, quiero dejarles que me destrocen la casa por darles gusto y por mentir a mi hijo diciéndole que a él, por supuesto, le dejaba hacer lo mismo. Quiero inflarles a golosinas hasta hacerles vomitar para negarlo después a voz en grito aunque se vean los trozos de chocolate y gominolas entre los restos del naufragio. Y quiero ir con ellos al parque para enseñarlos a tirarse de cabeza por los toboganes, aunque se rompan la crisma, para ver la cara de su padre el día que lo haga en su presencia.

Estos ya me parecen unos motivos lo suficientemente egoístas y lo suficientemente buenos para salvar a la especie, pero tengo más. Hay que salvar a la especie porque debe quedar alguien que finalmente descubra si lo del juicio final es un camelo o no, porque debe quedar alguien que vea amanecer el día en el que la selección española gane un mundial, porque debe quedar alguien que se teletransporte por el espacio y nos cuente que hay más allá de la Puerta de Tannhäuser y sobre todo porque yo no me creo que el sol vaya a explotar un día y necesito un testigo que me de la razón para que mi alma pueda descansar en paz.

Pero también existen motivos más idealistas y más profundos que habitan dentro de mí. La especie debe seguir existiendo para ser testigo de los amaneceres en el mar que no serían tan bellos si nadie los contemplase, la especie debe seguir existiendo para seguir contando las historias dignas de no enmudecer jamás, la especie debe seguir existiendo para seguir interpretando la música que no merece extinguirse ni olvidarse, ¿te parece poco Bea?. Y no merece extinguirse para que no se sequen los pechos que han de amamantar, para poder escuchar el sonido de los labios que aprenden a besar y para poder llorar sin consuelo a los que queremos el día que no les volvamos a ver más.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Había una vez un circo


Los domingos por la tarde, cada dos semanas, repito la misma liturgia, me preparo para ir al circo. Y no es un circo cualquiera, es el circo más grande del mundo, pero de una sola pista, además es un circo al aire libre y sin calefacción al lado de un río. Para ir a ese circo tienes que disfrazarte con una camiseta de rayas, ponerte una bufanda a juego e incluso un gorro de colores con cascabeles de bufón si te apetece.

El circo al que yo voy hace reír y llorar, a veces lloras por no reír y a veces ríes por no llorar. Lo que nunca te deja es indiferente, cada tarde que vas a verles tienen un espectáculo nuevo y aunque parezca imposible superarlo en la siguiente función ellos casi siempre lo consiguen. Nuestro circo es un circo cosmopolita y solidario, es cosmopolita porque tenemos artistas de todas las nacionalidades y colores, incluso merecería el título de “Gran Circo Mundial y Galáctico”, pero lo de galáctico ya lo tienen patentado unos vecinos que tienen su propio circo que, por cierto, no es ni la mitad de divertido. Y es un circo solidario porque en cada función invitan a unos artistas nuevos de fuera y siempre les hacen quedar bien y les dejan llevarse los mejores aplausos y ovaciones.

Además de todo esto, que no es poco, es un circo itinerante. Las semanas que abandonan a su fiel público es porque parten de turné a devolver la visita a esos chicos tan simpáticos que tanto disfrutaron cuando les visitaron. Y como son buenos buenísimos nunca tratan de hacerles sombra delante de su público y nunca roban ni aplausos a los artistas ni alegría a los niños que van a verlos. El Circo Rojiblanco, que así se llama el circo del que soy fan, viaja por toda España repartiendo ilusión, pero no solo han arrastrado sus carromatos y roulottes por el suelo patrio, sir ir más lejos han repartido carcajadas y sonrisas por Europa. Incluso en Chipre, que saben muy poco de circo, quedaron contentos y satisfechos con su actuación.

Los dueños del Circo Rojiblanco son muy majos y simpaticones, sus nombres de guerra son “El pelucas” y el “Cara torcida”. Ellos nunca faltan a su palabra cuando cada vez que contratan a un nuevo artista que amplíe el repertorio anuncian a bombo y platillo ante los medios de comunicación que es un artista consagrado y de fama internacional. Es verdad, todos los nuevos ya en su primera función dan claros síntomas de su clase, es verles salir a la pista y la gente se levanta de sus asientos para alabar su buen hacer y mandar recuerdos a la madre que los parió. Es marca de la casa, y es de agradecer, que aunque pasen los años y cambie el elenco el espectáculo nunca se resiente. “The Show Must Go On”.

En nuestro circo tenemos malabaristas del balón incapaces de dar dos toques seguidos antes de caerse y/o enviar el balón a la grada ante la algarabía del personal. Tenemos a una fiera venida de Argentina que antes daba miedo pero que ahora no tiene dientes y ya no asusta ni aun niño, tenemos un hombre bala que antes lanzaba proyectiles de cañón a toda velocidad contra una red y siempre acertaba pero que este año ha cambiado su actuación y se las lanza al público que asiste perplejo a su transformación. Tenemos payasos de todas las clases, tenemos al que le echan agua con una flor, al que le dan todas las tartas en la cara y el que hace de mimo, los tenemos todos. También tenemos un joven prestidigitador de gran éxito, es el único que logra arrancar aplausos sentidos de sincera admiración, pero todos creemos que el año que viene actuará en otro circo y traerán nuevos payasos y malabaristas que cubran su puesto.

En el Circo Rojiblanco cuando acaba la función es costumbre de los espectadores despedir a la trouppe con pitos y pañuelos como reconocimiento por no haber defraudado a sus expectativas. Por eso a las dos semanas volveremos llenos de ilusión, llueva, nieve o truene, porque los seguidores del Gran Circo Rojiblanco somos así y no le tememos a nada, juntos volveremos a cantar nuestro himno que dice:

Había una vez un circo
que jugaba en el Calderón
lleno de color un mundo de ilusión
pleno de agonía y de emoción
Había una vez un circo
que perdía siempre en el Calderón
sin temer jamás al frío o al calor
El circo daba siempre su función.
Siempre pifiar siempre cantar
pasen a ver el circo
otro país otra ciudad
pasen a ver el circo
es magistral sensacional
pasen a ver el circo

lunes, 14 de diciembre de 2009

Todos vivimos en el manicomio



Llevo una época peleado con el cine, bueno más que una época debería decir una década, el cine de este siglo para mí no existe. ¿Por qué? Pues no lo sé, pero la idea de pasar dos horas concentrado delante de una pantalla se me hace fisiológicamente incómoda y mentalmente insoportable. La verdad es que no me concentro, en cuanto paso más de media hora mirando una pantalla me despisto y pierdo el hilo. Una amiga a la que quiero mucho, y a la que conocí por nuestro común gusto cinéfilo, me dijo horrorizada al confesárselo “¡no te puedes enfadar con el cine!”, y tiene razón, realmente con quien estoy enfadado es conmigo mismo, prometo cambiar.

Para hacer esta travesía del desierto me he enganchado a las series de media hora, es mi límite, un entendido las llamaría “sitcom”, pero yo no lo soy. Además tienen que ser norteamericanas, la ficción nacional no me la creo y si llega a entretenerme es porque me da risa, por ejemplo, “El águila roja” me parece la mejor serie española de humor desde “Pepa y Pepe”. ¿Que qué veo?, pues sigo desde hace varios años “Dos hombres y medio”, no es que me sienta orgulloso al decirlo pero me hace gracia y eso que no es precisamente un humor para paladares exquisitos, después me enganché a “Cómo conocí a vuestra madre”, que me parece legendaria. Ahora estoy empezando a ver “Big Bang” y tiene muy buena pinta, creo que soy lo suficientemente friki como para comprender a los personajes, me acojona, un potencial Sheldon vive dentro de mí.

Estas series dan la medida real de lo poco que doy de sí, podría echarle morro y alegar mi estado mental a una intoxicación del hipotálamo por ingesta masiva de dibujos animados pero no lo haré porque esto viene de más lejos. Es fascinante el hipotálamo, se encarga de cosas tan interesantes como de regular el sueño y la temperatura, segrega hormonas y se ocupa del metabolismo. Del mío solo puedo decir que es un cabronazo de cuidado, ni ignora a mi despertador, ni adapta mi temperatura a la de mi oficina (aunque esto es difícil de cojones), me tiene hormonalmente como un cencerro y para colmo no es capaz de metabolizar ni un lípido, prefiere mandarlos directamente a forrar mi dermis. Dentro de nada en vez de tener un hipotálamo tendré un hipopota(la)mo.

Todo este rollo viene a cuento de que ayer al terminar “Big Bang” haciendo zapping vi que en otro canal comenzaba “Desayuno con diamantes”. No es que haya sido nunca una de mis películas favoritas, el final es el más empalagoso que ahora mismo recuerdo y al gato llamado “Gato” le habría yo presentado a un bulldog para que se hiciesen amigos, pero ver a Audrey siempre es un placer. Total, que me quedé viéndola en segundo plano mientras leía y escuchaba música, y a lo tonto a lo tonto me fui metiendo más en la película y menos en el libro. ¡Milagro!, pensé, estoy curado. Y es que una frase me saco de mi ensimismamiento, es de la escena en la que Audrey se mete en la habitación de George Peppard y le suelta “supongo que usted cree que soy muy descarada o que estoy loca, pero no me importa, todos vivimos en el manicomio”.

Cerré en ese momento el libro y posé mis ojos en la pantalla, no recordaba yo tanta profundidad en el país de Tiffanys, pero es una verdad como un castillo. Todos vivimos en el manicomio, todos vivimos una vida que mirada fríamente no tiene mucho sentido, todos ocultamos algo y todos tenemos algún muerto dentro del armario que no dejamos salir. Todos tenemos algún secreto inconfesable y un lado oculto que tratamos de domar pero que amenaza con manifestarse en cualquier momento para dejarnos en evidencia. Mi manicomio es enorme, no tiene paredes ni techo y esta abierto noche y día. Mi manicomio está dentro de mi cabeza y se expande como el universo, mi manicomio me hace infeliz y me tortura porque mi otro yo es el que manda dentro de él como venganza por no dejarle salir al exterior. Mi manicomio se adueña de mí aunque no esté loco. ¿O si?

jueves, 10 de diciembre de 2009

Nostalgia


Hoy volvía a casa del trabajo escuchando una de esas emisoras que ponen grandes éxitos de los 70, 80 y 90, cuando de repente ha sonado una canción que me ha devuelto a mis años universitarios, la canción era, y es, estúpida pero me ha recordado lo colgado que estaba por una tía tan maciza como simple y pija, los que conozcáis a un típico ejemplar de ICADE sabréis de lo que hablo. Ahora me da un poco de sonrojo pensarlo aunque esgrimo en mi defensa que mi composición hormonal ha debido variar bastante desde entonces.

Recuerdo esa canción porque la bailé con esta chica en una de mis fraudulentas fiestas de fin de año en la que por supuesto no me comí ni un rosco. Lo que para mí fue un éxito y una esperanza seguramente para ella fue una obra de caridad, sin embargo hoy al escuchar la canción he subido el volumen de la radio y he esbozado una media sonrisa. Un pensamiento me ha sacado de mi estado bobalicón, soy gilipollas.

No conozco a muchas personas que consideren la nostalgia una sensación placentera, cualquiera que tenga un par de dedos de frente pensará, y con razón, que al que le ocurra algo parecido debería hacérselo mirar. Pues sí, tienen toda la razón, lo sé porque yo soy una de esas personas, la sensación de nostalgia me deja una sensación agradable difícil de explicar, ser nostálgico es una forma de vida y hasta una droga. Vale, es para ir al psicólogo de cabeza, no lo discuto, pero yo no pienso ir porque para eso escribo este blog.

La nostalgia es la falsa y estúpida ilusión de que todo tiempo pasado fue mejor. Que un tío con mi historial y mi pasado se permita el lujo de ser nostálgico lo demuestra. El cerebro debe tener pequeños trucos para envolver los recuerdos de falsas sensaciones que realmente nunca se produjeron. Si nuestra realidad cotidiana tiende a ser un asco y está desprovista de tiernos sentimientos y sensaciones entonces me parece muy complicado creer que todos mis recuerdos estén bañados de un aura de ternura y felicidad.

Recuerdo con cariño a aquel niño gordito y empollón, me refiero a él como si fuese un extraño porque difícilmente le reconozco como yo mismo. El niño de mis recuerdos era divertido y soñador, le encantaba jugar y le encantaba leer libros de aventuras, era un mico que no levantaba dos palmos del suelo y ya tenía su carné de la biblioteca para devorar libros que le parecían maravillosos. La triste realidad es que ese niño tenía que partirse la cara casi todos los días con otros niños que le hacían la vida imposible, pero de eso no me acuerdo, seguramente es mejor no hacerlo.

También recuerdo como maravillosos mis años de estudiante a pesar de haber sido un adolescente tímido y acomplejado y un joven perdido y desorientado. Por el instituto pasé con más pena que gloria, tengo el dudoso honor de haber sido el primero de mi promoción y de coleccionar sobresalientes y matriculas de honor, eso era estupendo, pero hubiera sido mucho mejor que pasada ya la otra mitad de mi vida los amigos que nunca hice me recordaran lo felices que fuimos y lo bien que lo pasamos. Esos amigos nunca existieron, pero mis recuerdos me engañan y me hacen creer que fui feliz y lo pasé bien, además echo de menos a esa mentira y a esos amigos.

En la universidad lo que coleccioné fue suspensos, pero hice algún amigo a pesar de estar en la etapa más borde y rebelde de mi vida. El recuerdo debe estar aún muy cercano porque no me provoca ningún sentimiento nostálgico, habrá que darle tiempo al tiempo, seguro que dentro de diez años más no recuerdo lo malo, que seguramente ya no será tan malo pasado por el baño de almíbar de mi cerebro.

Para mí la nostalgia es una sensación de pérdida de algo que quizá nunca paso o quizá imaginé que debió pasar. La representación que en mi cabeza tengo de la nostalgia es la escena de “La edad de la inocencia” en la que Daniel Day Lewis (Newland, ese nick que he arrastrado por algún que otro chat) observa desde lejos a Michelle Pfeiffer (la Condesa Olenska) mientras que la maravillosa y calida voz de Joanne Woodward dice: "Se dio a si mismo una sola oportunidad, ella debía volverse antes de que el velero pasase el faro de Lime Rock, entonces iría hacia ella". El velero pasa el faro, ella no se gira y él se da media vuelta y la pierde para siempre... Eso es pérdida, eso es nostalgia.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Atila, rey de los hunos



Atila fue el último rey competente de un pueblo de “bárbaros” ortográficamente poco correctos, los hunos. Como ya conté en los albores de este blog yo soy de romanos, soy pero que muy fan, vamos que veo un casco de pretoriano con su penacho rojo y me lo hago encima, seguro que por eso mismo adoro a todos aquellos valientes que en un momento u otro les pusieron las pilas. Atila fue uno de ellos.

Los romanos llamaban bárbaros a todos los que no hablaban latín y griego, sin importarles mucho su grado de desarrollo, debe ser cosa de los imperios tenérselo tan creído. Hoy en día los emperadores del mundo, sí, esos de las barras y las estrellas, también tachan de bárbaros a todos los que no hablan inglés con acento de Carolina del Norte sin importarles mucho si en Carolina del Norte te puede freír a tiros un psicópata de la asociación del rifle al que luego, faltaría más, pueden ajusticiar con una inyección letal último modelo.

Pero vale, aceptaremos pulpo como animal de compañía, los hunos eran unos bárbaros del copón y Atila además de bárbaro era un salvaje, no digo más, le llamaban “el azote de Dios”. Y entonces ser el azote de Dios era ser alguien en la vida, no como ahora que hasta un tío tan triste como Zapatero lo es para los obispos, hay que ver con que facilidad se desvirtúan las palabras y los títulos honoríficos.

El origen de los hunos es ciertamente desconocido, se cree que vinieron de Asia central, posiblemente eran de origen mongol, y se instalaron por la Europa central al otro lado del Danubio. Entonces las emigraciones eran otra cosa, a falta de cayuco y patera se recorrían distancias kilométricas a base de caballo y sandalia. Cuando llegaron a Europa se encontraron un imperio romano que ya realmente eran dos y a otros bárbaros, que ya habían hecho el mismo viaje antes que ellos, asentados en las fronteras del imperio y en algunos casos viviendo plácidamente dentro de él.

Era costumbre de la época intercambiar jóvenes nobles en las cortes para, a modo de rehenes, evitar traiciones a los tratados de paz y los conflictos, la verdad es que me parece una buena idea. Por ejemplo yo a nuestro príncipe, en lugar de haberle mandado a estudiar a Canadá, le hubiera mandado a Marruecos hasta el día que Ceuta y Melilla desaparezcan sumergidas en las aguas, hubiera sido una buena manera de no verle envejecer a costa de los presupuestos. A Atila le mandaron unos añitos a Roma y como era diez millones de veces más inteligente que Curri Valenzuela tomo buena nota para el futuro, no hay nada como saber los puntos débiles de tu enemigo para luego pasártelo por la piedra. Atila lo tuvo claro, los romanos eran unos decadentes

De vuelta a casa le tocó reinar con su hermano Bleda hasta que el incauto murió de forma “accidental” en una cacería por una ingesta masiva de flechazos, alguien le tendría que haber dicho que es una regla de oro no ir a sitios donde te puedan asaetar si compartes un trono. Tras esto Atila tuvo el mérito de unir bajo un mando poderoso, el suyo, a un montón de tribus nómadas, hábiles con el arco y con el caballo, y así poder extorsionar a los débiles y decadentes romanos. Comenzó de esa manera un claro ejemplo de comercio justo, tú me das ese oro y yo no te corto la cabeza.

Pero al final de todo te aburres, unos de dar oro y otros de no cercenar cabezas, así que un día como en los mejores matrimonios surgió una chispa que hizo arder el fuego de la discordia. Atila se dedicó entonces a darles una soberana, nunca mejor dicho, paliza a los romanos. A los de oriente les zumbó hasta llegar a la misma Constantinopla que, afortunadamente para ellos, no era fácil de tomar por las bravas, así que Atila se conformó con una indemnización y plegó velas camino de occidente. En occidente se fue a la Galia donde vivían por entonces los Visigodos con la complacencia romana. A estos también les dio lo suyo y lo de su prima, así que tapándose la nariz visigodos y romanos se unieron para plantar cara a Atila. Y lo hicieron y además se la partieron en los Campos Cataláunicos que para disgusto de Carod Rovira están en Francia.

Atila se volvió a casa pero no estaba ni mucho menos derrotado, a fin de cuentas los Visigodos podrían pelear por sus territorios en Francia pero no irían a defender a nadie a Italia. La excusa para vengarse no pudo ser más simple, la hermana del emperador, Honoria, era un poco díscola para la época y al no aceptar un matrimonio de conveniencia con un noble, seguramente gordo y decadente, pidió ayuda a Atila. Éste se lo tomó como una propuesta de matrimonio y se fue a Rávena, que había sustituido a Roma como capital del imperio, a por su dote. Como era usos y costumbres Atila saqueó y arrasó todo lo que se le puso por delante hasta que llegó al río Po. Allí cuenta la leyenda que el Papa León I le convenció para que se retirara y se volviese a casa (vaya mierda de azote de Dios) aunque yo no me lo creo. Puede ser que alguna epidemia o la amenaza de algún ejército capaz de pararle los pies le hiciesen cambiar de idea. Total que dejó a Honoria compuesta, sin novio e imagino que con una buena tunda de su hermano.

Atila murió poco tiempo después la noche de su boda con una jovenzuela goda llamada Ildico, las crónicas de la época dicen que de una hemorragia nasal, la verdad es que tuvo que ser una buena juerga después de la que cual tuvo la mala suerte de contar con peores médicos que el hortera de Marichalar. Su muerte supuso la desintegración de su reino y prácticamente su desaparición. Atila ha pasado a la historia como un bruto y un asesino pero a mí me queda la sensación de que tuvo que ser un gran hombre con un departamento de prensa muy malo, y es que no hay desgracia mayor que la de ver tu vida contada por tus enemigos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

WC de empresa


Ir al baño en la empresa es una experiencia como poco peculiar. Si lo piensas, así sin más, no parece para tanto, vas, haces lo que tienes que hacer y vuelves a tu celda, pero si lo piensas un poco más despacio el servicio de la empresa es un sitio donde puede pasar de todo, y hablo del masculino, por supuesto, porque de lo que pasa en el femenino no tengo ni puñetera idea, aunque me gustaría tenerla, cotilla que es uno. Bueno, de todooooo, todo, no sé si pasa, pero no apostaría dinero a que alguien no haya tenido allí algún momento de pasión correspondida o a lo mejor onanista. ¿Qué no? ¡Vuelve a mirar a tu alrededor antes de responder a la ligera!

A mí, el hecho de ponerme delante de un urinario, expuesto al público, siempre me provoca cierta tensión, soy pudoroso. En cualquier recinto público lo sobrellevo sin problemas y con dignidad, aún si el tipo de al lado me mira con aires de superioridad y cara de “qué fría esta la loza”, hay gente que debe tener un termopar en la punta del casi que mejor me callo. La prueba de fuego la pasaba en el Calderón cuando me tocaba ponerme delante de varias docenas de tíos con bufanda y camiseta rojiblanca para mear directamente sobre los azulejos, se ve que los urinarios no entraban en el precio del abono. Siempre dudé de si el invento en cuestión era higiénico (y de si pasaría una inspección de sanidad) aunque prefiero no pensar en el asco que me daba el sistema de recogida de “pluviales” a cielo descubierto y desagüe por gravedad a escasos centímetros de nuestros zapatos. Afortunadamente ya lo han cambiado pero los de las bufandas siguen estando allí y lo que no pasaría una inspección de sanidad es el juego del equipo.

En el trabajo es otra cosa, la empresa pone a nuestra disposición un servicio regular de limpieza impecable y nosotros le devolvemos el favor comportándonos como una manada de cerdos salvajes. Sin ponerme escatológico si que me gustaría plantear ciertas normas de convivencia y algunas propuestas para llevar al redil de la pulcritud a los más irreductibles. Primero, para poder entrar en el retrete habrá que fichar, al cerrar la puerta un cerrojo eléctrico la bloqueará y no se volverá a abrir hasta que se pulse un interruptor situado en el fondo de la taza, veremos si así utilizas la escobilla amigo jabalí, aunque tú a lo mejor prefieres meter la cabeza en la taza y darle con los colmillos. Segundo, si tras esto se detecta que no se ha abierto un grifo pasados diez segundos, se mandará un correo electrónico a todos los miembros de la empresa, con el nombre y la foto del cochinillo para que sirva de escarnio público. La misma información se publicará en su perfil de Facebook y en la hoja parroquial.

De todas formas lo que más me fascina del baño de la empresa es el comportamiento que en él tenemos, es entrar allí y es que parece que ni nos conocemos, la puerta del WC es como la de “Lluvia de estrellas”, nos vuelve irreconocibles y un poco gilipollas, afortunadamente Bertín no nos espera a la salida. El baño es el reino de los cabizbajos y de las palabras ininteligibles a media voz. No espero, ni deseo, que al cruzarme con el jefe éste me diga a pleno pulmón “Milla tengo la vejiga como la de un orangután”, pero no pasaría nada si con cierto desparpajo me dijera “diecisiete segundos Milla, ¡a ver si lo superas!”, y le superaría porque yo puedo hacerlo en menos de quince, seguro.

Y es que podemos conocer a la gente viéndola delante de un urinario. Yo tengo identificados al concentrado que va a lo que va y ni parpadea mirando fijamente a los azulejos, no se inmutaría ni aunque Charlize Theron en pelota picada se materializase delante de sus ojos, ese lo tiene clarísimo en la vida, triunfará y llegará a jefe. Está el que cierra los ojos y entra en trance, éste es el típico que va a su puta bola y que suele ser un poco rarito. También tenemos al soñador que mira hacia arriba buscando que el sumo hacedor le ilumine y por fin descubra a que huelen las nubes, espero que huelan mejor que el retrete al salir el jabalí. Uno que me encanta es el cantarín, un tío simpático donde los haya, además tiene más repertorio que una orquesta de verbena de pueblo, lo mismo te canturrea a Bisbal que te tatarea Paquito el chocolatero. Si es así de majo en tal trance yo quiero ser amigo suyo y salir con el de copas todos los jueves.

Pero el rey de la manada es el espontáneo, es el único de todos que no ve una diferencia entre estar en el lavabo o estar en una reunión con el director general, él es así y le suda todo los huevos. Puede contarte la película que vio ayer delante de la máquina de café o meando, posiblemente ha acabado contigo allí persiguiéndote para destriparte el final. Además no tiene reparos en contarte detalles escabrosos como que no debería comer tantos espárragos o te comenta con orgullo no fingido, al salir del retrete, que casi atasca la taza. Es un campeón. Este pieza es el mismo que si te lo encuentras lavándose los dientes se da la vuelta con la boca llena de espuma como un perrillo rabioso y comienza a hablarte mientras se cepilla salpicándote de una emulsión de Colgate con saliva, ¡coño!, seguro que uno de estos fue el que me contagió de la gripe A.

martes, 1 de diciembre de 2009

No me gusta diciembre



No me gusta diciembre, es un mes tan falso como su nombre, va disfrazado de diez y es el último huevo de la docena. Diciembre es el final de nada, es igual que la ilusión óptica de los círculos que parecen espirales, cuando los miras fijamente te das cuenta del truco y de que te han engañado, sigues uno con la mirada y comienzas una nueva vuelta sin ir a ningún sitio. Eso es diciembre, un mes que promete una catarsis y devuelve una desilusión.

En diciembre comienza el invierno, y el invierno es algo más que una estación del año, es el frío y es la oscuridad, son los días en los que conduces de noche para ir y para volver del trabajo, son los atascos en los días de lluvia y en los días de compras, son las tardes de fútbol debajo de una manta y de un paraguas, son los domingos grises encerrado en casa jugando al escondite con las manecillas del reloj, el invierno es el aislamiento y es la soledad. Seguro que en este mes se venden más antidepresivos que figuritas de mazapán y apostaría a que más de uno ha incluido una caja de Prozac en su lista de los reyes magos.

Diciembre es una falsa promesa y yo las odio, me han hecho demasiadas en la vida como para ir aprendiendo a reconocerlas. Me prometieron que si estudiaba tendría un buen trabajo y dinero, ¡mentira!, me prometieron que si era buena persona me iría bien y me recompensarían por ello, ¡y un huevo de pato!, las falsas promesas traen falsas esperanzas y la desilusión que provocan se me ha ido clavando en el corazón con espinas de acero. Menos mal que lo de la vida eterna no me lo he tragado nunca porque sería ya lo que me faltaba, además ya lo cantaba Queen, “Who wants to live forever?”, yo no.

Diciembre promete felicidad y días de fiesta, pero es una felicidad falsa comprada a golpe de talonario. Bueno, si eres gente de posibles y de pequeño te enseñaron a esquiar seguramente que es un mes estupendo, pero si toda la nieve que has visto ha sido la que has recogido de los parabrisas de los coches para tirarte unos bolazos con los colegas del barrio la verdad es que los deportes de invierno te la traen al pairo. Lo único bueno de diciembre es la paga extra, y menos mal, porque con la que se nos viene encima falta nos hace, cenas, regalos, lotería, castañas asadas, un chollo.

Y es que las cenas con los amigos y familiares son inexcusables, no existes socialmente si no tienes por lo menos tres o cuatro cenas de compromiso que no encajan en el calendario. Vaya por delante que yo hace tiempo que dejé de ir a cenas de compromiso por lo cual a las cenas que voy es porque me apetece, que nadie me lo eche en cara, pero preferiría que fuesen en otro momento y bajo otras circunstancias, porque diciembre no es el mejor mes para disfrutar de la noche y además la comida suele ser una mierda y encima te clavan. De propina están las comidas de empresa, gran momento para confraternizar con el enemigo porque con los que son amigos ya hemos comido por lo menos cien veces ese año y no sentimos la necesidad de escenificarlo públicamente.

Diciembre es el mes de las excusas y de los buenos propósitos, es el momento para dejar todo a un lado porque ya llegará enero para arreglarlo, tenemos patente de corso para comer como auténticos cerdos y engordar diez kilos porque ya los perderemos en enero, es el momento de decidir ir al gimnasio y de aprender chino y ruso. Sabemos que es mentira pero todos lo hacemos y vivimos felices en nuestra mentira, seguramente el año que viene estaremos más gordos, no habremos pisado un gimnasio y el único chino que hablaremos será “pollo de Si Chuang”

domingo, 29 de noviembre de 2009

Consultor hidráulico



Si existe un ranking de los peores consultores hidráulicos de la historia ahí debo estar yo, pero no en un puesto del montón, de eso nada, yo debo estar el primero de la lista, justo al lado de al que le echaron por abusar. Otra de mis exageraciones, pensará la mayoría acostumbrada a mis excesos lingüísticos, no, de verdad, esta vez os prometo que no es así, yo me fui de consultor senior de centrales hidráulicas sin haber visto una central en mi vida. ¿Cuáles eran mis conocimientos del tema?, pues más bien escasos, que funcionaban con agua y poco más. Ya hubiera querido hacer por lo menos el curso CEAC de aprenda centrales hidráulicas en 10 lecciones con una guitarra de regalo, pero ni eso.

La historia de cómo terminé un sábado en Ankara para comenzar ese trabajo está llena de decisiones ilógicas y arriesgadas, pero vistas desde la distancia afortunadas, más pensando que el sábado anterior estaba en el paro y uno antes haciendo pegamento en una fábrica de fibra de vidrio. Admito que soy cobarde para tomar ciertas decisiones, pero sorprendentemente en el trabajo no, es verdad que me hubiera ido al centro de la tierra para librarme de mi anterior empleo pero todo tiene un término medio. En mis decisiones no suele haberlo y así me va.

El fin de semana de adaptación a mi nueva situación y a mis nuevos compañeros lo voy a pasar por alto, aunque fue bastante jugoso. Si cuando aterricé hubiera tomado el avión de regreso en ese mismo momento, unas copas de Capitán Morgan después no me hubieran sacado de allí ni las tropas de élite del ejército turco. Lo lógico, si hubiera tenido cabeza, habría sido pedir mi deportación pero no lo hice, así que al día siguiente me encontraba metido en un coche camino de la central hidráulica de Yenice, casualmente tenía el dudoso honor de ser la peor central hidráulica de Turquía. Es normal, la peor central para el peor consultor, buen sitio para hacer mi puesta de largo.

Afortunadamente no estaba solo, tenía una compañera que era una máquina de matar en eso de las centrales, si no es por ella el buenazo del eléctrico de la central y yo estaríamos todavía buscando la resistencia de puesta a tierra del generador y no por su culpa precisamente. Aún el hombre debe estar preguntándose por qué coño tenía yo tanto interés en ir a verla, tres veces le hice abrirme el cuadro donde estaban las resistencias, para su estupor y mi sonrojo. Así que por primera vez en mi vida me tocó jugar el papel de hombre florero, mi misión, pues mantener la boca cerrada lo más posible, ir rellenando un cuadernillo con los datos que íbamos recopilando y hacer fotos ilustrativas. Chupado, menos lo de cerrar la boca.

Porque soy un bocazas y un curioso y ya que estaba allí qué menos que intentar aprender algo. Pero claro, esa no es la moto que le habían vendido a los de la central, de repente el tío que Alá les había enviado para solucionar sus problemas hacía aguas (sobre todo aguas) por todos los lados. A ver, es como si fichas al sustituto de Fernando Alonso y cuando le arrancas el coche pregunta qué es eso que suena, ¡leches!, ¿qué ruido que se nos escapa has escuchado figura?, pues ese que hace brom brom, en ese momento te cagas vivo. Imagino que los pobres, además de que no tenía mucha idea, pensarían que no estaba en el mejor momento de mi carrera profesional o simplemente me había dado a la bebida. ¡Quién en su sano juicio iba a imaginar la realidad!

Un día con cara cariacontecida me preguntaron que qué había estudiado, ingeniería industrial, les dije con orgullo, ¿tres años?, insistieron, no, dije yo, seis (una mentira piadosa), entonces se miraron entre ellos con cara de fliparlo y uno dijo, tamam master engineer, ¡qué bien sonó eso de master engineer!, me sentí envuelto por un aura de respeto, pero ellos cruzaron sus miradas con resignación, no entendían nada, pobres. Pero una vez que les quedó claro lo poco que de mí podían esperar de mí todo fue mucho más fácil, hicimos la toma de datos, unas fotos bien chulas y poco a poco me fui empapando del argot necesario. Tubería forzada, chimenea de equilibrio, válvula de guardia, cojinete de empuje, alabes, excitación, distribuidor, todo empezó a formar parte de mi vocabulario e incluso a saber cómo funcionaba y para qué servía. Nunca llegue a ser el experto por el que cobraban pero por lo menos en la siguiente central mantuve el tipo y cumplí el expediente. Además de buenos amigos y buenos recuerdos aprendí una lección, todo es posible con un poco de empeño y con un jefe con los huevos de plomo que te apoye.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Dibujos animados



Cuando compramos a Tito (mi perro) dejé de ser el rey de la casa, fue un palo duro pero lo conseguí sobrellevar porque a Tito el mando a distancia de la tele le importa un bledo. Año y medio le duró al pobre el cetro, tras ese tiempo nació el auténtico portador de la corona y éste sí que es un rival imbatible a pesar de su aspecto inofensivo. Todos cometemos el error de poner dibujos animados a los niños y desde ese momento la vida familiar no vuelve a ser la misma. Y no penséis que es posible volver atrás, de eso nada, los niños, incluso los que no saben aún decir ni ajo, tienen armas más poderosas que las nuestras para poder conseguir sus antojos, su llanto ataca directamente a nuestras frecuencias características hasta hacernos entrar en resonancia.

Siempre han existido padres que se han jactado de que sus hijos no ven la tele, suelen ser gente de principios. Pensando en ellos las multinacionales de la animación inventaron los dibujos animados educativos, un ejemplo claro son los Baby Einsteins. He visto a los padres mas estrictos caer en la trampa, los supuestos dibujos educativos son secuencias con música, marionetas, formas, colores y unas cuantas palabras inofensivas para en teoría estimular a los bebes e incluso aumentar su intelecto. ¡Mentira podrida! ¡Estos vídeos no podrían estimular ni a una magdalena!, la verdad es que están hechos para enviar mensajes subliminales a los niños que son activados como los cilones de Galáctica. Un mensaje codificado de una de las marionetas y los pequeños quedan atrapados para siempre en las redes de Disney.

Todo eso pasa delante de nuestros ojos y sin que nos demos ni cuenta. A partir de ahí nuestros hijos ya no nos pertenecen más y rinden pleitesía a los personajes de la casa de Mickey Mouse, esa especie de portal de Belén postmoderno donde habitan todos los personajes Disney con los que hemos crecido pero que ya han alcanzado la tercera dimensión. Cada vez que los veo no puedo dejar que pensar que detrás de sus caras angelicales se esconde un plan para saltar cual comandos a través de la pantalla, robarnos a los niños y echarnos de nuestras casas. Los niños estarán seguramente encantados de no volvernos a ver y cenar con Mickey y Minnie presidiendo la mesa. Hasta Pluto le pegará un mordisco en el pescuezo a nuestro perro, usurpará su cesto, se comerá su pienso y ladrará a los vecinos que bajen por las escaleras.

Cuando yo era pequeño los dibujos animados eran otra cosa, incluso los que han perdurado antes eran mucho mas sosos y mucho más ñoños, aunque afortunadamente la mayoría han fallecido por el camino. Bueno, todos no porque queda aún algún padre nostálgico que hace ver a sus hijos Heidi y la Abeja Maya mientras observa con satisfacción a los chavales delante de la pantalla con ojos como platos y la boca abierta. Pero no es admiración lo que sienten los chavales, realmente abren así la boca porque no pueden evitar su perplejidad ante tanta mugre y tanta caspa. Reconozco que los dibujos de ahora son otra cosa. Y voy hablar de los hechos para los más pequeños porque los hechos para adolescentes en mi infancia habrían tenido más rombos que un jersey de la transición.

Los dibujos modernos son videoclips llenos de música y color, sobre todo mucho color. No me extraña que existan niños que se hayan vuelto epilépticos ante tal barbaridad de cambios de planos y colores. Es como un truco de hipnosis, los niños se quedan absortos porque sus tiernos cerebros no pueden procesar a esa velocidad tanta información. Cada dos segundos, como mucho, reciben un pulso que les resetea de manera que no son capaces de cansarse nunca de lo que ven. Luego están los personajes, el 90% son animales antropomórficos con voces estridentes. Alguna vez he mirado a la cristalería que tenemos en el mueble donde está la tele y he visto a las copas retorcerse más que el cerebro de Tarantino.

Resumiendo, los dibujos de hoy en día son una mezcla de planos vertiginosos en plan Matrix, animales parlantes con voz de soprano y escenas más coloridas que un cuadro de Kandinsky. El peligro que tienen es que absorben a las criaturas y las hacen olvidar todo el contacto con el mundo real, es lo perfecto para muchos padres que precisamente lo que necesitan es una niñera barata. Como peaje pagamos miles de artículos relacionados con los personajes de los dibujos, pero es lo de menos. Lo más triste es que en cualquier caso siempre es el niño el que siempre sale perdiendo.

martes, 24 de noviembre de 2009

De Camarón a Harry Potter



Existe un viejo tópico que dice que las personas no cambiamos. Yo pienso que es mentira, las personas podemos cambiar y además mucho. Vale, desgraciadamente no podemos cambiar de equipo de fútbol, una desventura si como yo eres del Atleti, pero creo que eso es tan poco importante que casi ni cuenta. Me refiero a cambiar de verdad, a darte la vuelta poniendo lo de dentro a fuera como si fueses un calcetín, a eso me refiero.

En el mundo en el que vivimos podemos cambiar fácilmente de opinión, de pensamiento, de ideología, de tipo de letra en el ordenador, de pareja, de coche, de colonia, de pasta de dientes, de forma de vestir, de implantes de silicona y hasta de imagen. Sí, es una cosa estupenda que tenemos los seres humanos, podemos transformarnos si lo deseamos, casi de un día para otro, como mariposas eclosionando de una crisálida. Otra cuestión es si ese ser transformado seguimos siendo nosotros, yo pienso que sí, ya lo dijo Heráclito, “todo fluye, todo cambia y nada permanece”, nosotros también debemos fluir y cambiar hasta desembocar en un gran mar de aguas frías y eternas.

Pero dejemos a un lado la metafísica y centrémonos en lo puramente físico, yo lo que quiero es hablar de las transformaciones físicas en las personas, aunque casi siempre un cambio radical de imagen también significa que las piezas del tetris que llevamos en la cabeza han encajado de otra manera. También voy a dejar el mundo femenino a un lado, ellas tienen armas tan poderosas para cambiar de imagen que me voy a declarar incapacitado para opinar sobre el tema, yo soy de esos gañanes que ante un tinte de rubia a morena solo es capaz de articular un “te veo diferente, ¿te has hecho algo?” y eso con mucho miedo y sin ser plenamente consciente de los motivos de una pregunta tan arriesgada. Personalmente soy partidario de callar hasta que la presión ambiental se haga tan insoportable que disparemos a bocajarro la frasecita de marras y salgamos corriendo a escondernos.

Por eso, solo voy a escribir sobre los cambios de imagen en los hombres, un tema tan apasionante como la polinización de los geranios por las abejas, pero que en mi cabeza siempre está de plena actualidad. Admito que para la mayoría de los hombres un cambio de look consiste en lavarnos y peinarnos, por mucho metrosexual que adorne las revistas, el género masculino es de naturaleza desaliñada, eso hay que aceptarlo como un axioma de obligado cumplimiento, una verdad universal. Al final, tras pensarlo con detenimiento, he sido plenamente consciente de que la estética masculina es una cuestión de kilos y de pelos.

Del tema kilos puedo dar conferencias por las universidades, soy un doctor honoris causa de la balanza, un doctorado cum laude en contar calorías, mi escudo de armas debe tener en campo de azur una zanahoria de oro con bordado de gules rodeada del lema “ni forraje ni verdura doblegarán mi armadura”. Un cambio de volumen corporal tiene grandes consecuencias para el afectado, incluyendo las físicas y las sociales, es un tema de auto aceptación y de aceptación por la manada de los magros. Todo esto ya es un tema demasiado trillado, no existe nada nuevo bajo el sol, pero existen otras connotaciones que a mí me han hecho devanarme los sesos. Toda esa grasa saturada que tanto tiempo y esfuerzo me llevó metabolizar y acumular es parte de mí o no, cuando pierdes 20 kilos ¿no estás perdiendo un porcentaje de tu ser?

Los pelos también son un tema fascinante, el que se pierde y el que nace. No hay nada más desesperante que ver caer pelos esos pelos que tan bien te adornaban y tanto te calentaban en invierno para reencarnarse como pequeños lamas tibetanos en pelos en la espalda, cerdas en las orejas o leznas en los orificios nasales. Aún así los pelos son fuente de transformación, siempre puedes raparte al cero, lucir unas buenas orejas peludas o hacerte un reimplante a lo Pelusconi. La barba es magnífica para cambiar de imagen, desde un discreto y ridículo bigote hasta una barba a lo ayatolá iraní pasando por una coqueta y atractiva perilla, una combinación barba melena da para mucho. Hoy sin ir más lejos he visto a Camarón transformarse en Harry Potter, la madre de todas las transformaciones, y me he quedado impactado. A eso le llamo yo poderío y a lo mío envidia, a mí la cabeza ya no me vale ni para llevar pelo.



sábado, 21 de noviembre de 2009

Fiesta fin de carrera




Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi paso por la universidad es la fiesta que organizamos en la escuela para recaudar fondos para el viaje de fin de carrera. Menos mal que sacar dinero en una fiesta universitaria de barra libre organizada por solo 30 personas en un local gratuito es más fácil que pescar en una pecera porque si no hubiéramos acabado de viaje fin de carrera en Pan Bendito.

Para recaudar fondos constituimos una asociación de cuyo nombre no quiero acordarme, parece mentira que gente tan dotada para los estudios estuviese tan poco dotada para los negocios. Nos dedicábamos a las apuestas deportivas, también conocidas como porras, a la venta de disquetes y visto el éxito de éstos diversificamos el negocio con la venta de cintas de audio vírgenes. En una vibrante asamblea se decidió por mayoría reinvertir el dinero de los disquetes para comprar cintas, cien mil pelas invertidas en cintas con un beneficio máximo previsto de diez mil. Todo nuestro dinero inmovilizado para obtener un beneficio que como mucho nos daría para un bonobús para cada uno. Si Emilio Botín hubiera estado allí algunos de mis ex compañeros estarían hoy limpiando las letrinas de la sucursal del Santander de Comitán de Domínguez, estado de Chiapas. No me preguntéis que vote yo, la duda ofende.

Lo que costó vender las puñeteras cintas lo voy a obviar, pero al menos recuperamos la inversión. Menos mal que lo hicimos porque era necesario para poder organizar nuestra fiesta, la bebida aunque fuera mala no la regalaban. Los preparativos fueron trepidantes, tras conseguir permiso para hacer la fiesta dentro de la misma universidad solo nos quedaba contratar la música y la bebida. De la música ya ni me acuerdo, luego no debió estar mal la cosa, si alguien se acuerda y piensa lo contrario que lo diga y me corrija. El tema de la bebida es harina de otro costal.

A ver, tenemos una fiesta de barra libre por mil pelas, va a ir todo el mundo porque no se había hecho una fiesta en la escuela jamás, no tenemos ni un puto duro y el éxito de nuestro viaje depende de la recaudación ¿y de repente la gente se plantea qué bebida comprar?, ¡joder, es de cajón!, la más barata posible. Alguien con menos cabeza que un alfiler propuso que el whisky por lo menos fuera DYC, ¡un huevo de pato!, pensé yo, el DYC es un néctar de los dioses comparado con lo que merecen unos universitarios de barra libre. Como estaba escarmentado de las cintas salté como una liebre, el que quisiera comprar DYC pasaría por encima de mi cadáver y eso (junto con mi 1,85 y mis 100 kilos) tuvo que condicionar el sentido de la votación porque al final conseguimos licencia para comprar lo más cutre, y eso hicimos.

Compramos al por mayor marcas tan distinguidas como el vodka Príncipe Igor, recuerdo aún las palabras del tío del almacén del Alcampo, “llevaros éste otro que por solo un duro más la botella no deja ni la mitad de dolor de cabeza”, la respuesta un no rotundo, el que no quisiese que le doliera la cabeza el día siguiente que no fuera a una barra libre de mil pelas. Así llego el día de la fiesta, la música contratada y la bebida preparada, un éxito seguro, ¿o no?

Porque no contábamos con la astucia de nuestra intendencia, esos pequeños detalles que pueden hacer fracasar a George Clooney en un congreso de ninfómanas. La encargada de comprar los artículos de limpieza se presentó con fregonas, pero fregonas sin palo, súper útiles para limpiar en una fiesta de mil personas, pero comparado con la encargada de los vasos era perdonable, ésta se presenta tan feliz con unos vasos de un tamaño entre vaso de chupito y vaso de vino, nos pasamos toda la noche sirviendo copas con un hielo, un dedo de licor y dos de refresco.

Otra gran idea fue alquilar una máquina de perritos calientes para venderlos durante la fiesta. Aquí hubo sus más y sus menos. La gente después de una tarde montando la fiesta se encuentra delante de la máquina de perritos y claro se prepara alguno sin pasar por caja, natural. En eso aparece un simulacro de señorita Rotenmeyer histérica gritando “¡os estáis comiendo las ganancias!”, claro, uno de mis compis que llevaba toda la tarde cargando cajas de bebida y creía justo comerse un miserable perrito tuvo un instante de enajenación mental transitoria y contestó “¿Por qué no me comes lo que también tiene forma de salchicha y rima con Montoya?” (ésta es una versión políticamente correcta de sus palabras). De aquí a la guerra civil un paso, unos discutiendo a grito pelado, otros comiendo de extranjis perritos (confieso que me comí dos), otros liados con la bebida y mientras la gente haciendo cola en la calle para comenzar la fiesta.

Pero a pesar de todo la fiesta comenzó y no fue un fracaso, todos ocupamos nuestros puestos, yo como siempre de portero, otros de camareros aunque no tuvieran claro si se echaba primero el refresco o el licor, otros en la famélica máquina de perritos y sobre todo la gente acabó borracha perdida y con un buen dolor de cabeza, tal y como mandaban los cánones, además podían fanfarronear con sus amigos por haber sido capaces de tomarse treinta copas. De propina sacamos lo bastante como para irnos de viaje a Santo Domingo, ¡Dios protege a la ignorancia!

viernes, 20 de noviembre de 2009

Politicamente correcto



Si existe una expresión que me hace reír es decir que algo es políticamente correcto. Es el eufemismo hecho eufemismo. La frase de marras debe tener un origen ciertamente real, seguramente anglosajón porque el rollo mediterráneo funciona de otra manera, pero hoy en día la corrección de los políticos, al menos la de los nuestros, es tan elevada como la de una cuadrilla de skinheads. Lo más triste es que ambas tribus urbanas parecen tener la misma cantidad de cerebro, el mismo que el de un boquerón, una pena.

Pero no quiero escribir de los políticos, no os asustéis, todavía no estoy lo suficientemente mal de la cabeza y, además, no tengo suficiente pasta para pagar todos los tratamientos de estrés postraumático que una conducta tan irresponsable provocaría en mis hipotéticos lectores. Y no lo digo porque crea que son muchos, los lectores, lo digo porque literalmente no tengo ni un puto duro, no estaría aquí escribiendo esta gilipollez si pudiera permitirme el lujo de ir a la consulta de un buen psicoanalista. Tampoco voy a hablar de victimas colaterales, de hombres de color ni de personas no videntes, deben existir miles de blogs mejores que éste que ya lo hayan hecho.

A mí lo que me preocupa son los comportamientos. La corrección política es en nuestro día a día como la mayonesa en una ensaladilla rusa, todo lo envuelve y todo lo pringa, al final da igual si muerdes patata, atún o huevo, todo acaba sabiendo asquerosamente igual. Por desgracia es lo mismo en cualquier faceta de nuestra vida, estamos continuamente midiendo cómo debemos comportarnos y sobre todo que debemos decir y que debemos callar. Todo eso nos convierte, además de en hipócritas, en seres vulgares, vacíos y planos.

Es patético pensar en todas esas veces que callamos y hasta mentimos para no herir los sentimientos de personas y colectivos que no merecen nuestra degradación como seres humanos. Eso por no hablar de todas esas situaciones en las que ocultamos nuestros gustos y preferencias porque es políticamente más correcto ver “La noche temática” que “Granjero busca esposa” aunque el segundo tenga algún millón más de espectadores que el primero.

Hubo una época de mi vida en la que la corrección política jugaba un papel poco importante, estoy hablando de mis afortunadamente finalizados años de estudiante. Entonces si el peor profesor de electrónica de la historia me preguntaba de qué me reía en clase podía contestar sin parpadear y con voz salida de ultratumba “¡quién se está riendo!”, y si los peores organizadores de fiestas me intentaban convencer de que era malo dar garrafón porque daba dolor de cabeza aunque ganáramos menos dinero les podía mandar al carajo sin el menor de los remordimientos. No era muy popular, pero me importaba un bledo.

Lo políticamente correcto es un lastre que nos impide desembarazarnos de todo lo superfluo. Gracias a lo políticamente correcto seguimos yendo a cenas de amigos con los que ya no tenemos nada en común. Gracias a lo políticamente correcto seguimos asistiendo a bodas de familiares con los que no compartimos más que el ADN. Gracias a lo políticamente correcto criamos niños consentidos y malcriados. Gracias a lo políticamente correcto no ahogamos a nuestros vecinos de urbanización en la fiesta de apertura de la piscina. Gracias a lo políticamente correcto somos empleados sumisos que no aportamos nada constructivo a nuestras empresas.

Cuánto mejor nos iría si mandáramos a nuestros falsos amigos al cuerno, si fuésemos a las bodas a las que realmente nos apetece ir, si tirásemos al vecino del tercero a la piscina y le dijésemos a nuestro jefe la verdad y no lo que quiere escuchar. Hago pública en este post mi voluntad de aquí en delante de pasarme lo políticamente correcto por el revestimiento interior de las dos gónadas masculinas. Veremos lo lejos que llego.

martes, 17 de noviembre de 2009

Gripe ¿A?



Al fin he encontrado la manera de disfrutar de unas merecidas vacaciones y no he tenido ni que negociarlas ni suplicarlas ni nada de eso, ¡qué va!, todo ha sido mucho más fácil, sólo he tenido que enfermar de gripe. Hoy en día es decir esa palabra y las puertas del cielo se abren de par en par, y no me refiero al sentido literal de la palabra, tocaremos madera, me refiero a que te dan un parte de baja más rápido de lo que tarda ZP en decir una cosa y luego rectificarla.

Aunque parezca increíble yo nunca había estado antes enfermo de gripe, de hecho rara vez he tenido fiebre en mi vida, mi temperatura corporal no suele superar los 36 grados, confirmando que soy un animal de mente calenturienta pero de sangre fría. Por eso cuando me he puesto el termómetro y he visto que casi tenía 39 me he acojonado y me he ido a urgencias.

Ir a urgencias es un poco como irse de misiones, te despides de la familia como si nunca más la fueras a ver, y es que lo que te pueda pasar allí y el tiempo que tardes en salir es impredecible. ¿Habéis pensado en por qué no dejan pasar acompañantes a urgencias? Pues está clarísimo, no es porque se masifiquen ni pamplinas por el estilo, total, ese es su hábitat natural, unas buenas urgencias que se precien deben tener sus pacientes quejándose de que llevan varias horas sin que nadie les atienda y sus filas de camillas en los pasillos, nada decora mejor un interior que una camilla con un anciano que lleva toda su vida cotizando a las SS. La verdad es que simplemente no dejan pasar a nadie porque no quieren testigos adicionales de sus tropelías.

Volviendo al tema en cuestión, me había hablado mi padre de un centro de urgencias cerca de casa en el antiguo ambulatorio del barrio, puestos a arriesgar mejor ir cerca que lejos y como ya contaba con que no me iban a hacer ni puto caso y me mandarían al hospital no tenía mucho que perder. Cuando he entrado estaba absolutamente vacío y he tenido que mirar bien todos los carteles por si me había equivocado de sitio o eran alucinaciones por la fiebre, pero no, lo ponía bien claro, centro de urgencias. ¡Acojonante! Antes hubiera creído ver a un orangután cantar ópera a semejante despilfarro en el servicio madrileño de salud. Está claro que Esperanza no está enterada de tamaña irregularidad en su programa de destrucción de la sanidad pública.

Al acercarme al mostrador una amable recepcionista me ha preguntado los motivos que me han llevado a perturbar su paz de monasterio, “creo que tengo gripe”, ha sido mi respuesta, al preguntarme por los síntomas he estado tentado de decirle que echaba rayos gamma por las orejas y escupía bolas de fuego, pero no, resignadamente se los he explicado. Existe un diálogo de lo absurdo que es parte de un protocolo que no comprendo, la respuesta de la señora seguro que la podéis adivinar todos a poco que os esforcéis, “pues tiene pinta de gripe”, ha dicho mientras me ofrecía una mascarilla, elemental, querido Watson. Ya deberíais saber que yo soy asocial y no tengo necesidad de establecer conversaciones de cortesía con desconocidos.

Más tarde al entrar en la consulta he disfrutado de algo que no sabía ni que existiese, un médico haciendo su trabajo en estado natural, sin prisas por tener que atender un paciente cada dos minutos. El diagnóstico, posible gripe A, no hay forma de saber si lo es o no sin hacer un análisis y con la que está cayendo ya no se hacen. El médico me ha contado también que esto de la gripe A es una milonga, que no deja de ser una gripe más y que no me preocupe, que en una semana estaré como nuevo. Eso espero.

De momento solo puedo decir que no es tan horrible el lobo como lo pintaban, estoy jodido, sí, pero creo que en dos o tres días estaré mejor. Ardo en deseos de ver las caras de pánico de mis compañeros de trabajo cuando me acerque a ellos, si se me ocurre estornudar igual provoco hasta algún ataque al corazón. Es paradójico pensar que no fui a México para no contagiarme de gripe A y al final la gripe ha venido a mí, lo que ha de ser ha de ser y además es inevitable, diría alguien. Lo que no es paradójico es que yo enferme de algo que comenzó llamándose gripe porcina y es que a todo cerdo le llega su San Martín.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Negociación



Comenzar a negociar es comenzar a perder y por tanto la negociación es el arte de perder lo menos posible. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos nos pasamos el día negociando, e incluso mientras que dormimos estamos negociando con nuestra pareja la superficie de la cama que nos pertenece a cada uno. El arte de una buena negociación se llama diplomacia, el de la mala coacción o chantaje y el de la pésima violencia. En resumen, la negociación es un proceso en el que suele ganar el que menos tiene que perder.

Empezamos el día negociando con el despertador, pidiéndole cinco minutos más, pero con el despertador no cabe ni la diplomacia ni la coacción, a los cinco minutos vuelve a sonar, es entonces cuando muchas veces se recurre a la violencia, estoy seguro de que existe un infierno en el que suenan sin parar despertadores estrellados contra una pared. Más tarde cuando salimos a la carretera, camino de nuestra prisión en régimen de tercer grado, seguimos negociando. Cada incorporación y cada cambio de carril forman parte de una negociación poco sutil, el “pase usted primero” que tendríamos delante de la puerta del portal se cambia aquí por recuerdos a la madre, cambios de luces, toques de claxon y ese gesto que normalmente se hace con el dedo corazón y que popularmente se conoce como peineta. En esta negociación el tamaño importa bastante, los conductores de la EMT son expertos negociadores.

En el trabajo es uno de los sitios donde más y peor se negocia. Se negocia con los jefes, pero esa negociación no es muy justa por lo desigual de las consecuencias, curiosamente nadie de la empresa lo llamaría chantaje, seguramente usarían el término “bien común”. Bien común es exactamente ese tipo de bien que satisface a todo el mundo menos a uno mismo. Por eso hacemos lo que nos dicen por estúpido que sea, si no lo hacemos pueden llegar a concedernos la libertad y la libertad tiene paradójicamente traumáticas consecuencias. Además se puede utilizar como arma adicional de la negociación que existen millones de hombres y mujeres libres deseando cargar con nuestras cadenas. Se negocia con los proveedores, esa pobre gente que no nos ha hecho nada pero a la que puteamos en el nombre de otros, se negocia con los clientes, esos hijos de puta en los que nosotros nos transformamos cuando nos toca jugar ese papel, se negocia con los compañeros por ver quién curra menos y quién vive mejor, a los que mejor negocian de todos les solemos llamar trepas y pelotas.

En casa se negocia aún más que en el trabajo, los motivos son todos los imaginables y alguno más. Normalmente si se llega a una casa se sabe quién es el mejor negociador porque maneja el mando a distancia y decide que canal de televisión se ve. Aunque parezca mentira en una casa los negociadores más duros son los niños. Los niños carecen de cualquier tipo de prejuicio moral y se mueven únicamente guiados por el egoísmo, no conocen palabras como tacto, disimulo o cortesía y o haces lo que quieren o se pondrán a chillar y a gritar, eso mientras te miran con una cara de desprecio peor que la que pondrían si te hubieran visto matar con tus propias manos a la madre de Bambi.

La convivencia en pareja es una negociación perpetua, es muy dura porque se disputa siempre en el terreno de juego de los sentimientos y está llena de medias verdades, medias mentiras y frases trampa que quieren decir todo lo contrario. Se negocia dónde se va de vacaciones, en casa de quién se celebra la nochebuena y la nochevieja, con los amigos de quién se va al cine, la película que veremos y si nos tomaremos las palomitas con queso o con caramelo. La negociación en pareja es complicada porque a veces tienes que volver a negociar después de haber cedido si los motivos del pacto no parecen suficientemente justificados. Está claro que en esos casos no se negocia para llegar a un acuerdo, se negocia por la negociación en si misma, da igual lo que digas, no vas a acertar ni a llegar a conclusión alguna, tanto pecarás por hablar como por callar. Una pista, esta situación casi siempre comienza con un “¿qué te parece si…?”, si lo escuchas ponte a temblar.

Los amigos tampoco se libran, los amigos son los antinegociadores, para ellos todo está bien mientras no se hable de una decisión firme, si les preguntas donde ir a cenar o a tomar una copa la respuesta será siempre “a mí me da igual”, pero es por supuesto mentira. Si es una decisión a tomar entre varios está será pospuesta sine diem por la indiferencia hasta que un valiente tome la iniciativa y proponga un sitio. Entonces es cuando comienza el juego, pero en este caso no es una negociación, es un linchamiento público, porque ese sitio será una mierda y todos conocerán uno mejor que por supuesto no dicen para no pasar a ser ellos el rival más débil. Las consecuencias de esto son cenas de navidad celebradas en pleno mes de mayo y despedidas de solter@ que tienen lugar el día de la comunión del nieto pequeño del contrayente.

Negociar es una maldición que tenemos que sufrir, pero es inevitable, yo lo detesto y saco fuerzas de flaqueza pensando que más vale una mala negociación que una buena tiranía, aunque muchas veces su frontera sea tan sutil como el aletear de una mariposa.