martes, 28 de diciembre de 2010

Propósitos de año nuevo

A pesar de ser un hombre de principios inamovibles he decidido dar unos retoques a mi vida el año que viene, es un buen momento para hacer la lista de los propósitos para el año nuevo:

1. Me vuelvo vegetariano, pero de los talibanes, solo comeré aquello que no pueda defenderse y crezca en el suelo.

2. Pienso votar a Esperanza Aguirre, he visto la luz, ahora profeso la fe verdadera, el liberalismo corre por mis venas.

3. Abandono a los romanos por los ostrogodos. ¡Viva Teodorico, muera César¡

4. Borraré la memoria de todos los canales de televisión menos el 24 horas de Gran Hermano, con dos cojones, sin anestesia.

5. Me cambio al Real Madrid, se terminó el perder en el derbi porque estoy hasta las pelotas. A partir de ahora la leche siempre merengada.

6. Me hago metrosexual, este verano, a base de depilación, oraciones y cremas, me veo como modelo de bañadores. ¡Abajo la ingeniería, arriba la lencería!

7. Abrazaré la monarquía como símbolo de justicia imperecedera, aceptaré los dictados de la genética y el poder del ADN por muy mezclado que esté consigo mismo.

8. Se terminó el rock, abandono el Spotify por el canal bakala de loca fm. Pon, pon, pon, tildo tildo, tildo, pon, pon, pon, tildo, tildo, tildo, tildo, tildo...

9. Abandono el alcohol, a partir de ahora las heridas siempre con agua oxigenada y con mucha mercromina.

10. Cierro el blog, ya está bien de tirar mi juventud escribiendo tonterías sin sentido.

Y al que no le guste que se fastidie, porque voy en serio, muy en serio, menos en lo del blog, porque a lo mejor todavía me lo pienso...

domingo, 26 de diciembre de 2010

El mensaje navideño del ser superior


Pongo la tele, es víspera de navidad y todavía no he cenado, lo digo para dejar claro que lo que a continuación sucedió no fue fruto ni del alcohol ni de una mala digestión, simplemente así ocurrió. Un supuesto ser superior me mira a la sobra de un árbol navideño, tiene mala cara, claro, que yo también la tendría si tuviera que pasar año tras año la misma papeleta. El ser superior está hinchado, tiene ojeras, balbucea, y al hacerlo deja entrever unos dientes que seguro que conocieron mejores tiempos, me recuerda a un roedor, me disgusta, a fin de cuentas yo soy republicano.

El ser superior comienza a hablar, le miro atento, le escucho, trato de entender lo que dice pero me cuesta trabajo, me concentro hasta establecer una conexión cerebral con su imagen pregrabada, entonces lo consigo, pero no solo comprendo sus palabras, también comprendo lo que representa. Escucho su arenga desvergonzada, quiere ser mi hermano pero no vamos a cenar juntos por año nuevo, quiere que compartamos con entereza nuestras penurias, pero yo solo quiero compartir las suyas, o por lo menos hacer la media, me habla de esfuerzo y de sacrificio, de que somos grandes y de que saldremos adelante, me habla de reformas, a mí, que he jugado siempre siguiendo las reglas que otros como él me impusieron, a mí, que he pasado siempre por el aro, a mí, que no entiendo que he hecho mal para que ahora tenga que arreglarlo. Echo de menos que regañe a los que la jodieron, pero antes resucitará el cochinillo que se tuesta en el horno, antes resucitarán al alimón todos los cochinillos que se asan en todos los hornos del planeta, antes llegarán saltando los besugos del barrio de Salamanca al Tajo y de allí al océano Atlántico, antes el turrón crecerá en los almendros y el mazapán florecerá el mes de marzo.

Sus palabras resuenan vanas, a mentirijillas, sé que le han escrito el guión, pero uno en la vida es reo de sus palabras, por muy postizas que sean, por eso el ser superior piensa “Señor perdónalos porque no saben lo que me escriben”, y lo más triste es que aunque lo supieran él no lo entendería porque desde su árbol de navidad los corderos se atisban más tiernos y más blancos. En esas estamos los dos, en medio de nuestra mutua incomprensión, cuando pienso en cuantas veces a lo largo del tiempo nos habremos (des)engañado, me siento mal y la cabeza comienza a darme vueltas, al principio despacio, más tarde rápido, más rápido, muy, muy, muy rápido. Y cuando todo para el ser superior ya no es el ser superior, es el rey Alfonso XI el que se lamenta, y yo sigo siendo un mindundi, por lo menos eso deduzco de mi vestimenta de harapos.

Alfonso me habla también de la crisis, a pesar de que echando unas cuantas rápidas parece que murió hace más de seiscientos años. Me cuenta que vivimos en una crisis global que asedia a toda Europa, en pleno siglo XIV, nos cuenta que cada vez más difícil alcanzar el equilibrio entre producción de alimentos y población, y más en plena reconquista. Me habla de hacer reformas estructurales porque el sistema agrícola tradicional se está viniendo abajo, me habla de que él y los nobles se van a dedicar a criar ovejas porque es la forma más fácil de ganar dinero en el floreciente mercado de la lana, convirtiendo a Castilla en un país sin industria, dominado por una aristocracia rural y dependiente del exterior en todos los productos manufacturados.

Como es un rey bueno nos cuenta que está muy preocupado por la situación de los pequeños campesinos, que son los que más sufren la crisis y son los más indefensos frente a la inflación y al alza de la presión fiscal, porque con todo el dolor de su corazón ha decidido que la reforma debe incluir privilegios a los nobles ganaderos en detrimento de los agricultores y del pueblo llano, pero por nuestro bien, que no nos enteramos, nosotros solo debemos mirar al frente y tener altitud de miras mientras que nos siguen desvalijando. Nos pide fortaleza, aunque no podemos seguir cultivando nuestras tierras y caemos en el desamparo y en la mendicidad, también nos pide que ignoremos el hambre de nuestros hijos no haciéndonos bandoleros ni provocando desórdenes sociales, como hacen los buenos cristianos. Porque a pesar de todo, y por mucho que le duela, él tiene pensado seguir comiendo caliente todos los días y no va a reparar en gastos, y como él los suyos, los nobles y la iglesia, que tienen consentidos los malos usos, ya sean indignos e infrahumanos, y añade que al que a pesar de todo se rebele, le cuelga, bondadosamente, para que deje de pasar penurias y malos ratos.

En esas estaba cuando el himno nacional me ha despertado, atónito ante todo lo que acababa de escuchar y vivir, ebrio de indignación y muerto de vergüenza ajena. Menos mal que la primera canción de Raphael me ha recordado que de Alfonso XI a Alfonso XIII, o a su nieto, que tanto monta o monta tanto, en este país va solo un salto.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Vuelta a la obra (... y feliz navidad)


Es la primera vez que escribo un post en un tren, bueno, creo que es la primera vez que escribo cualquier cosa en algo que se mueve, es una sensación extraña pero me gusta, como los trenes, me encantan, los que van lentos y dejan ver el paisaje y los que como éste van rápido pero parece que ni se mueven.

Hacía tiempo que no me movía de la oficina, era parte del objetivo que perseguía cuando acepté mi trabajo actual, moverme mucho menos que antes, porque hace unos años mi maleta y yo estábamos más de gira que un cantante de éxito. Pero creo que todo tiene una época para hacerlo, y la mía ya pasó, por mucho que mis jefes traten de convencerme de que haga la maleta y me vaya a eso que en el mundo de los ingenieros se llama puesta en marcha, pero que su equivalente en el mundo real es morir por Dios y por la patria. De momento resisto en la oficina, aunque ahora que no me lee nadie puedo decir sin problemas que estar en la oficina me mata.

La verdad es que ser ingeniero para terminar moviendo papeles es algo lamentable, y que me perdonen mis compañeros que hacen del apalancamiento un arte, pero de ahí al funcionariado en empresa privada va un paso. Lo ideal es ir alternando un poco las etapas de oficina con las etapas en obra, pero claro, aquí o una cosa u otra porque al final si dices que te gusta salir te acaban encasillando y vuelta otra vez a las andadas. Por mí estaría encantado pero ahora tengo una familia y sobre todo un hijo al que me gusta acostar después de pelearnos un rato. Es importante tener esto muy claro, porque la gente que hace de ello una forma de vida no sé si acaba mal, eso habría que preguntárselo a ellos, pero sí que acaban la mayoría divorciados, cincuentones y con cierta tendencia a la vida disipada, es decir, al vino y a las putas.

Sin embargo cuando se te mete el gusanillo de la obra no se te va aunque pases cien años sin ir a ella. A mí se me pone la carne de gallina cuando después de llevar un montón de tiempo pensando en algo, dándole vueltas, discutiéndolo y hasta llorándolo, llegas a un sitio para ponerte un casco, unas gafas y unas botas de obra y allí está, con cientos de personas construyendo lo que has ayudado a parir, moviéndote por una instalación en la que nunca has estado como por tu propia casa porque conoces de memoria los planos, y la realidad es esa, por mil problemas que existan, te sientes importantísimo y partícipe de algo.

Porque la sensación que se tiene entonces es impagable, la satisfacción de ver funcionar algo que has parido y pensado, un privilegio que no todo el mundo tiene, una sensación de ser útil para algo, por mucho que últimamente me sienta más insignificante que el rabo de una lagartija. Y no solo es satisfacción, es como un chute de adrenalina, el cerebro se pone en guardia y empieza a funcionar más deprisa, los ojos se aguzan y estás alerta a todo. Es una especie de instinto, algo que no sabes que está ahí pero que por mucho, muchísimo tiempo que pase sacas en un momento, es como montar en bicicleta aunque no hayas dado pedales en años.

Con esa sensación vengo, lleno de dudas y temores, los temores propios del trabajo, aunque eso es solucionable con dinero, y con tiempo, es un principio universal de los proyectos, todo es solucionable con tiempo y dinero, pero no es mi temor principal, lo que me da vueltas es saber hasta cuanto podré resistir sin que me den otro billete de tren sin retorno inmediato, porque tengo todas las papeletas para ser desterrado al paraíso de los pescados, las paellas y los arroces y ahora mismo no puedo. Me da pánico pensar que ahora que estoy tan a gusto en mi nido de arañas a alguien se le ocurra poner patas arriba mi vida sin tenerme en cuenta. Y yo lo entiendo, son solo negocios, pero ahora no puedo.

Así que cruzaré los dedos mientras que disfruto de mis no vacaciones de navidad, porque me he autocastigado sin vacaciones a ver si arreglo en estos días de paz el carajal en el que se está convirtiendo el proyecto. Son las “ventajas” de organizarse uno mismo el trabajo, menuda mierda, pero no me quejo pensando en la que está cayendo por ahí fuera. Y aunque no soy precisamente el espíritu de la navidad admito que un cinco por ciento de mí llega a ponerse tierno estos días, desde esa pequeña fracción de mí mismo, sea un pié, una oreja o el mismísimo duodeno, os deseo feliz navidad y, aunque espero escribir algo antes, feliz año nuevo.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Se armó el Belén


Belén, una noche de invierno, cerca de un portal

Una pareja venida de Galilea trata de refugiarse del frío junto con su bebé recién nacido en un pesebre, una mula y un buey completan la bucólica escena. Se ha corrido el rumor por toda Judea de que ese niño es el mesías al ver una estrella aparecer junto al sol naciente, eso al menos afirman los tres reyes magos que a lomos de sus camellos han peregrinado desde oriente. Atraídos por la buena nueva pastores, campesinos y artesanos se agolpan en los alrededores del portal.

Todo es paz y felicidad junto al nacimiento, solo se escuchan los cantos pastoriles, los balidos de las cabras y el runrún de un arroyo de aguas claras en las que morenas lavanderas hacen la colada. Pero de repente algo cambia, gritos de pavor se elevan al cielo por doquier, las cabras huyen despavoridas, los pastores reclaman auxilio a la legión romana acuartelada en la ciudad, las lavanderas se lanzan sin pensárselo al río, ¿qué ha podido suceder para que tal apocalipsis se apodere del paisaje?

La respuesta se hace evidente cuando un claro se hace en mitad de la pradera. Tres extraños guerreros, entre furiosos y desconcertados, se alzan majestuosos sobre una pila de pastores y campesinos mutilados. Nadie ha visto nada parecido, su aspecto es desconocido para todos, así como sus ropajes y su colorido, son la viva estampa de la desolación. No van armados pero han utilizado sus propios brazos para sembrar el terror, ante su fuerza sobrehumana los pocos que se han atrevido a hacerles frente han sido descuartizados.

A lo lejos comienza a verse la polvareda que, inconfundiblemente, solo puede levantar la infantería romana. La guarnición de Belén ha salido a campo abierto para comprobar que hay de cierto en el inverosímil relato que algunos pastores catatónicos, al llegar al campamento, han narrado al legado. Son 500 de los peores soldados de la infantería auxiliar que han sido destinados a mantener la seguridad allí donde nunca pasa nada. La vida sedentaria y el vino abundante les ha hecho gordos y perezosos, demasiado para afrontar con cierta garantía el peligro que se les viene encima. Pero ellos todavía no son conscientes del peligro que corren sus miserables vidas.

El legado, prudentemente, les ha hecho avanzar en formación cerrada y con las jabalinas en la mano, no quiere sorpresas, máxime cuando un reguero de cadáveres y destrucción se va mostrando a su paso. Piensa en chacales, en hienas, tal vez en algún león que presa del hambre se ha atrevido a internarse en la ciudad, desde luego lo último que podía imaginar era la visión de tres enormes guerreros de más de dos metros y el cuerpo azulado. Sin dudarlo manda lanzar las jabalinas, pero apenas una docena alcanzan su objetivo, y de éstas no más de cuatro o cinco consiguen realizar algún daño. Se promete que si salen de ésta con vida les tendrá un año lanzando jabalinas a un saco.

Los guerreros no rehuyen el combate y con ferocidad atacan a los legionarios que por docenas son desmembrados. Pero el cansancio y la desigualdad numérica poco a poco hacen mella en los guerreros, igualándose de esa manera el combate. Una lluvia de mamporros, espadazos y hasta de escupitajos cae sobre los majestuosos guerreros que, tras matar un par de cientos de romanos, hincan la rodilla exhaustos. La primera intención del legado es hacerles matar allí mismo, la segunda llevárselos al gobernador, pero en su cabeza se enciende una luz, no los llevará al gobernador, esa rata decadente que le tiene muerto de asco en ese rincón del inframundo, no, se los llevará al rey Herodes, está seguro de que bajo el favor de Herodes, enemigo inconfeso del gobernador, pronto volará más alto.

Jerusalén, palacio de Herodes, poco antes del anochecer

Un guardia entra corriendo en los aposentos del rey que, ensimismado, se arranca con la precisión de un arquero nubio los pelos de la nariz, el guardia tiene la cara desencajada y la sangre helada en sus venas, no puede apartar de su mente la horrible visión de los horribles monstruos que han llegado al palacio como venidos del Hades, sin duda los dioses les han castigado.

- Majestad, los prisioneros capturados en Belén acaban de llegar, parecen muy peligrosos, los romanos han perdido a cientos de sus mejores soldados antes de ser capaces de cubrirlos con cadenas. Estos guerreros son de una fiereza y un aspecto desconocido hasta ahora, o los dioses se vengan de nosotros o es algún sucio truco de los narizotas para amedrentarnos.

- Los romanos pagan tu rancho y esta bonita corona, harías bien en contener más tu sucia lengua si es que quieres seguir luciendo sobre el cuello esa estúpida cabeza, ¡pasad a los prisioneros! - dice orgullosamente Herodes – ya veremos si es tan fiero el león como lo pintan.

El ruido de las cadenas al arrastrarse contra el suelo de piedra inunda poco a poco la habitación, unas sombras proyectadas por la luz de las antorchas irrumpen en la sala, tras ellas unos furiosos guerreros hacen acto de presencia, Herodes les mira con el rostro desencajado, no, esto no puede ser obra de los romanos, admite en su interior, es cosa del más allá, los dioses romanos se deben haber vuelto locos, o el dios de los judíos, igual le da, una cosa es esperar al mesías y otra a estos esperpénticos combatientes. Armándose de valor pregunta:

- ¿Tenéis que ver algo con la estrella que surca el cielo de oriente a poniente, esclavos? – ruge el rey Herodes tratando de disimular el miedo que le invade por dentro – ¡ya tengo bastante con lidiar con los tres reyezuelos venidos del este y su pléyade de seguidores!, está Belén mas concurrido que el oráculo de Delfos.

- Ciertamente hemos visto a la estrella y a los reyes que nombráis – dice con voz de ultratumba el que parece ser el líder de todos ellos – es más, al vernos llegar los camellos han corrido despavoridos atropellando a su paso pastores, ovejas y algún que otro carnero, al resto nosotros mismos los hemos despachado. Sin embargo nada tenemos en común con ellos.

- ¿Pero entonces quiénes sois?, ¿de dónde venís?, ¿acaso sois idumeos, asmoneos, nabateos, hebreos, macabeos o filisteos? – pregunta Herodes con perplejidad.

- No conocemos ninguno de esos pueblos, nosotros somos los invencibles señores de la naturaleza, nuestro pueblo es el del mar, mi nombre es Nobilmantis, señor de los mares, ellos son Medusantica y Tantartica, venimos de una isla lejana, pero no sabemos muy bien cómo hemos llegado hasta este reino.

Herodes se mesa las barbas con preocupación, ha escuchado las leyendas que hablan de la invasión de los pueblos del mar y de cómo arrasaron todo a su paso, no, no puede haber piedad para ellos, no pueden volver a su patria y volver con refuerzos, jamás nadie podrá amenazar los tesoros que se ocultan en el templo del rey Salomón, la decisión es clara, no volverán a ver la luz del sol.

- Llevadlos a las mazmorras y ejecutadlos al amanecer – sentencia Herodes – que sus cuerpos se pudran al sol donde todos los vean, que sirvan de ejemplo a dioses y mortales, que hasta los romanos teman el poder de mi cetro.

Los soldados atemorizados no dudan en seguir las órdenes del títere rey romano, llevan a las profundidades de palacio a los prisioneros que nunca más volverán a ver la luz del sol, tampoco el legado romano.

Alcorcón, finales de diciembre, casa de Dani un domingo por la mañana

Dani, volvió la vista de nuevo al portal, había quedado churuli, churuli, mejor que ningún año, lo tenía clarísimo, los mayores no tienen ni idea de cómo decorar un Belén. Mira satisfecho al niño Jesús durmiendo plácidamente en su pesebre, al burro y a la mula que yacen victima de un infarto con las piernas hacia arriba, los reyes magos sin camellos amontonados junto a los pajes, las ovejas y cabras desperdigadas por el belén, el parqué y la alfombra, los pastores desmembrados, las lavanderas caídas en el río y la mayoría de los soldados romanos descuartizados.

De repente escucha la voz de su madre llamándole desde la cocina:

- Daniel, ¿se puede saber qué estás haciendo tan calladito?, miedo me das cuando no te siento hacer ruido – afirma su madre con la seguridad que solo puede nacer de la experiencia - ¿no me estarás liando alguna?, ¡que te conozco!

- No mamá – miente Daniel – solo estoy ayudándote a decorar el belén, ahora está mucho más bonito que antes.

La madre de Daniel, asustada, deja de limpiar las plumas del pollo que hará en pepitoria para almorzar y corre al salón sabiendo que algo malo, muy malo, acaba de pasar. Sus peores temores se confirman cuando llega delante del portal y ante sus ojos se presenta el escenario de una brutal batalla. El paisaje es desolador, trozos de musgo cuelgan del equipo de música, el falso río ha cambiado su cauce y ahora transcurre por la alfombra, el perro mordisquea tranquilamente las patas de los pastores, pero no es lo peor, ni mucho menos, cuando mira el portal ve algo que la deja patidifusa, no le salen ni las palabras del cuerpo y a duras penas consigue exclamar:

- ¡Daniel!, ¡¡¡¿Qué hacen esos Gormitis crucificados en el portal de Belén?!!! - pregunta dando un alarido que retumba a varias manzanas a la redonda.

- Nada mamá, los Gormitis han sido muy malos y el señor de la barba les ha castigado.

Mientras que respira hondo, conteniendo las ganas de asesinarlo, piensa en que a lo mejor no era mala idea lo de apuntar a Daniel a clases de religión, ya es el segundo año consecutivo que confunde la navidad con la semana santa.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Cuando no te quieres


El peor desamor que existe, aunque parezca mentira, no es aquel que viene de un corazón ajeno, ni mucho menos. Que te rompan el tuyo es una gran putada pero da igual si te quieres morir mortificándote a base de latigazos, copazos o escuchar boleros, no lo vas a conseguir porque tarde o temprano se te a terminar el tango, aunque el trance te deje una herida y una fea cicatriz que duele en invierno. No, ese no es el peor tipo de desamor.

Existe algo mucho peor y mucho más doloroso, dejarse de querer uno mismo, hasta un punto en el que todo te da absolutamente igual, en el que no eres más que una hoja que caprichosamente mueve el viento, hasta el más absoluto desprecio, hasta llegar al abandono dejándote morir. Imagino que existen muchas formas de despreciarse, evidentemente yo no las conozco, y no me estoy refiriendo al suicidio, que hasta me parece una salida fácil, no, me refiero a algo más complicado, sin duda mucho más perro. Me refiero a esa caja de Pandora que nunca deberíamos abrir, en la que habitan nuestros fantasmas y todo aquello que nos hace vulnerables, porque siempre lo digo y lo vuelvo a repetir una vez más: todos tenemos algo que nos hace temblar, todos tenemos algo que nos avergüenza y que nos mortifica, todos tenemos un armario donde escondemos nuestros muertos.

Cuando ya no te quieres te ves atraído por ello como un insecto por un farol, es una especie de imán de polo opuesto, el punto central de un sumidero, la desembocadura de la voluntad, la rendición incondicional de la razón y el gobierno por el desgobierno.

Cuando ya no te quieres te da igual lo que piensen los demás, lo que te digan los demás, lo que sientan los demás, y lo que es infinitamente peor, lo que le duelas a los demás.

Cuando ya no te quieres eres como un árbol hueco, como un barco a la deriva, como una carta sin sello, como un beso que encuentra el aire, como abrir los ojos estando ciego.

Cuando ya no te quieres eres cristal y eres hielo, eres transparente y opaco, eres bemol y sostenido, la ley y la trampa, el verdugo y el reo.

Cuando ya no te quieres el sol ni nace ni muere, el reloj cuenta absurdos segundos eternos mientras que la ruleta avanza sin que la bola llegue nunca a caer, girando y girando por el carrusel del movimiento eterno. Pero no se puede jugar a la ruleta para siempre, sobre todo si sigues apostando todo al rojo y tu futuro es el negro.

Yo una vez dejé de quererme siendo querido, me dejé llevar por mis infiernos sin importarme el precio y me dejé un trozo de vida que algún día echaré de menos, hasta que desperté solo de la pesadilla arrepentido y muerto de miedo. Ha llovido un mar desde aquello y la marca que me dejó la sigo teniendo, por eso me duele ver a alguien que deja de quererse, me dueles tú que estás tan cerca y a la vez tan lejos. Por eso, y aunque no me vas a escuchar, no dejes que empiece una canción tras otra sin darte cuenta, porque se te acaba el tiempo, porque es una pena verte así, porque no es justo, porque pase lo que pase y hagas lo que hagas te quiero y te seguiré queriendo.

Dame la mano y ofréceme este baile, déjate llevar por la música para que cuando dejé de sonar caiga el telón y despiertes del sueño, para que empieces de nuevo, para que empecemos de nuevo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Historia increíble que nunca sucedió

Nota: Este relato no me gusta nada de nada, es fruto de una tarde de depresión, bueno el tema tampoco ayudaba, a contracorriente, pero si he publicado los relatos "buenos" es de justicia desempolvar los malos...

Juan García García era un hombre gris y vulgar, tan vulgar como su nombre. Lo supo desde el mismo momento que vino al mundo al ver reflejados en los ojos de la comadrona sus cincuenta centímetros y sus tres kilos ciento cincuenta gramos. Nadie le llamo guapo, nadie le pellizco en las mejillas, ni siquiera mintieron diciendo que era un niño gracioso o simpático. No, lo único que escuchó fue a su tío Mariano murmurar en bajo que el jodio niño tenía cara de inspector de hacienda, y el tío Mariano nunca se equivocaba, todos asintieron. Solo su madre le acarició la cabeza mientras por primera vez le ofreció un pecho seco como el corcho y con sabor a poliespan.

Juan recibió una educación sobria y austera, casi podría calificarse de espartana, sin la compañía de un hermano y rodeado siempre de adultos que nunca reparaban en su presencia. ¡Y cuánto hubiera deseado ser invisible!, sobre todo en el colegio, donde era la victima recurrente de las burlas de sus compañeros. Las collejas y capones le forjaron el alma, la alegría de la infancia murió aplastada sobre el yunque de la incomprensión, por eso, desde niño, comprendió que su vida no sería como la de los demás, a él le tocaría pelear y girar en el sentido inverso de la órbita terrestre. Buscó refugio en los libros y leyó compulsivamente, persiguiendo respuestas, pero solo encontró nuevas preguntas hasta comprender que lo que él necesitaba saber no se podía encontrar en los libros. Fue su primera lección aprendida.

Y se le quedó grabada a sangre y fuego, existían personas para las que todo era fácil, a las que el éxito les venía rodado, y él no era una de ellas, él era un salmón. Tan amargo era su pensamiento que se convirtió en obsesión, en un deseo brutal por ser querido y aceptado fabricando un personaje imaginario que suplantaba su verdadera personalidad. Luchó con todas sus fuerzas por ser parte de la tribu, aprendió a ser ingenioso y a llamar la atención, o eso creía, porque a los ojos de los demás nunca pasó de ser un estúpido bufón, el hazmerreir, el payaso de las tortas. Pero se inventó que no le importaba, que si no lo pensaba no le dolería y se lo creyó y lo llamó normalidad. No lo era.

Estudió una carrera y aprobó unas oposiciones, de inspector de hacienda, por supuesto, para gran regocijo de su tío Mariano que se colgó la medalla dorada del ya lo decía yo. Juan fue todo lo que no quería ser, sin ni tan siquiera saberlo y, aunque de puertas para afuera de su verdadero yo todo parecía ir bien, se abrió en su interior una sima que separaba a sus sentimientos reprimidos de su caparazón prefabricado, una fractura que cada día se iba haciendo más grande, sin poderlo remediar. Su vida se convirtió en un río de aguas profundas que irremisiblemente le arrastraban a un sumidero del que era imposible escapar.

Y llegó el día en el que Juan no pudo más, su cerebro dijo basta y decidió, sin preguntarle, olvidarlo todo. Fue una renuncia voluntaria del subconsciente, una desconexión de los sentidos que se volvieron incapaces de acceder al cofre de los recuerdos. Paso una hora, pasaron dos, llegó la noche, amaneció, volvió a anochecer y Juan no acumuló ningún recuerdo nuevo, solo era consciente de su existencia, pero ésta ya no le pertenecía. Fue entonces cuando desapareció la indiferencia, cuando se hizo invisible la ausencia de amor y, aunque no pudo adivinar cómo había llegado a esa situación, sintió un gran alivio, un deseo infinito e irresistible de dejarse llevar.

Notó que la corriente del río le arrastraba a favor, que solo tenía que dejarse llevar, era el triunfo del olvido, el salmón había muerto, por fin era libre.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El monstruo comelotodo


En mi casa comienzan a suceder cosas extrañas, muy extrañas.

Al principio no me preocupé mucho, eran cosas pequeñas, casi sin importancia. Por ejemplo, mi ropa empezó a menguar, mis cinturones a encoger, algo de locos, digno de un mago hijoputa empeñado en hacerme pasar por una morcilla de Burgos o de un fabricante de botones haciendo un estudio de resistencia de materiales. Mi mujer dice que es culpa de la nevera y su contenido pero yo no la creo, seguramente está compinchada con el mago o el botonero, lo sé porque se empeña en llenar al pobre frigorífico de cosas incomestibles si no eres Blitzen, el segundo reno de Santa Claus, pero no se van a salir con la suya. Pienso fabricarme un zulo secreto en el que guardar galletas y fiambres, mi sitio favorito es el hueco que queda en la salida de humos de la caldera, aunque primero tendré que desalojar a la familia de gorriones que se obstina en pasar allí el invierno. Y si los botones siguen explotando que se j**** (joroben)

También tenemos nuestro fantasma, posiblemente el del antiguo dueño de la casa, ese rey del bricolaje capaz de hacer armarios empotrados en la cámara de aire de la fachada. Se ve que como le fastidió que tapé esos metros cuadrados útiles ganados a la nada, incluyendo unas baldas que había creado retirando unos ladrillos de la pared que une la cocina y el baño (cómo se descojonó el instalador de la cocina cuando al descolgar los muebles la pared se le vino abajo y tuvo hasta que encofrarla), su alma en pena recorre los pasillos puteando a mi perro, de nombre Tito y de apodo “El imbécil”. Si no conoces a Tito la verdad es que puedo parecer un ser sin sentimientos por llamarle así, pero es que el nombre se lo ha ganado a pulso, a ver, ¿alguien ha visto a un perro correr, mirar a un lado y estamparse contra una farola?, pues ese es Tito, el mismo que, de repente, en mitad de la noche y sin avisar da un salto acojonado imagino que por la presencia del fantasma. Ahora me he acostumbrado, pero al principio se me salía el corazón de su caja.

Sin embargo todos son unos aficionados si los comparamos con el verdadero protagonista de esta historia, el monstruo comelotodo. Podría pensar que es el difunto dueño de la casa con un pluriempleo, además del de asustar perros, pero qué iba a hacer ese pobre con nuestros abalorios, ¿poner un mercadillo en el purgatorio?, pues como comparta barrio allí con el chino que oficialmente nunca murió o se harta a hacer horas o lo va a llevar claro, seguro que lo de la globalización llega hasta a los espectros, ¡qué horror!, me veo comiendo ternera con bambú y salsa de ostras hasta después de muerto. Por eso, descartado el fantasma, siento que tengo el deber moral de admitir la existencia del monstruo comelotodo, esa urraca invisible que habita en nuestro minúsculo piso de dos habitaciones y escasos sesenta metros cuadrados, cámaras de aire excluidas, y sin trastero, ese pisito de soltero que el pelotazo del ladrillo y mi falta de liquidez han reconvertido en residencia familiar.

Curiosamente cuando vivía solo nunca reparé en él, si me faltaba algo lo achacaba a un exceso de alcohol en la sangre y punto pelota, las reglas eran sencillas, el mundo un lugar más justo. ¿Cómo entró en mi casa y en mi vida? Existen diversas teorías, todas ellas descabelladas, pero tras minuciosas investigaciones la más veraz es que se ocultaba en modo de larva entre las páginas seis y siete del libro de familia, una vez que lo guardamos en el cajón de guardar las cosas importantes, aprovechando que se estaba calentito y bien, se desarrolló, se hizo fuerte y comenzó sus fechorías. De cachorro se entretenía con pequeños hurtos sin importancia, descabalaba parejas de calcetines, me birlaba alguna corbata, divertimentos de chico travieso. Después fue afinando, se atrevió con documentación varia, con mi mp3, dos veces, con libros y películas, casi siempre mis favoritos, una cámara de fotos, unos pantalones de la talla cincuenta que solo me puse una vez (os prometo que con esto tuve que escuchar que en algún sitio me los habría dejado, claro, como si uno volviera a casa sin pantalones todos los días). El muy cabrito empieza a atreverse con todo.

Pero el colmo de los colmos ha sido este año, el monstruo comelotodo se ha superado y se ha comido los adornos navideños del año pasado. Sí, tal cual, se ve que en una noche loca se dedicó a engullir bolas de colores y guirnaldas, campanas y cascabeles, luces multicolores y lo que es peor, la estrella de cinco puntas que coronaba el árbol, especialmente difícil de tragar y por supuesto mucho más molesta de expulsar. Con eso se ha atrevido el bellaco, y me temo que como no haga algo al respecto el año que viene no va a dejar ni el árbol. Resignado a aceptar su presencia he ido al ayuntamiento a empadronarlo por si conseguía alguna subvención, un subsidio o algo relacionado con la ley de la dependencia, pero se han reído de mí y ante mi insistencia unos guardas de seguridad con muy malos modales me han desalojado.

No puedo más, he tratado de negociar, le he pedido que me devuelva las guirnaldas a cambio de un repollo y de una lombarda pero se ha negado, para colmo ha insinuado que conoce el nido de los gorriones, el mamonazo. Estoy desesperado, necesito ayuda, si alguien sabe como puedo deshacerme de él por favor que me escriba, referencia “Olegario”.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Del pudor y otros animales


Los blogs pasan por fases, como las personas, como la vida, creo que les pasa a todos los blogs, por lo menos a los que yo leo, por tanto, ¿cómo no le va a pasar al mío? si soy una veleta. Llevo una semana sin darle a una tecla y no es por falta de ideas, al contrario, se me ocurren montones de gilipolleces de las que escribir, pero es precisamente por eso por lo que no me pongo, porque me parecen todas banales y sin sustancia, vamos básicamente como ha sido esto siempre, una sarta de tonterías. ¿Por qué no las escribo? Pues me ha dado un ataque de pudor.

Y la cosa es peliaguda, ser pudoroso y tener un blog es tan incompatible como la presencia de vida en marte, me refiero por supuesto a la vida inteligente, porque me apostaría hasta el último céntimo de la devolución de hacienda que nunca llega a que ZP sería capaz de vivir en la atmósfera marciana disfrazado de alienígena cual vulgar Mortadelo. Total, seguro que su cerebro no necesita oxígeno para vivir, acostumbrado a vivir entre la mierda seguro que ya se alimenta de combustible y oloroso metano. Sé que mis palabras suenan a despecho, y con razón, pero me consuelo pensando que la indiferencia es un camino de ida y vuelta, bueno y también pensando en cómo van a putear sus compañeros a Mariano cuando sea presidente (aprovecho aquí para crear una leyenda urbana que dice que si escribes juntas las palabras Mariano y presidente además de que el word te las subraya en verde la pantalla explota y un i-ladrón te limpia la cuenta del banco).

Pero ese no es el tema, que ya lo será y me relamo de placer esperando, el tema es que a buenas horas me da vergüenza contar mis pedaladas, después de año y medio. En general soy una persona a la que le gusta pasar de puntillas, cuanto más desapercibido mejor, más por complejo que por prudencia, porque el exhibicionismo desde luego que no es lo mío, por motivos antropomórficos y de higiene mental, ya lo avisaba en mi primer post: “Es mejor que desnude mis ideas que mi cuerpo. Por lo menos es estéticamente más agradable, aunque no mucho”. El caso es que estos días de puente abría el ordenador y cuando me enfrentaba a la fatídica hoja en blanco todo me parecía banal, historias impropias de ser contadas en un país sumido en el caos y en pleno estado de alarma, no es que me lea mucha gente pero me ha parecido de mal gusto escribir estupideces y hacerle competencia desleal a los periódicos.

Sí, porque la prensa escrita es un circo, se les ha olvidado contar las noticias, ahora es un conjunto de corta y pegas mal escritos y absurdos, nada de información y sí mucha opinión dirigida, curiosamente, a los que ya están convencidos. Como debe ser muy duro sobrevivir sin cubrir gastos en este mundo digital, y no me refiero a digital por los bits, los bytes, los ceros y unos, no, es digital porque escriben al compás que les marca el lobby (feroz) que les sujeta y sustenta metiéndoles el dedo por el ano. Además para ponerle algo de salsa, mientras que nos salta el anuncio del banco de turno, se han inventado los comentarios, que es algo así como las antiguas cartas al director en versión cañí y barriobajera, leerlos es como darse un baño de estiércol. Es algo que me aterra, porque pensaba yo tan feliz que la culpa de todos los males de este país era de la LOGSE, pero no, es algo que debe venir de mucho más lejos porque los de la LOGSE ni se molestarían en leer un periódico, ellos, salvo honrosas excepciones, encuentran la información más veraz en La Noria. De escribir ni hablamos, solo por SMS en ese lenguaje nuevo que yo no entiendo.

Tentado he estado de reconvertir el blog para realizar una labor evangelizadora y misionera, pero no de la palabra de Dios, sino cambiando la Biblia por un diccionario, eso sí, lleno de ilustraciones y una gramática nivel elemental con ejercicios resueltos. Porque vale, yo también atento a menudo contra la puntuación y la ortografía, pero en mi casa, sin tratar de esparcir mi supuesta sabiduría aprovechándome de ventanas de terceros que solo están allí para iluminar el circo de los horrores o tal vez de aviso a navegantes para que de verdad sepamos cómo es le mundo que nos rodea, para que lo entendamos, para que conozcamos todo lo que puede urdir el cerebro humano refugiado en el anonimato. ¡He visto la luz!

Porque posiblemente esa sea la clave de todo esto, el anonimato, refugiarse detrás de un personaje que nosotros mismos hemos inventado, por ejemplo Juanjo_ML, pero incluso sabiendo que yo mismo soy un personaje de ficción me he bloqueado y por unos días me ha dado vergüenza seguir. Nunca he contado nada excesivamente personal, bueno, eso es mentira, he contado cosas muy personales pero muy poco comprometidas, a eso me refiero, y no porque me comprometan sino por mero pudor, el mismo que ahora me hace plantearme si mis pequeñas miserias cotidianas le pueden interesar a alguien, si mis reflexiones de tres al cuarto no me convierten en objeto de mofa para mentes más avispadas. O a lo mejor he tenido demasiado tiempo libre y me ha dado por pensar demasiado.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Diez fobias y un chuletón


I - No me gusta la adulación, sí que me gustan los chuletones, con hueso a ser posible y bastante crudos, casi vuelta y vuelta, sin embargo los chuletones no los cato por mucho que me pasen la mano por el lomo, creo que a este paso el número de chuletones que voy a comer cuando el número de adulaciones sea infinito tiende a cero.

II - No me gusta que fuerzas malignas se disputen los mis despojos como si a mí no me fuera nada en ello. No me gusta ser un vendido como si fuera la guarnición de un chuletón que después de morderlo un poco van a tirar al perro del cocinero. No me gusta no tener voluntad propia y sonreír por ello.

III - No me gustan los remilgos, ni las formas, ni hacer teatro, ni el paripé, ni el peloteo. A pesar de ello me podéis llamar garganta profunda. Y me han felicitado por la felación, creo que si sigo así algún día seré digno de comer chuletón acompañado de un chupito de orujo para mejorar la digestión y quitarme el mal sabor de boca y hasta algún pelo.

IV - No me gustan los arquitectos, como a cualquier ingeniero, los desprecian, es algo genético, como los franceses desprecian a los españoles, como los españoles desprecian a los portugueses, aunque escribirlo no sea políticamente correcto. Curiosamente nadie desprecia a un chuletón, salvo que te alimentes únicamente de brotes de soja y hojas de berro.

V - No me gustan las chicas a las que su jefe llama Catalina en lugar de por su nombre y no tienen valor de corregirlo. No me gustan las Catalinas que se montan en el asiento trasero de un Jaguar poniendo cara de novicia a punto de cruzar los alpes y consumar el pecado con don Serio. Sobre todo si se comen mi chuletón y son arquitectas.

VI - No me gustan los gargantas profundas que venden motos a clientes que solo han venido a comerse el chuletón. No me gusta que luego le digan a mi jefe que la chupo muy bien (con perdón) mientras que con sus afilados cuchillos cortan tiernas lonchas de carne a cientos de metros de mi tupper frío y reseco.

VII - No me gusta que mis jefes me recuerden que el lenocinio es parte de mi aprendizaje laboral. No me gusta entenderlo y asumirlo. No me gusta admitir que vendo mi alma por un chuletón virtual. No me gusta vender mi dignidad por un sueldo. No me gusta sentirme como una meretriz sin cobrar a la altura de los méritos.

VIII - No me gusta ser pobre y no poder comprar mis propios chuletones prostituyéndome si hace falta en el intento. No me gusta que la gente sepa que soy pobre y que se me puede comprar. No me gusta que se me note. No me gusta que los colores tengan miles de nombres y texturas y que una diseñadora de interiores austriaca piense que eso es más importante que el fondo de lo que he hecho.

IX - No me gusta estar a dieta, prefiero el chuletón a la pescadilla, el ribera al agua mineral, la tarta de manzana a la fruta. No me gusta tener lujos más caros que mis ideales, tan caros que me obligan a renunciar a ellos diciendo que el negro antracita es ideal y hablando de la luz, el volumen y todos sus muertos.

X - No me gusta este post. No me gusta pensar que últimamente me gusto muy poco, que escribo cada vez peor y que me cuesta mirarme en el espejo. No me gusta no saber que es un puto Passpartout y que mi chuletón pueda depender de ello.

domingo, 28 de noviembre de 2010

De la paciencia


Paciencia. (Del lat. patientĭa).

1. f. Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.
2. f. Capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas.
3. f. Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho.
4. f. Lentitud para hacer algo.

Esta semana comentaba en una charla de café del trabajo que mi apariencia engaña. No sé por qué existe el falso tópico de que los gordos somos personas tranquilas y pacientes, bueno, también existe el de que somos personas felices y bonachones, pero creo que de esa mierda ya he hablado suficiente. Imagino que la tranquilidad viene asociada al concepto de lentitud, vale, a lo mejor físicamente somos algo lentos, de hecho no me veo compitiendo ni en una carrera de sacos, pero si la tranquilidad no es una magnitud física creo que queda todo dicho, se puede ser gordo y un manojo de nervios, sirva yo de ejemplo.

No tengo claro si el concepto de tranquilidad va unido al de paciencia, deben ser cosas distintas pero no se puede ser paciente si no se es tranquilo. Yo, ni soy tranquilo ni soy paciente, ya es lamentable tener cromosomas XY (a partir de ahora leído equis ye, joder, lo que me va a costar) y no poder desconectar el cerebro ni cinco minutos para pensar en nada, como para encima pasarme el día de los nervios recordando todo lo que está por venir. Creo que esa es la definición de ansiedad pero no podría afirmarlo, a fin de cuentas yo soy de ciencias puras. Vivo deseando estar ya en el siguiente segundo y eso no debe ser nada bueno porque es un desprecio al presente que hipoteco al futuro que de nuevo será presente y así hasta el infinito.

Es curiosa la forma tan diferente en la que el cerebro desarrolla un concepto y cómo después nuestros académicos son capaces de plasmarlo en un diccionario, yo no sé si los demás mortales son capaces de tener conceptos disociados que se guardan en diferentes estantes de la alacena craneal, yo no. Viendo la definición de paciencia me doy cuenta de lo limitadísimo que es el lenguaje, no puede ser lo mismo la capacidad de padecer que ser lento haciendo algo, deberíamos tener diferentes palabras para definirlas y sin embargo llamamos de la misma forma a cosas distintas, conceptualmente lejanas, no me extraña que nos cueste tanto expresar con precisión lo que queremos decir y que existan tantos malos entendidos. I mean.

Volviendo al diccionario, ya he comentado que no soy capaz de esperar sin desesperarme, y no importa si es algo que desee mucho o si me están esperando una horda de caníbales para darse un festín a mi costa, la fuerza de Coriolis que provoca la rotación de mis pensamientos hace que mi vida gire en espiral como el agua que escapa por un sumidero. Pero si que soy capaz de realizar tareas pesadas y minuciosas, como hacer un puzzle de miles de piezas o limpiar de manera enfermiza una malla de mejillones, no termino con ellos hasta que no veo ni la traza de cualquier micro-organismo, ese tipo de paciencia la tengo aunque desgraciadamente no es la versión importante de la paciencia.

Pero con lo que no puedo es con soportar ciertas actitudes de la gente, especialmente en el trabajo donde se mezclan las actitudes con las aptitudes, allí es donde cada día se produce una prueba de fuego de la paciencia, y aunque voy comprobando que la paciencia se educa, y hasta se desarrolla, no creo que en mi vida sea capaz de cruzar el umbral de la impaciencia. No puedo con la gente que está más preocupada en aparentar que soluciona algo que por verdaderamente solucionarlo, estoy hasta las pelotas del “ponlo por escrito”, de las reuniones de per-seguimiento, de la reunión preparatoria de la reunión, de la agenda, del acta (o de la minuta, manda huevos), del informe y hasta de la madre que los parió. Cientos de horas perdidas robadas a cosas más interesantes y decenas de cabreos que a la larga seguro que van contra la salud.

No tengo paciencia para la gente que le da mil vueltas a algo que es evidente, evidente simplemente porque es lógico, que abusa del tiempo de los demás en su afán de protagonismo, cachondos de escuchar el eco que producen sus absurdas palabras, estirando su estupidez capaz de eclipsar el sol, que son más densos que la mierda y que se creen en el derecho de ser así y lo que es peor, están encantados de serlo. Para ellos no tengo paciencia, no, ni creo que la tenga nunca, porque su mera presencia hace que los ojos se me inyecten en sangre, que ardan dentro de mí las palabras que no puedo pronunciar retorciéndome las tripas como si habitara en mi interior un monstruo que me susurra palabras que hablan de aniquilación, de destrucción, de levantarme y dar un puñetazo encima de la mesa.

Claro que sería mejor hacer caso al proverbio chino que dice: “Siéntate pacientemente junto al río, y verás pasar flotando el cadáver de tu enemigo”, no sé, con la suerte que tengo el río junto al que yo me siente tendrá su cauce seco adornado por ramas muertas.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sit tibi terra levis


Tiene frío, tiene miedo, sabe que hoy puede morir.

Siente el bullicio a su alrededor y el vino mezclado con agua en su estómago, le reconforta. Recuerda sus últimos días en Roma pero no los echa de menos, a fin de cuentas es mejor la vida de soldado que terminar apaleado como un perro en cualquier rincón del Subura, el barrio más populoso de Roma. Allí, en sus estrechas calles, donde se hacinan los más miserables, los matones y las meretrices, allí creció, donde brillan los puñales en cada tabernae y donde se escucha blasfemar en mil lenguas a los esclavos traídos de todos los confines de la república, sin una familia, sin una madre, sobreviviendo como un ratero, esquivando las cuchilladas del hambre. Vivo o muerto no piensa volver jamás, es un buen pensamiento, eso hace renacer la esperanza dentro de él, o puede que sea el vino o puede que sean los primeros rayos de sol que acompañan al alba.

No se arrepiente de haberse alistado en las legiones huyendo de su pasado y del hambre, aunque fuese como un miserable soldado auxiliar, eso es lo de menos, no quiso matar a ese hombre pero ya es tarde para arrepentimientos, está seguro que es mejor morir en combate que crucificado, y sabía que si le atrapaban iba a ser crucificado. No le importa ser poco más que escoria para el legado que, con cara de desprecio, les da las últimas órdenes a lomos de su caballo, ¡estúpido niño barbilampiño! Le devuelve con frialdad la mirada mientras que una oleada de orgullo es bombeada por su corazón, tiene miedo pero al mismo tiempo está deseando demostrar su valía en el campo de batalla. Repasa con detenimiento su armamento, mira la jabalina, acaricia el filo de su espada corta, el gladius, sabe perfectamente lo que tiene que hacer con ambas a pesar de llevar poco tiempo alistado, él es un matón de la calle y no ha necesitado mucha instrucción para aprender a sobrevivir entre los soldados.

Los toques de las cornetas le devuelven a la realidad, ya es completamente de día y el general les ordena formar, si hay suerte hoy el enemigo les presentará batalla. Mientras alcanza su puesto entre las primeras filas piensa en la guerra y no se asombra al llegar a la conclusión de que no la entiende, no sabe por qué lucha y no siente ningún tipo de odio o rencor contra sus enemigos. Las razones de la guerra son de otros, piensa, él solo se contenta con sobrevivir a un nuevo día y llevarse su parte del botín, al pensarlo esboza una sonrisa, el general siempre es generoso con quien le sirve bien. Cuando por fin alcanza su posición se sorprende ante el sentimiento de excitación que le provoca verse cara a cara con la muerte, si sobrevive se promete gastar algún as con aquella muchacha siria que, como muchas otras, sigue a las legiones en búsqueda de fortuna y mejor vida. Si consigue que le licencien con un pedazo de tierra se casará con ella.

A pesar del frío comienza a sudar, vuelve a sentir miedo, desde su posición en lo alto de la colina puede ver los millares de bárbaros formando, parecen enormes, parecen fieros, por supuesto que no disponen de su equipamiento y de su formación pero aun así son peligrosos. Repasa con su mirada el horizonte y queda aterrado cuando sus cuentas mentales le dicen que son inferiores numéricamente al enemigo por lo menos tres a uno. Sin embargo el general nunca ha sido derrotado y eso le hace sentir mejor. El terreno para plantar batalla es bueno, despejado de obstáculos para que las legiones puedan maniobrar sin problemas y decididamente cuesta abajo, sí, es un buen terreno para combatir, además tienen el sol a su espalda y los germanos llegarán al choque ciegos y extenuados. Agarra con fuerza la jabalina al sentir gritar con furia a los guerreros germanos, su respiración se acelera al escuchar el estruendo que provocan al salir en estampida corriendo hacia ellos, la tierra al temblar le hace recordar a Anibal y a sus elefantes aunque nunca los ha visto, a pesar de ello no puede evitar sentir una gran admiración al pensar en los soldados que se enfrentaron a él.

Ve a los germanos acercarse mientras que con el rabillo del ojo observa las primeras escaramuzas de las unidades de caballería por los flancos, dependen de esa caballería para alcanzar la victoria y los germanos son excelentes jinetes, no lo tiene claro. Y los germanos siguen avanzando, ya casi puede ver sus rostros, el legado jura por Marte que destripara él mismo al primero que lance una jabalina antes de tiempo, para no tener barba tiene coraje el niñato. Levanta el brazo, bascula la jabalina y escucha la orden de arrojarla, lo hace con todas sus fuerzas para seguirla con la mirada hasta ver como atraviesa la garganta de uno de sus enemigos. Pero no tiene tiempo de celebrarlo. Con rapidez sujeta su escudo y su espada tratando de dejar el menor hueco entre sus compañeros de los lados.

Aprieta sus pies contra el suelo mientras siente el calor de su propia orina recorrer sus piernas, el choque es brutal, un calambre recorre el brazo que sujeta el escudo a la vez que retrocede medio metro. Nota el olor del primer enemigo a tan solo unos centímetros, pero no le ve, siente como le comprime contra las filas traseras que, afortunadamente, no ceden terreno, es momento de reaccionar. Busca los huecos entre los escudos y comienza a acuchillar, al principio al vacío, toma aire y localiza de nuevo a su presa, vuelve a lanzar el brazo y esta vez encuentra su objetivo, nota chocar la punta de la espada con los huesos del germano y como va desgarrando los tejidos cuando trata de sacarla.

Repite el gesto mecánicamente hasta que el legionario de al lado cae entre alaridos de dolor, un nuevo compañero ocupa rápidamente su puesto, pero para él ya es demasiado tarde. Uno de los germanos, aprovechando el espacio, ha lanzado su espada contra su muslo y le ha alcanzado. Nota como esta vez las que se abren son sus carnes y como la sangre fluye a borbotones hasta dejarle sin fuerzas para seguir luchando. Sabe que su batalla ya ha terminado, aunque afortunadamente no está muerto, lo último que nota es como le arrastran a la retaguardia mientras que unos auxiliares tratan de hacerle un torniquete llamando a voces a uno de los médicos. Entra en un duermevela mientras piensa en su futura casa en Hispania, y en los ojos de la muchacha siria de la que no recuerda su nombre, nunca se lo ha preguntado.

Y ya no tiene frío, ya no tiene miedo, ya no siente nada.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Imilce


Cástulo, alto Tharsis, primavera, año 223 a.c.


Imilce juega tranquila junto al cauce del río, entretenida observando como un alimoche hostiga a una lagartija que, como puede, se esconde bajo las ramas de los tomillos, es tarde, pero Imilce no entiende de peligros. Imilce es traviesa, le gusta el campo, corretear entre los matorrales persiguiendo mariposas que, majestuosas, despliegan sus alas de un intenso azul turquesa revoloteando entre las violetas y los alfilerillos.


Mientras, en la ciudad, todos buscan a Imilce, la pequeña princesa íbera, que una vez más se ha vuelto a escapar. Su padre, el poderoso rey Mucro, ruge palabras que hablan de castigo y muerte a los soldados encargados de su custodia, pero eso será más tarde, primero hay que encontrar a su única hija, bella, como lo fue su madre, si no más, esbelta, morena, muy morena, con el pelo negro como el carbón y los ojos almendrados de color azabache. Dentro de poco será su mejor arma, la casará buscando una alianza, tal vez con los propios cartagineses; la idea rompe su corazón de padre pero sabe que es su obligación como rey, quizá sea la única forma de salvar a su pueblo.


Es tarde y los soldados púnicos están cerca, en el horizonte pueden verse las columnas de humo de su campamento y de los cultivos arrasados a su paso, no deben estar a más de dos días de camino, el rey se estremece, teme el momento de enfrentarse a unos soldados mercenarios que no entienden de compasión. Por eso, una vez que caiga el sol la puerta de la ciudad se cerrará, hayan encontrado a Imilce o no, fuera de los muros no habrá piedad para nadie. Mucro maldice a los feroces africanos, desde que cruzaron las columnas de Hércules no ha vuelto a haber paz en las tierras bañadas por el Tharsis, nadie les ha podido parar y aunque Cástulo es fuerte y rica no se ve capaz de superar un largo asedio. Habrá que negociar, no queda otra salida.


Linares, a orillas del Guadalimar, junio de 1973


El sudor rueda por las sienes de Adolfo Estepa mientras vuelve a maldecirse, ¿a quién se le pudo ocurrir construir una ciudad en medio de esta campiña?, ¿no pudieron acercarse más a la sierra?, se pregunta observando las cimas recortadas de la Sierras de Segura y las Villas mientras con mimo limpia con paleta y brocha los restos del enterramiento. Hoy ha tenido suerte, parece haber encontrado los restos de lo que parece ser una niña, ¡qué extraño!, ¿quién sería esta pequeña para merecer el honor de ser enterrada rodeada de guerreros? Observa su urna funeraria, es pequeña, rectangular, austera, en una de sus caras una niña juega con una muñeca observada por un corzo. Una pieza única, digna de una princesa.


Varias figuras de arcilla yacen junto a la urna, forman parte de su ajuar funerario, pequeñas compañeras de juegos en su viaje hacia el más allá, Adolfo sonríe con una mueca, piensa en su propia hija y en el dolor que le produciría su pérdida. Mientras trata de alejar ese pensamiento repara en una diminuta figura de madera hecha pedazos, cuidadosamente la desentierra y la limpia de la tierra que la ha cubierto durante más de dos mil años. Al principio no adivina de qué se trata, pero al juntar los trozos esparcidos por sus manos una sensación extraña comienza a invadirle, de repente el paisaje a su alrededor cambia, la campiña se vuelve bosque, y los olivos son remplazados por encinas, quejigos y robles melojos, una alucinación fruto del calor, piensa Adolfo, pero al volver a mirar sus manos ve que ahora contienen una muñeca que le sostiene la mirada y comienza a hablarle...


La patrulla de reconocimiento cartaginesa avanza a través del bosque, los hombres murmuran y se hacen señas en voz baja para no delatarse, la tarde es fresca y han podido descansar y dar de beber a los caballos. Afortunadamente no se han cruzado con ninguna patrulla enemiga que de un certero flechazo les enviase a rendir cuentas a la diosa Tanit y al dios Baal. Llevan ya varios años guerreando con ese pueblo al que llaman íbero sin llegar a someterlos del todo, nunca habían conocido nada igual, son rudos y tercos como mulas, con lo fácil que sería que aceptaran su dominación y terminar de una vez con esta maldita guerra.


Mientras, Imilce juega bajo una encina, rodeada por los matorrales, al escuchar el sonido lejano de los caballos corre a refugiarse detrás de unas retamas y unos espinos, presa del miedo mira hacia atrás y se da cuenta de que ha olvidado su muñeca, todavía está a tiempo de ir a buscarla. Vuelve rauda sobre sus pasos pero tropieza y cae al suelo. Uno de los jinetes cree escuchar algo a sus espaldas y sin hacer ruido desenvaina su espada lanzándose al galope en esa dirección. Entonces la ve, con alivio, en la mitad del claro, es solo una niña, no debe tener más de doce años, seguramente sea virgen, parece que la patrulla no va a ser tan rutinaria como parecía.


Imilce queda paralizada delante del jinete, éste avanza despacio sonriendo con malicia y los ojos llenos de lascivia, son ya demasiados meses arrastrándose por esa campiña sin yacer con ninguna mujer, eso hoy va a cambiar. Imilce huye en dirección a la ciudad, pero ya es demasiado tarde para ella, el jinete la persigue y una de las patas del caballo rompe la muñeca que ha vuelto a caer de las manos de Imilce, no sería la única muñeca rota que no verá al sol amanecer en un nuevo día.


Durante la noche la luna derramó dulces lágrimas de rocío para limpiar el cuerpo de Imilce, tan abundante fue su llanto que al mezclarse con la sangre de la princesa tiñó de rojo el río que algún día bautizarían como wad al-ihmar (el río colorado). Por la mañana encontraron el cuerpo de Imilce, desmadejado, al verlo el rey Mucro lloró de rabia y de impotencia, haría pagar con su vida al culpable de aquello, aunque para él la vida ya no tuviera sentido la guerra no había terminado.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Tamerlán


Después del gran y anónimo post que le dediqué a Atila, que si no habéis leído ya le podéis dar al hipervínculo, a medio petición del Explorador hoy voy a atreverme a hablar un poco de otro de esos personajes cuya mera mención hacían que le temblaran las canillas a media antigüedad. Asombrosamente, para liarla lo parda que la lió, es un gran desconocido para el gran público, y no se lo merece en absoluto, porque fue capaz de montarse un imperio, eso sí, a base de cortar cabezas, allí donde hoy en día los marines fracasan, su nombre es Tamerlán.

Tamerlán es el nombre occidentalizado de Timur Lang. En unos lados he leído que significaba Timur el Tuerto y en otros Timur el Cojo, espero por su bien que solo tuviera uno de los dos problemas, aunque ya igual le da, porque si de verdad era cojo y tuerto debía ser un espectáculo andante. Sé que es cruel, pero mi profesor de máquinas eléctricas era cojo y tuerto y le llamábamos el Fistro, no digo más, corría la leyenda de que algún chirifú le había pegado un linternazo, y yo me la creo, aunque en su defensa diré que era un profesor estupendo, gracias a sus lesiones cambié la alta tensión por los miliamperios. Yo no tengo ni idea de si Tamerlán era cojo o tuerto, pero un fistro desde luego que no era, por si acaso vamos a zanjar el asunto llamándole Timur el Grande.

Timur nació en 1336, 40 años después de que los cristianos abandonaran definitivamente tierra santa, cerca de Samarkanda, en la actual Uzbekistán. Era de origen turco y mongol, ambos pueblos llegados del centro de Asia, no hay que olvidar que por entonces en la actual Turquía a duras penas el imperio bizantino, cristiano, resistía a los otomanos, musulmanes, al igual que lo era Tamerlán. Tras la muerte de Gengis Kan, el imperio mongol se había desintegrado en una serie de kanatos, uno de ellos era la Transoxiana, allí creció la criatura. Tamerlán era de origen noble y naturaleza trepa, de manera que se declaró heredero sanguíneo del bueno de Gengis Kan. Por supuesto, a la hora de reclamar reinos, cualquiera podía decir que era descendiente de quien le viniera en gana, a falta de pruebas de ADN estoy seguro de que a Gengis Kan le salieron más hijos bastardos que al Cordobés y a Maradona juntos.

Tamerlán, con solo 26 añitos, dio lo que ahora llamamos un golpe de estado, parece ser que a su propio suegro, porque las familias reales de entonces no eran tan amorosas como las de ahora, posiblemente no todos cobraban de los presupuestos generales del kanato. Tras eso, y tras eliminar a todos los posibles rivales, se proclamó Emir en 1370 y fijó su capital en Samarkanda. A partir de ahí todo fue coser y cantar, guerreando y conquistando territorios con una fiereza y eficacia que en nada tenían que envidiar a su supuesto ancestro , todo ello con la idea de devolver su esplendor al imperio mongol y emular, de paso, a Alejandro Magno. Porque oye, era nacer entre el Indo y el Orontes y a cualquier gobernador, rey o emir le daba por fundar un imperio al estilo del rubiales macedonio de cabeza leonina.

Apoyado por un ejercito brutal y sanguinario, en unos 25 años había conquistado territorios desde la actual Turquía hasta la India, luego se dio una vuelta por las estepas rusas y más tarde se encaminó a Siria, siendo recordadas con pavor las tomas de Bagdad y Damasco, ciudades que ya habían sido un siglo antes conquistadas a los mamelucos y destruidas por otro supuesto nieto de Gengis Kan, llamado Hulagu Kan. Está claro que vivir en la antigüedad era un sinvivir, si es que vivías, porque las tropas de Tamerlán agradecían la resistencia de los sitiados separándoles de forma traumática la cabeza del resto del cuerpo y después, con las cabezas decapitadas, se entretenían haciendo macabras pirámides que servían de aviso a navegantes. Obviamente, como ya me he cansado de repetir en otros post, la vida humana no valía un pimiento, y más la de los enemigos, la palabra genocidio prácticamente significaba defensa propia, acompañada de ese término, ahora tan de moda, que es la guerra preventiva.

Llegado a este punto, Tamerlán se encontró con que el único imperio que le podía hacer algo de sombra era el otomano, y entonces si alguien te hacía sombra debía ser eliminado. Por supuesto que los otomanos pensaron lo mismo, y la cagaron, pero a base de bien. Los otomanos estaban a punto de hacer caer al imperio bizantino, de hecho poco más que la misma Bizancio les quedaba a los romanos de oriente, los otomanos se habían hecho ya con los territorios de Anatolia y de los balcanes cuando se enfrentaron a Tamerlán. En 1402 hubo una batalla tremenda, llamada de Angora (Ankara), en la que pudieron combatir cerca de medio millón de soldados, eso para la época es una auténtica barbaridad, tanto que a mí me cuesta creerlo, allí el genio militar de Tamerlán le dio la victoria y los otomanos fueron arrasados. Imagino que los bizantinos estaban esperando su turno para ser conquistados cuando Tamerlán dio media vuelta y puso rumbo a China. De esa forma Bizancio resistió aún cien años a los otomanos que al final se acabaron recuperando y los conquistaron.

Pero fue camino de China, en 1405, donde Tamerlán sufrió su primera y última derrota, y no fue en el campo de batalla. Timur estaba maquinando cómo hincarles el diente a los chinos, que ya debían ser una legión, más o menos por la actual Kazajistán, cuando le dio un chungo que se lo llevó por delante, desgraciadamente para él en eso sí que se pareció a Alejandro, porque lo más normal en esos casos era morir por una ingesta masiva acero forjado. También era normal que los imperios creados por el carisma personal se desintegrasen a la muerte de su conquistador, y aquí se confirmó la regla, los sucesores de Tamerlán se repartieron los pedazos para gran alivio de chinos y otomanos.

Tamerlán fue un pieza, sin duda, pero la vida entonces era así. En su haber podemos poner que en sus territorios floreció la economía, que se reactivaron rutas comerciales como la de la seda, que era un amante del arte y que la cultura conoció una época de esplendor. Como siempre me queda la duda de si habría que admirarlo o que despreciarlo, es difícil. De cualquiera de las maneras imagino que Alá ya le habrá juzgado.

domingo, 14 de noviembre de 2010

La encuesta de satisfacción laboral


El viernes la gente de recursos humanos, perdón, en mi empresa eso no existe, quería decir la gente de dirección de personas, nos han presentado los resultados de un estudio que hacen cada cinco años para medir no sé muy bien qué, porque no me ha quedado muy claro. Es un rollo de esos de consultores que indican nuestro grado de satisfacción con la empresa, para, en teoría, detectar y tomar las acciones correctivas necesarias que hagan que todos vivamos en “un mundo feliz”. A mí las intenciones me parecen muy buenas, a lo mejor hasta las mentes pensantes que juegan con estas cosas son personas de bien que colaboran con nosotros desinteresadamente para hacer este mundo un lugar mejor, sí, puede ser, pero a lo mejor son meros empleados con la única misión de vendernos la moto, tan bien podría ser.

Del párrafo anterior se debería deducir que soy una persona escéptica con este tipo de cosas. Voy a disipar dudas, sí, soy una persona escéptica, muchísimo, cada vez que alguien se preocupa por mí pienso que algo va a querer a cambio, algo material por supuesto, y me suelo equivocar tan pocas veces... Pero tampoco va a ser una crítica feroz contra mi empresa, porque la verdad es que a pesar de los problemas del día a día soy en ella más feliz que una perdiz. Debo de ser una de esas pocas personas que se siente valorado, aunque no valore mucho el trabajo que hace (esto debe ser más a causa de mi poca autoestima que del trabajo en sí mismo), y no me siento ni discriminado, ni mal pagado, ni todas esas cosas malas que terminan por “ado”, yo simplemente he aceptado que si quiero trabajar en lo que trabajo, y no se me ocurre en que otra cosa podría a estas alturas trabajar, hay lo que hay y es como lo de las lentejas, si te gustan bien y si no también. Soy un puto técnico y lo he asumido.

Desde que trabajo en una empresa “de bien” he descubierto muchas cosas, muchas buenas, como el respeto a las personas, el respeto (casi siempre) al trabajo del prójimo, el orgullo de pertenencia (aunque de momento sea más de los demás que propio, aunque voy avanzando), algunas cosas intangibles que nunca hubiera imaginado. También he descubierto cosas que me dan repelús, como cierto servilismo, la burocracia, los escaqueados y los que no se mojan ni en la ducha, pero vamos, en el fondo fruslerías de gente acomodada, porque la verdad es que los que más se suelen quejar son los más acomodados y los que no se han dado cuenta de lo mucho que llueve fuera. Es por eso por lo que doy por buenos los ocho años que pasé luchando en la empresa patera.

Para los que se sientan desgraciados en su trabajo me permito hacer el recordatorio de que siempre alguien lo está pasando peor en una de esas pseudo-empresas. Empresas en la que un jefe se permite decir envalentonado que se pasa el convenio por el forro de los cojones, que se permite el lujo de disponer de tu tiempo como si le perteneciera, importándole tu familia un pimiento, en la que nunca se cobraba a tiempo, pero sin embargo veías al dictador estrenar sin el menor pudor su BMW último modelo, en la que te mandaban a trabajar a una nave en un polígono de Guadalajara a varios grados bajo cero sin el menor de los remordimientos, sin calefacción, sin nadie que fuese a limpiar los baños, bueno ni los baños ni nada, con el enganche de la luz pirata, con los proyectos siempre retrasados, mintiendo de cualquier forma a los clientes y sintiendo vergüenza ajena (y propia) de tu trabajo.

Por eso me parece casi entrañable que una empresa se tome la molestia de investigar todas estas cosas, aunque sea en su propio beneficio, y trate de explicárnoslas, aunque sea de una forma bastante pobre. La impresión que me ha quedado es que están encantados de mirarse el ombligo y de que realmente no utilizan la farragosa encuesta como herramienta de mejora, sino como confirmación de lo bien que hacen las cosas. Los puntos que han salido flojos lo achacan directamente a que la consultora ha planteado mal la pregunta, como por ejemplo con lo que opinamos, o más bien percibimos, con la gestión de los costes de la empresa. Y no es un tema baladí, porque la verdad es que todos tenemos la sensación, aquí y casi en cualquier sitio, de que el dinero se podría gestionar mejor, y en una ingeniería el dinero se traduce en tiempo y en horas para hacer nuestro trabajo. Voy a obviar cosas como la conciliación laboral y familiar, los beneficios sociales y el teletrabajo, porque con eso nunca he contado y no los hecho de menos, pero si que me preocupa la forma en la que trabajamos.

Antes, en un tiempo que no conocí, las cosas tomaban el tiempo necesario para hacerlas, es importante por dos motivos, el primero para hacerlas bien, el segundo porque desde esa perspectiva es la única en la que se valora como se merece el trabajo, no trivializándolo. Pero la necesidad de reducir costes a cualquier precio ha llevado a ofertar los trabajos por menos horas de lo que realmente cuesta hacerlos, todo vale y poco importa que las cosas salgan así, de cualquier manera. Por tanto, el mundo de la ingeniería se ha convertido en un monstruo con muchas prisas y poco tiempo para hacer las cosas bien, que devora a dos carrillos horas extras hechas de más y que los partes de horas sistemáticamente no van contabilizando. Y no es que reclame que me las paguen, lo mío tiene mucho de vergüenza torera, lo único que pido es que dejemos de engañarnos, que nos cuenten las cosas claras y que decidamos si seguimos trabajando como ingenieros u ordeñando.

Yo entiendo que posiblemente trabajar así sea la única solución para sobrevivir, eso e irse a trabajar fuera en este mundo globalizado, bien sea como individuo o como parte de una empresa que se va internacionalizando, porque aquí de momento el negocio está finiquitado, y más nos vale tomárnoslo con espíritu constructivo porque no veo otra forma de que salgamos para delante. A fin de cuentas, casi somos unos afortunados porque la ingeniería se puede exportar, los planos y papeles pueden cruzar los océanos digitalizados, otros no lo han tenido tan fácil, porque los ladrillos se ponen a mano y las carreteras se trazan a pico y pala y excavando. Pero que no me vendan más la moto, por favor, que no soy gilipollas y ya peino canas en los pocos sitios que pelo me va quedando.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Olenska


Nunca había visto su cara pero lo sabía con certeza, era la mujer de su vida. Estaba loco por ella, sí, loco, porque solo un loco podría enamorarse de un ideal hasta el delirio, hasta caer enfermo de amor, desesperación y deseo, solo un loco podía negar la realidad y rebelarse contra el destino, ella no podía ser simplemente una ilusión, tenía que existir en algún lugar de este mundo o del otro. Juró que la encontraría aunque tuviera que desafiar al espacio y al tiempo, juró hacerla suya, poseerla hasta quedar ambos agotados y bañados por ese sudor que, justo ahora, le cubría la frente y las sienes, el mismo sudor que empapaba las sábanas y le provocaba escalofríos que, como pequeñas descargas eléctricas, recorrían su espina dorsal.

La fiebre le hizo volar, la ira blasfemar, lloró lágrimas secas de impotencia y preguntó a la muerte si llevado por su mano llegaría a encontrarla, pero no obtuvo respuesta, solo creyó ver una sonrisa burlona donde no había rostro. Desesperado, gritó hasta desgarrarse el alma, gritó hasta que dejó de escuchar su propia voz, gritó hasta que su carne se hizo tinta, sus dientes puntos y sus huesos letras. Gritó hasta que se fundió en el papel, como la nieve se funde en primavera, gota a gota, lentamente, sin dolor, sintiendo como su mente y sus pensamientos se transformaban en palabras y frases encadenadas que hablaban de él, de su historia, de la de ella.

Perdió la noción de su propia existencia, alzó las manos para asegurarse de que seguían perteneciéndole, pero no las vio, ¿cómo iba a ver nada si en su búsqueda había cruzado la frontera que separa el ser del no ser? Ahora solo era un fluido que poco a poco marcaba trazos sobre el papel, ¿o era algo más?, sí, era potencialmente lo que quisiera ser, por fin era libre. Se dejó llevar disfrutando del hormigueo que le producía ir retorciéndose en cada una de las letras, como si cabalgara en una montaña rusa que a su paso iba dejando una estela de palabras secas.

Y, de repente, el carrusel dejó de girar y todo se volvió claro. Allí estaba Olenska, la reconoció al instante y sin dudarlo, ¿cómo podría confundirla si ahora los dos estaban compuestos por la misma materia? Era tal cual la había imaginado, de apariencia frágil, vulnerable, pero a la vez orgullosa y altiva, estaba seguro de que tras su gélida mirada, tras sus ojos grises que amenazaban tormenta, existía una gran pasión reprimida, una necesidad vital de amar y de ser amada. Se entretuvo jugando mentalmente con sus rizos trigueños, admiro la elegancia de su cuello, anuncio de unos hombros anchos y esbeltos, dibujó en el aire la forma de sus pechos y se recreó ante la imagen de sus labios, traviesos guardianes del manantial que abastecía el pozo de los deseos.

Cuando por fin la miró fijamente no supo que decirle, le asaltaron el miedo y las dudas, no sabía si ella era consciente de su presencia, de si le reconocería o si por el contrario le tomaría por un extraño, ni siquiera sabía si hablaría su mismo idioma. Pero no le dio tiempo a pensar más, una frase rompió el silencio aunque no fue un sonido lo que escuchó, una voz grave y con marcado acento balcánico directamente se proyectaba en su cerebro. “¿Qué haces aquí?, ¿a qué has venido?, ya no te esperaba”. Era una voz firme y decidida que trataba de disimular cierto temblor producto de la sorpresa y del miedo. Él podía entender la sorpresa, pero no llegaba a comprender los motivos del miedo, los escalofríos volvieron y de repente él también tuvo miedo, “ya no te esperaba”, ¿qué significaba eso?

Pero se armó de valor, no había abandonado todo para amedrentarse al primer contratiempo. Contestó despacio, con ternura, le contó su viaje y su renuncia, mientras que ella le miraba víctima de la incredulidad con la cara desencajada, le contó como la había descubierto, sin querer, en la página veintitrés de un libro antiguo y lleno de polvo que un día encontró olvidado en un rincón del desván, un libro que hacía casi un siglo que nadie había abierto. Ella comenzó a llorar y él aprovechó para declararle todo su amor con rabia, con la fuerza del deseo acumulado y reprimido, con la pasión salvaje que había alimentado la desesperanza.

Ella comenzó a correr sin volver la vista atrás como si escapara de su propio destino, como si escapara de su propio pasado, él la persiguió hasta alcanzarla, la sujetó de un brazo y la lanzó contra su regazo, tratando de calmarla, tratando de consolarla. No pudo calcular el tiempo que así pasaron, él aturdido, ella descargando en su pecho, una vez tras otra, todo su dolor y su desconsuelo, hasta que sus puños no tuvieron fuerza para continuar golpeando, hasta que sus ojos se vaciaron de lágrimas y no pudo más que susurrar “¿Por qué has vuelto? Ya es tarde, llevas muerto demasiado tiempo”

Entonces, al ver su vestido enlutado del que nunca fue consciente, al descubrir las arrugas en su rostro, fruto del sufrimiento, en las que reparaba por primera vez, lo recordó todo. Recordó que eran amantes en una época en la que eso solo se pagaba con la muerte, recordó cómo los descubrieron, recordó los golpes por todo el cuerpo y los gritos de ella. Pero sobre todo recordó que mientras descendía a las profundidades, atado de pies y manos, con el agua inundando sus pulmones, juró volver, no para vengarse, solo para volver a verla. Y se volvió loco, maldiciendo el capricho del escritor que los separó, de ese ser despiadado que, después de darle todo, todo se lo había arrebatado. Volvió a gritar, como un animal herido, agonizando, hasta que de repente ya no pensó en nada más.

Por la mañana lo encontraron, frío y sin pulso, con los ojos abiertos y un libro entre las manos abierto por la última página, esa última página que nunca había querido leer para no perder del todo a Olenska, una página que ahora, misteriosamente, estaba en blanco.

martes, 9 de noviembre de 2010

Interpretaciones bíblicas (I)


Los antiguos llamaban Mesopotamia a las fértiles tierras que quedaban entre los ríos Tigris y Eúfrates, según la Biblia por allí debía quedar el paraíso, aunque ahora de miedo ir a pisarlo. Sin embargo, yo he visto ambos ríos, trabajé en las centrales hidráulicas turcas del Eúfrates, incluso por accidente caí en sus gélidas aguas a cuatro grados, también tuve la suerte de que unos operarios kurdos que nos habían tomaron cariño nos llevaron a conocer el Tigris, concretamente fuimos a Hasankeyf, donde pude ver con lágrimas en los ojos, y es que uno es así de sentimental, sus casas de hace muchos, pero muchos, miles de años excavadas en los meandros del río, los pilares de su milenario puente derribado para contener una invasión, su ciudadela ya en ruinas... Increíblemente tanta riqueza cultural iba a ser inundada para construir una presa con fondos europeos, aunque afortunadamente el proyecto se ha parado. Lo que voy a contar puede que tenga algún error, porque mi memoria no es muy buena, pero a mí me parece fascinante, digno de ser compartido, tal vez leyéndome a alguien le pique la curiosidad y se interese por el tema.

Yo, que todo lo idealizo, me quedé algo chafado al contemplar los páramos yermos que rodean a ambos ríos, puras piedras entre las que unas famélicas cabras buscaban unas briznas de vegetación con la que calmar su hambre atrasada, no había más que mirar sus huesos desprovistos de carne. Sin embargo, en la antigüedad, todo aquello se llamó el creciente fértil, o la media luna fértil, una región que abarcaba la actual Iraq, el sur de anatolia, Siria y parte de lo que conocemos por Israel. Desde allí se accedía a la otra gran civilización de la época, la egipcia, porque entonces las grandes civilizaciones crecían en las riberas de los ríos. El sistema de irrigación de los mesopotámicos y las crecidas del Nilo hicieron que ambas civilizaciones fueran capaces de cultivar una cantidad suficiente de cereales y legumbres como para hacer frente a un gran crecimiento demográfico y por supuesto urbano, de esa manera aparecieron las primeras ciudades, surgió la cultura, nació la escritura.

De los egipcios lo sabemos prácticamente todo, durante siglos fueron considerados la gran civilización de la antigüedad, de los mesopotámicos casi no se sabía nada, unas cuantas referencias en los relatos bíblicos, que además no les dejaban muy bien parados, porque como en muchos de los temas de la Biblia se confundía, y se sigue confundiendo, la realidad con la leyenda. Pero la explicación para su olvido era muy simple, mientras que los egipcios habían construido su mundo en piedra los mesopotámicos lo habían construido en barro, mientras que las pirámides se mantenían orgullosamente en pie, los zigurats y los templos no eran más que un montón de barro camuflado en el relieve. No fue hasta mediados del siglo XIX cuando se solucionó el enigma. Expediciones francesas, inglesas y más tarde alemanas comenzaron a desmontar esos montes, que los nativos llamaban tell, para, asombrados, encontrar todas esas ciudades legendarias, Ninive, Babilonia, Ur, Uruk, Lagash, Mari... Tras unos 2500 años de olvido volvieron a la actualidad, y a los museos, sumerios, akadios, asirios y babilonios. Además de encontrarse magníficas obras de arte y espectaculares palacios se encontró algo más, pequeñas tabletas de arcilla cocida llenas de símbolos extraños, era la escritura cuneiforme, al descifrarla el pasado se hizo presente para sorpresa de propios y extraños.

Como ya he dicho antes los judíos pusieron a parir a los babilonios en la Biblia, era su forma de vengarse de ellos por haber osado destruir el templo de Jerusalem en el siglo VI a.c., el mismo templo que había construido Salomón hace ya 3000 años. Por si no fuera poco, tras el saqueo del templo y conquista de Judea, Nabucodonosor II, sí, el de la ópera de Verdi, decidió deportar a las famosas tribus perdidas de Judea a Mesopotamia. Era práctica común de la época, y además bastante eficaz, llevarte a la gente problemática de un sitio para que en pocas generaciones se difuminara con la población local y terminar con el problema, de paso se repoblaban sus tierras con población leal a la causa, creo que los judíos lo aprendieron bien y con la misma táctica acabarán por quedarse con palestina. Sin embargo con los judíos no funcionó, porque el judaísmo además de una religión es una cultura y una forma de ver la vida, llevaron consigo a su dios único y además de la transmisión oral encontraron una forma más poderosa de no perder sus raíces, escribieron un libro en el que plasmar sus creencias y tradiciones, además lo fueron ampliando con el tiempo, es un libro maravilloso, digno de ser leído y releído, nosotros le llamamos Antiguo Testamento.

¿Cómo se llegó de ahí a nuestra versión del cristianismo? Pues fue una jugada maestra, la cuadratura del círculo, tan bien lo hicieron que dos mil años después somos cientos de millones los católicos, me incluyo porque estoy bautizado, que poblamos el mundo. Tras un par de siglos preocupados por sobrevivir, nada más, de repente el cristianismo era la religión del imperio, y claro cuando todo el mundo es de los tuyos llega la hora de dar explicaciones, ¿qué hacemos con Jesús?, porque ser mesías es estupendo, pero es mejor ser Dios en primera persona. Un tal Arrio dijo que Jesús no podía ser Dios, fundo el arrianismo, otros, llamados encarnacionistas, dijeron que Jesús siempre había existido como creación divina y que simplemente había descendido de los cielos para hacerse hombre. Tras un par de concilios en Nicea y Constantinopla ganaron los segundos, era mucho más práctico, la Santísima Trinidad se oficializó y asunto resuelto. Obviamente es difícil de creer, aunque vamos a respetar la fe de cada uno, y resulta algo forzado, pero de esa forma se unieron antiguo y nuevo testamento para conformar la Biblia tal y como la conocemos, más o menos.

Con el paso de los siglos la gente se fue olvidando de esto, la Biblia se convirtió en la palabra de Dios y punto pelota, dictada directamente por él en la oreja de los que la escribieron. Las historias antiguas se difuminaron con el tiempo sin que se tuviese una base histórica que las confirmase o que herejemente las desmintiese, hasta que se descifró la escritura cuneiforme, y en parte también la jeroglífica. Increíblemente esas tablillas hablaban de los hechos bíblicos, con nombres y apellidos, fue todo un golpe para la mentalidad de la época y para la iglesia encontrar las mismas historias, o muy similares, escritas por los enemigos de los creyentes, pueblos con su propia cosmogonia y decenas de dioses paganos, de repente los olvidados, los enterrados en barro y arena tomaban la palabra. Pero esas historias paralelas que me encantan las voy a dejar para otro día, si os apetece, porque me está quedando el post un poco largo.

Nota: La foto es el estandarte de Ur, una pieza preciosa que se puede admirar en el Museo Británico.