lunes, 26 de diciembre de 2011

Delenda est Carthago (FIN)





Pues sí, aquí termina mi estancia en Carthago, en un día de navidad triste y gris, aunque mis ojos, paradójicamente, niegan la realidad y me hacen ser consciente de que fuera de mi mundo irreal brilla con fuerza el sol de invierno.

Es hora de plegar velas y levantar el ancla porque no me apetece ver más las ruinas descarnadas que, cada anochecer, proyectan sombras alargadas, tan lúgubres que hacen que se me encoja el alma siempre que trato de poner un pie en el puerto. Tantas veces lo he intentado, sin conseguirlo, que ya no quiero hacerlo nunca más, no quiero sentir más la angustia de estar tan cerca estando tan lejos. Por eso, en un día en el que los vientos me parecen favorables, pongo rumbo mar adentro. Y no pienso a mirar hacia atrás, hoy hago mías las palabras de Marco Porcio Caton, yo también opino que Carthago debe ser destruida, hasta los cimientos, por eso navegaré deprisa para no escuchar gritos y lamentos que me hagan virar o zozobrar, dejaré que Escipion Emiliano complete su tétrico trabajo y espero que para cuando los buitres monden las últimas palabras yo ya estaré lo suficientemente lejos como para no escuchar sus graznidos sordos y huecos.

Sabía que este día tenía que llegar, a fin de cuentas yo soy de romanos y era mi destino aniquilar Carthago, pero no es fácil, imagino que nunca es fácil terminar con algo que tú mismo has creado, a lo que has dedicado cientos de horas llenas de la ilusión de descubrir algo nuevo. Pero no me voy triste, han sido dos largos años viviendo plácidamente en este puerto, dos años en los que, como no podía ser de otra manera, me han pasado muchas cosas que me han marcado profundamente, aquí las he contado, traicionando muchas veces el sentido de lo que buscaba al sentarme a escribir y sorprendiéndome otras al encontrar las palabras exactas que llenaban mis silencios. Porque yo nunca me había sentado a escribir antes de llegar a Carthago, y creo que lo echaré de menos. A partir de ahora, mis reflexiones morirán, huérfanas de un teclado, junto a los personajes a los que ya no escribiré una biografía histriónica, junto a los relatos por mí inventados, algunos malos, algunos, contra pronóstico, aceptablemente buenos.

Echare mucho de menos a Carthago, sobre todo a las gentes que por entre sus calles vivían, a todos los que alguna vez la visitaron, a todos los que alguna vez, generosamente, me regalaron su tiempo y sus pensamientos, siempre con cariño, siempre aportándome algo, ¡les estoy tan agradecido!, tan agradecido como a todos los que en sus ciudades virtuales pusieron un indicador que mostraba este camino, llenándolo de lectores prestados pero fieles, también los echaré de menos a ellos.

Pero sobre todo echaré de menos ver por aquí a la niña ñoña que con el solo brillo de sus ojos ha hecho que no necesitase un faro para iluminar este puerto, y al valiente Explorador que, desde su acantilado, nos recitaba historias llenas de sensibilidad y cordura, tan apreciadas para mí como su amistad. Sentiré vacío y pena cuando en las tardes más duras no encuentre calor y afecto en la taberna más populosa de Carthago, regentada por buenos amigos a los que siempre llevaré en mi barco, esperando descubrir algún día con ellos un nuevo puerto, no puedo irme sin que sepáis cuanto os quiero.

Y no solo a ellos, también añoraré no encontrar libros de colores en las tiendas del ágora, llenos de historias que merecen la pena ser leídas, no reiré más con las historias del burlón enmascarado, mi compadre del Iberus, al que debo un abrazo y una tarde en el hipódromo, a ver si por fin los rojos ganan a los blancos, ni sonreiré cuando paseando por el campo, buscando la más distinguida de las setas, y también la más brillante, vea batir las alas llenas de optimismo de la princesa de las hormigas y de la reina de las mariposas, siempre dispuestas a levantarme el ánimo, lo mismo que ha hecho tantas veces la chica de la sonrisa alegre al verme pasar cabizbajo delante de su ventana.

No me alargo más en la despedida, aunque se me hace amargo pensar que es lo último que os voy a escribir aquí, parece mentira. Pero lo repito por última vez, no estoy triste, solo algo emocionado, porque pasarme por aquí y conoceros ha sido estupendo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Dónde están las personas?

 
A veces me pregunto dónde están las personas, sí, esas con las que comparto atascos por las mañanas, esas que respiran el mismo aire que yo, las mismas que veo corriendo detrás de un autobús o esperando bajo la lluvia cruzar un semáforo. ¿Dónde estáis?, ¿por qué me parecéis tan invisibles que dudo de vuestra existencia?, ¿o tal vez soy yo un espectro con apariencia de ser humano?

Cierro los ojos y siento miedo, de una manera sutil, una especie de congoja que me presiona la piel, como si de repente el aire fuese más denso y la tierra hubiese aumentado su gravedad un par de metros por segundo cuadrado. Me preocupo de cosas tan trascendentes que, comparadas con mi insignificancia, me hacen sentir pequeño, impotente y ridículo, pero ser consciente de ello no me ayuda, más bien todo lo contrario.

Hasta que se me pasa y viene la ira, un odio que me da miedo porque es asesino, tan feroz es que me hace sentir capaz de matar con mis propias manos, capaz de perdonar al que lo hiciese, de comprenderlo, de justificarlo. Es más, no entiendo por qué nadie lo hace y da el primer paso, se me hace muy difícil comprender por qué cada día un vengador justiciero no apalea hasta convertir en pulpa a un duque mangante y codicioso, al presidente de una patronal especialista en desviar dinero a paraísos fiscales, al consejero delegado de un banco que se lo llevó crudo sabiendo que era la ruina, a un ex presidente del gobierno con un sueldo vitalicio que se atreve a juzgar que nuestro sueldo de miseria es insostenible, a un político que se atreve a cancelar la tarjeta sanitaria de un parado.

De verdad que no lo entiendo, ¿tan cobardes somos?, ¿tanto han llegado a lavarnos el cerebro? ¿tan asustados estamos que lo asumimos como inevitable? Siento arcadas, sobre todo de su impunidad, de su desvergüenza, de su arrogancia, de su descaro. ¿Por qué lo toleramos?

No lo sé, y me doy mucho asco mientras que rumio desde mi sofá esta rabia, desde mi vida ficticia y acomodada que veo pender de un hilo, pero que aguanta mientras que la vida de otros ya se ha desmoronado. Gente que sufre porque está desamparada, porque tiene que buscar caridad en lo que por justicia era suyo y se lo han robado. Gente que se ha ido quedando por el camino como sacrificio humano de los codiciosos, que jugaba según las reglas que estos les marcaban, gente honesta que trabajaba bien y que pagaba sus impuestos religiosamente, que tenía su negocio y lo sacaba adelante con sangre, sudor y lágrimas, gente que puedes ser mañana tú, o yo, o tu madre, o tu hermano.

Estoy dispuesto a apretarme el cinturón por ellos, a compartir lo que pueda, a ser hasta el límite solidario, porque es de justicia, como dicen los que nunca tienen crisis, es justo y necesario. A eso estoy dispuesto. Pero a cambio quiero la cabeza de esa panda de golfos hijos de la grandísima puta, quiero verlos sufrir, quiero verlos acorralados, que no sepan donde meterse, que su descaro se transforme en miedo, que se sientan perseguidos y amenazados, que nadie los justifique, que nadie ponga en ellos falsas esperanzas porque su mundo putrefacto ha fracasado.

Hay que exterminarlos de raíz, con cualquier medio, como el tumor que son, y esperar que su estiércol sirva para que nazcan políticos decentes, de todos los colores, porque nos hacen mucha falta, periodistas que no vean peligrar su sueldo por contarnos la realidad, empresarios honestos que sean conscientes de su compromiso real con la sociedad, gente valiente que aporte sus ideas, trabajadores buenos y preparados.

Cada vez estoy más convencido que resignarse no es la solución. Desde mi frustración veo que nace un compromiso y yo cada vez me veo más comprometido con pequeñas cosas que si se multiplicasen por miles servirían de algo. Es algo que cada día crece un poco más y me da fuerzas para seguir sin hundirme, aunque sea por egoísmo, porque lo necesito para poder mirarme a la cara, para poder mirarte a la cara sin sentirme un puto gusano.

martes, 1 de noviembre de 2011

Achaques y chuletones



Cuando llegué a la universidad era un tío raro y melenudo que se había criado en el barrio del otro lado de la vía. En la primera clase me senté en la última fila y me puse a leer el periódico, sin hacer el menor intento por relacionarme con nadie. Así me recuerdan mis amigos.

Por eso, cuando todos los grupos se iban formando imagino que por algún tipo de afinidad que yo no veía, yo seguía más solo que la una compartiendo viajes en el autobús 450 con otro tío todavía más raro que yo, al que unos años más tarde apodábamos “el digodigo” por su forma de hablar digna del Gallo Claudio. Con el tiempo, y eso significa un largo proceso que más o menos duró un año, comencé a relacionarme con un grupo que, la verdad, de sociable tenía poco. Sería por eso de que Dios los cría y ellos solos se juntan. No éramos muchos, seis fijos y algunos que iban y venían, atraídos o repelidos por nuestra forma de ser, éramos ácidos de cojones, lo seguimos siendo.

¿Chicas? Una o ninguna, tanto era así que los agradecimientos de mi amigo A eran “para mis compañeras que con su indiferencia me han dejado largas horas para el estudio”. Eso no era verdad del todos, porque lo de largas horas para el estudio en nuestro caso era una licencia poética.

Hace trece años que terminamos la universidad, sorprendentemente, porque como he adelantado éramos unos vagos que no daban ni chapa, lo nuestro era irnos a jugar al baloncesto, al ajedrez y al mus. Cuando conseguimos un despacho para la asociación que nos servía de tapadera lúdica, con ordenadores, equipo de música y conexión a Internet, algunos no volvimos a ir a clase más, y en mi caso eso significa que no pisé una clase de la escuela desde mi primer tercero. Es un verdadero milagro que hoy todos tengamos cogiendo polvo un título de ingeniero.

A pesar de lo mucho que ha llovido desde entonces, nos seguimos viendo, no es la misma relación que antes pero es estupendo quedar una vez cada tres o cuatro meses y ver que las cosas siguen funcionando exactamente igual, o mejor, porque vernos es abrir una ventana al pasado libre de problemas y de reproches, lo que nos une ahora son las ganas de vernos y de pasar un buen rato. Dentro de esos ratos es un clásico nuestra cena anual en Casa Hortensia, restaurante asturiano de trato brusco pero de comida abundante, buena y contundente. Nosotros hace tiempo que nos dejamos de inventos que terminaban con el bolsillo y la panza vacíos, desde nuestro último fracaso gastronómico decidimos ir a tiro fijo y cenar invariablemente fabada y chuletón, con un par, llevamos así unos años. Tantos como para darnos cuenta de que ya no somos los mismos, de que nos hacemos mayores y que tanta contundencia a la hora de cenar nos empieza a venir muy grande.

Cuando el viernes entré en el restaurante y vi a mis amigos tomando unos culines de sidra en la barra, fui consciente como nunca del paso del tiempo, sus cabezas pelonas y canosas, más o menos como la mía, dan fe de que ya no somos unos niños, las conversaciones tampoco. Porque antes nuestras conversaciones volvían una y otra vez a aquellos años, que ahora parecen tan felices, de la universidad, nos pasábamos horas riéndonos de las mil anécdotas que tenemos, muchas malvadas, como cuando pegamos una silueta de Batman en uno de los espejos interiores del proyector de transparencias y como no había ni presupuesto para otro ni forma de quitarla, una semana nos pasamos llamando a Bruce Wayne, parece que todavía puedo escuchar nuestras carcajadas y a nuestro profesor de Máquinas eléctricas diciendo la famosa frase de “estos cabrones lo han puesto a conciencia”.

Sin embargo, ahora hablamos de otras cosas, nos contamos nuestros achaques ante un plato de cabrales mientras que llega la fabada, hablamos de que ya no jugamos al baloncesto porque nos duelen las rodillas y recomendamos las mejores medicinas para regenerar los cartílagos, nos lamentamos de que ahora cada dos por tres nos toca ir al dentista, seguimos con el apartado de operaciones varias y rematamos con los resultados de nuestras analíticas mientras que, irónicamente, nos repartimos el lacón y el chorizo. Lo peor viene cuando ya ahítos nos sacan una bandeja con cuatro chuletones perfectamente deshuesados y fileteados. Nos miramos unos a otros con cara de no poder, y no podemos. La foto que acompaña al texto da fe de que nos dejamos más de la mitad y que con vergüenza pedimos una fiambrera para llevárnoslo.

El tiempo pasa, afortunadamente para unas cosas y desafortunadamente para otras. Ya no tenemos que ir a los sitios más cutres de Huertas y Malasaña para tomar algo, ahora nos dejamos sablear con copazos de 14 pavos en sitios en los que sospechosamente somos de los más jóvenes, Gin Tonics, por supuesto, tampoco hacemos de emborracharnos una meta, solo una circunstancia. Comemos chuletón de marca en lugar de bravas y oreja en lugares un tanto siniestros, volvemos a casa en taxi en lugar de ir peregrinando de búho en búho por Cibeles y Príncipe Pío, pero nos falta algo, creo que se llamaba juventud y por algún sitio, sin darnos mucha cuenta, nos la hemos ido dejando.

viernes, 28 de octubre de 2011

La bronca que no te tocaba




La bronca que no te tocaba fastidia más que ninguna, además de por injusta por traicionera e inesperada.

Da igual lo que hayas hecho, da igual si realmente te merecías una bronca por ese motivo o por cualquier otro, el caso es que te acabas de llevar la del pulpo porque casualmente pasabas por allí. Y por eso mismo es un ataque demoledor, es como uno de esos documentales que pasan en la 2 de leones desmembrando gacelas.

Lo más gracioso, y esto es un eufemismo, es que eres una víctima colateral de una guerra que inició alguien que en ese momento seguro que está en casa, tocándose los genitales con ambas manos, mientras que tú estás como un gilipollas haciendo horas extras no remuneradas o desplazado en la Cochinchina (o más allá) cobrando 40 miserables euros de dieta, por cierto, deben llamarlas así porque en algunos sitios se adelgaza mucho con lo que te dan (desde aquí aprovecho para mandar un afectuoso saludo a todos mis colegas ingenieros que se dejaron las pestañas en su juventud estudiando para acabar firmando un contrato de semi esclavitud a cambio de un sueldo de subsistencia).

Este tipo de bronca tiene de bueno que si no entras al trapo, y consigues camuflarte como el “bichobola” que realmente eres, tal como viene se va, es como una ola en el mar, total, si a Bruce Lee le parecía bien eso de “be water my friend” a todos los demás seres mortales debería bastarnos. Si lo dejas pasar tarde o temprano el “abroncador” se olvidará de ti y volverá a concentrar su ira en la verdadera presa. Lo malo es tomárselo a la tremenda y ser víctima de un ataque de dignidad que te haga plantar cara. Es un error de principiantes, las puertas del INEM están llenas de despedidos con 20 días de indemnización y de pardillos que no supieron callarse a tiempo, es más, en muchos casos coinciden ambos atributos en la misma persona.

Si eres tan torpe de contestar airado que esa no es tu vaina, entonces has dejado de ser parte del decorado y pasas a formar parte del problema, te conviertes automáticamente en otro empleado díscolo con ganas de tocar los cojones sin venir a cuento, porque un jefe en pleno ataque de ira no es consciente de sus actos, el pobre. A partir de ahí te puedes llevar una retahíla de contestaciones entre las que se hayan:

  • Sois todos unos putos inútiles (a secas).
  • Al final tendré que hacerlo yo, no sé para qué os pago un sueldo si sois todos unos putos inútiles.
  • Eso se hace así porque me sale de los cojones, putos inútiles.
  • Sois todos una panda de rojos y putos inútiles, con Franco no pasaba esto.

Si en ese momento se te ocurre replicar que no tiene razón y que no eres un puto inútil ya puedes ser muy indispensable o eres hombre muerto.

Una vez superado el trance, dependiendo de la clase de mal bicho que sea tu jefe, se plantean varios escenarios. El más probable, afortunadamente, es que la cosa quede así, aunque ese año la cifra de tu subida rime con Zapatero. En algunos casos, los menos, lleva aparejada tarjeta roja y expulsión, aunque existe una variante de este plan a la que denominaré “ajuste de cuentas”, este consiste en que a la mínima oportunidad, en cuanto dejes de ser indispensable te darán una caja para que metas tus cosas dentro bajo la vigilancia de un guarda de seguridad.

Sin embargo, existe una especie de jefe en peligro de extinción que es el jefe blandito, un raro espécimen que, una vez pasado el calentón inicial, tiene remordimientos. Nadie sabe por qué los jefes blanditos llegan a ser jefes. Tener un jefe así es una suerte tan grande como encontrarte a Michelle Pfeiffer en una isla desierta (sí, ya se que si está ella no está desierta, pero me tomo mis licencias literarias, con Michelle me tomaría otras licencias, además de quitarle algo de ropa y veinte años). Un jefe con remordimientos es un chollo, en ese momento le puedes sacar cualquier cosa, sobre todo si manejas el noble arte de las sutiles indirectas. Con habilidad puedes conseguir unos bolígrafos de colores, tipex (de cinta), un par de horas de vacaciones por estrés, entrar en la lista de los que van a dar un vale descuento cuando compres desodorante sin alcohol o un boleto para la rifa de un perrito piloto, porque tampoco hay que abusar, que tu jefe sea blandito no significa que sea gilipollas.

Resumiendo, si te cae la bronca que no te tocaba mantente frío como una cobra, sonríe y sé profesional, déjate el orgullo y los principios en casa, y sobre todo no recurras a la violencia, que es, como dijo Asimov, el último recurso del incompetente.

Nota del autor: Todos los personajes de este post son de ficción, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Ningún empleado fue herido o despedido durante la redacción del mismo.

domingo, 23 de octubre de 2011

Sin imagen, sin título

Hace un porrón de años, cuando arrastraba mis lamentables 18 años, tuve una crisis existencial terrible. No recuerdo los motivos, si es que los hubo, pero sí que recuerdo las noches insomnes dándole vueltas a una cosa tan inevitable como la muerte. No tocaba, como espero que tampoco toque ahora, pero ahí vuelvo a darle vueltas al mismo tema, imagino que esta vez estará todo relacionado con una prematura crisis de los cuarenta. Lo mejor de las crisis existenciales es que son absurdas, no vas a arreglar nada teniéndolas, es más, igual estropeas algo que era mejor ni tocarlo, porque el cerebro humano es un aparato fácil de averiar y muy difícil de arreglar.

Puede ser motivo de risa no encontrarle sentido a la vida cuando uno está rodeado de tanta gente que le quiere y que se hace querer, de tantas cosas buenas, de tanta belleza, seguro que el hecho de sentirlas, de disfrutarlas, de quererlas, ya debería ser razón suficiente para alegrarse de vivir, por efímeras que sean, aunque su recuerdo esté condenado a perderse porque el tiempo no perdona nada. Sin embargo no puedo dejar de pensar que todo es inútil, y si no lo es lo será, que la partida está perdida porque por muy bien que juegues, por muchas trampas y trucos que conozcas el final va a ser el mismo, todo tan obvio, todo tan inevitable, todo tan triste.

Y por mucho que intento pensar en otras cosas, de sumergirme en la música que tanto me evade, de leer historias de otras vidas, reales o ficticias, la realidad me devuelve mis pensamientos rebotados, como lanzados contra una pared que me los arroja con más fuerza. La actualidad se ve salpicada, y tal vez no esté utilizando el adjetivo más afortunado, de muertos, algunos notorios y públicos, otros desapercibidos y anónimos, cuya muerte solo parece interesar porque se suma a la de muchos otros desgraciados como ellos, muertos cuantitativos que no cualitativos, desapercibidos, salvo para los que los lloran, si es que todavía tienen fuerzas para hacerlo.

Las muerte nos iguala a todos, ya te hayan construido una pirámide o hayan mondado los buitres tus huesos en las arenas del desierto, ahora también nos iguala como muerte espectáculo en Internet o en el Telediario. Por ello a nadie le extraña ver como decenas de teléfonos móviles graban y fotografían el linchamiento del monstruo libio indefenso, despojado de toda cualidad humana hasta ser despojado de la vida que, para muchos, ya no se merecía. Miro el vídeo y lamento más el hecho en sí que la muerte de una persona, y me asusta ver que soy alguien sin sentimientos. También miro el vídeo de un chico que estaba comenzando a vivir caer sobre el asfalto como un muñeco roto y se me parte el alma, le veo sujeto a su montura, lleno de vida, para unos segundos después no ser más que un proyecto inconcluso de vida, de la forma más estúpida.

Hacía mucho tiempo que no escribía algo triste, afortunadamente, pero hoy me siento vacío y plano, este blog es así, a veces lo abres esperando que te regale una sonrisa y te encuentras con una puñalada. Escribo esperando una noche que ha de llegar y en la que dormiré poco pensando que las miserias cotidianas son poca cosa, que casi nada merece la pena y que cada momento merece la pena ser vivido. Mañana no lo haré y volveré a sumergirme en ese mundo de mentira que finjo vivir a diario, esperando no sé que, muerto de miedo, tratando de ganar una batalla más que realmente es una batalla menos. Trataré de agarrarme a ese hilo invisible que es la vida, esperando que no se me rompa sin que me dé cuenta y dejando las cosas a medio hacer, no, no estoy preparado, quiero madurar y envejecer hasta ser capaz de aceptarlo, no por nada en particular, simplemente por puro egoísmo, por una cuestión personal de estética.

miércoles, 19 de octubre de 2011

¿Tentando al Karma?


Hoy ha sido un día muy extraño, raro de cojones.

Por la mañana, al quitarme el pijama, he enganchado la cadenita que llevo colgada del cuello y se ha roto, el Cristo que cuelga de ella ha salido volando. Vale, todo el mundo se pregunta ahora por qué llevo un cristo colgado del cuello si no soy creyente, pues es un regalo de mi mujer, de aquella época en la que todo eran síes hasta conseguir un sí, y por supuesto no me refiero a pedirle matrimonio. Total, que cualquiera se lo quita ahora sin levantar sospechas de que aquello no iba del todo en serio.

Da igual, el Cristo se ha quedado en casa por primera vez en los últimos diez años y las consecuencias han sido catastróficas, me he llevado por delante una de las columnas de aparcamiento de la empresa y he dejado el coche precioso, se me ha estropeado el ordenador, que no me piensan cambiar porque solo tiene cuatro años, y la dentista ha incluido un suplicio más a la lista de torturas que no va a dejar de crecer hasta que me limpie la paga extra de diciembre.

Como en Cristo estoy muy mayor para empezar a creer, creo que va a ser cosa del Karma. Está claro que tres temporadas completas de Me Llamo Earl han calado mucho más profundo en mí que los tres meses que tardé en fugarme de las clases de catequesis. Llevo todo el día repitiéndome a cada momento la frase "¿Han pensado alguna vez en ese tío que sólo comete malas acciones y se pregunta por qué su vida es una mierda?”

Estoy siendo malo, muy malo, todos mis pensamientos van dirigidos hacia el mal y me temo que el Karma me está castigando. Hago bromas con todo, y todo es todo, lo mismo me río de algo tan serio como el intento de asalto a la casa de Esperanza Aguirre que del pobre teutón que se han desayunado los caníbales polinesios. Provoco a las personas y les tiro de la lengua solo por el placer de divertirme, mando correos llenos de segundas y terceras intenciones a gente que no entendería ni la primera, estoy jugando con los sentimientos de personas que no se lo merecen, o sí, sólo porque estoy aburrido.

No puedo parar.

Soy mala persona y no sé cómo poner fin a esa espiral de terror, por eso me alegro de que el Karma se tome la molestia de hacer algo por mí, que no tengo fuerza de voluntad, aunque sea a base de meterme miedo. Mi compañero, cada vez que me mira, estudia la expresión de mi rostro y nueve de cada diez veces me dice que soy el puto Demien, la décima corre a ponerse a cubierto.

Y esto tiene que acabar ya, no sé la manera pero lo debo hacer antes de que me pase por encima un camión en la M40 o paseando por la calle me alcance un tiesto.

Me llamo Juanjo_ML, trato de ser mejor persona.

martes, 18 de octubre de 2011

Vídeos heavies horteras pero no por ello exentos de sentimientos


De mi pasado heavy creo que he hablado muy poco en el blog, ¿verdad?. Pues sí, viví una juventud llena de marginalidad rodeado de gente que no entendía mi afición a las guitarras poderosas y al doble bombo de las baterías, mis amigos no me entendían, mis enemigos menos . Creo que la culpa fue de mis primos, con lo que nos íbamos de acampada todos los meses de Julio, ellos, además de mayores, eran heavies, de Aluche y ligaban, no digo más, eran gente de mundo, mis primos partían con la pana. Entonces, las cosas no eran como ahora, para escuchar heavy tenía que recurrir a un mercado clandestino de cintas piratas que vendían personajes de no muy buena reputación, pero lo mejor era grabarse uno sus propias cintas de los programas de la radio, recuerdo pasarme las tardes dándole simultáneamente al “rec” y al “play” escuchando Radio las Águilas y las noches con el Discocross y la Emisión Pirata que, por cierto, vuelvo a escuchar camino al trabajo todas las mañanas.

El heavy tenía de todo desde grupos venerables como Motorhead, AD/DC, Megadeth, Iron Maiden o Judas Priest a auténtica morralla. A mí me gustaban casi todos y que conste que me siguen buscando, el problema viene cuando empiezas a ver desde una perspectiva de hoy las cosas que pasaban en los ochenta, es el horror. Las veías y así se quedaban en tu cabeza, idealizadas, pero ahora, de repente, tenemos las herramientas para volver al pasado sin anestesia y, claro, te decepcionas y descojonas por igual. Los vídeos heavies son un buen ejemplo. Yo también llevé en su momento pantalones elásticos, botas Puma y una buena melena, hasta donde me dejaba mi padre, porque esa combinación de educación falangista y militancia en CCOO no entendía de pendientes ni de rizarse la cabellera, pero lo que antes me parecía molón visto ahora me parece hortera a más no poder. Por fortuna la música ha aguantado mucho mejor el paso del tiempo y ni de coña voy a renegar de ella.

He preparado una serie de vídeos que voy a publicar en tres entregas de seis vídeos, vamos con la primera, disfrutadlos.

1: Fooling - Def Leppard



A ver, yo no puedo ser más fan de Def Leppard de lo que soy, me encantan y el Hysteria me parece uno de los mejores discos ever, pero en lo referente a los vídeos dejaban mucho que desear. No sé que puedo decir de un vídeo en el que sale una tía con cara de máscara tocando un arpa sobre unas llamas, ¿que es insuperable?, pues no, es superable, puedes meter la cabeza de un tío que me recuerda a Falete en una quesera y mezclarlo todo en una combinación inenarrable. ¿Insuperable aún?, pues no, salvo por ellos mismos, porque a continuación se puede ver al cantante atrapado con unas esposas que explotan bajo el embrujo de una bruja con cara de ir colocada, al batería tocar con unos calzoncillos con la bandera británica y una huida entre explosiones con espasmos dignos del mejor chiquito de la calzada. (8 puntos en la escala Glam Rock)

2: 18 and Life - Skid Row


Los Skid Row no eran muy santos de mi devoción, eran un grupo de guaperas diseñados para recoger los despojos que por entonces dejaban los Duran Duran y los Spandau Ballet en el extrarradio. Destacaban por sus melenas perfectas dignas de un anuncio de crema suavizante para el cabello porque ser rockero y estar guapo no tenía por qué ir reñido, nada que ver con el desgreñado de Axl Rose, que parecía que le había robado la peluca a un espantapájaros. Este vídeo es tremendo, cargado de mogollón de contenido social, violencia doméstica, hijos que se van de casa a los 18, y no es ciencia ficción, que beben de sus botellas a la luz de una hoguera (lo de las hogueras es un tema recurrente en estos vídeos), que roban la pistola de su padre y se lían a balazos con su mejor amigo para dar con sus huesos en la cárcel. Escalofriante documento, ¡temazo! ¡temazo! (7 puntos en la escala Glam Rock)

3: Talk Dirty to me – Poison


Una cosa es fija cuando se sacan este tipo de bandas en la conversación, los Poison siempre son mencionados haciendo una dura competencia con Europe, si mal no recuerdo a ambos los descubrimos en el 'Un, dos, tres' haciendo dura competencia a Samantha Fox y a Sabrina. Este grupo pasará a la historia por su música fácil y pegadiza y sus cardados imposibles, lideraban sin dudas eso que se conocía como Hair Metal. El vídeo no tiene nada de particular, salvo por ser una pasarela de todos los modelitos que los chicos malos llevaban en aquella época con total desvergüenza y un punto de provocación, uno solo puede sentarse a mirar y disfrutarlos. (8 puntos en la escala Glam Rock)

4: Kickstart my Heart - Montley Crüe


Ya podías tener la cara del mismísimo Monchito (y obviamente no me refiero a Tommy Lee), que con unas buenas melenas, una cinta en el pelo y unos tatuajes gamberros molabas mil en los ochenta. Este es el típico vídeo de la época que mezclaba una actuación en directo, destacando unos magníficos planos a contraluz de esos cardados eléctricos, y accidentes de vehículos variopintos a toda velocidad, rock y riesgo, el cóctel perfecto de los chicos malos de la época. Si eras español, a lo máximo que podías aspirar era a coger el Renault 12 de tu padre y cambiar la cinta de Los Chichos por la de Montley Crüe, ir a un descampado y ¡hala! a tirar del freno de mano para hacer unos trompos, así, a lo loco. Un grupo estupendo y un disco buenísimo, nadie me podrá negar que la canción se pega. (6 puntos en la escala Glam Rock)

5: I Believe in You – Stryper


Stryper se autodenominaba el primer grupo de rock cristiano, ahí queda eso, a su talento y a su fe debemos agradecer la existencia de grandes clásicos del rock como “In God we Trust” y “To Hell with the Devil”. Desgraciadamente, no he encontrado vídeos de la época que hagan justicia a su grandeza, porque había que ser muy grandes para salir al escenario vestidos como una mezcla de Diana, la de V, la abeja Maya y enfrentarse al público melenudo con esa voz que solo es posible después de una orquiectomía. Este vídeo con piano, violines y una letra supercurrada con mogollón de contenido, tuvo que mojar alguna que otra casta braga porque es todo vocación y sentimiento. Os ánimo a ver algunos vídeos más de esta banda que no debería faltar en ninguna JMJ que se precie de serlo. (10 puntos en la escala Glam Rock)

6: We're not Gonna Take it - Twisted Sister


Unos de los reyes indiscutibles del horterismo. Los Twisted Sister combinaban unas pintas terribles con un maquillaje aterrador y, ademas, eran feos de cojones. Pero no hay que dejarse engañar por ello, dejaron un ramillete de temas imprescindibles. El vídeo es muy típico en ellos, una crítica brutal a las relaciones paterno filiales y a la forma de educar a los niños en América, eran los años de Rambo y Reagan. El protagonista, acosado por un padre capullo, se pone a dar vueltas como una peonza y se convierte en un híbrido del diablo de Tasmania, la mediana de las Supremas de Móstoles y El Último Guerrero, sus hermanos bajo su influencia se transformarán en seres parecidos para curtir el lomo a su padre que se lo tiene bien merecido, humor de Climalit y Pladur. (9 puntos en la escala Glam Rock)

miércoles, 12 de octubre de 2011

Los fachas


A veces, como soy un tío bastante simple, me cuesta un poco entender por qué somos tan diferentes las personas. Y no me refiero a por qué yo soy alto y guapo mientras que otros no llegan ni a la categoría de modelos de bañadores, no van por ahí los tiros. Eso lo entiendo, tuve mala suerte y me tocó tener belleza física en lugar de belleza interior e inteligencia, un drama insoportable.

Somos muy diferentes, no estoy inventando la rueda, pero dentro de nuestras diferencias me gusta pensar que una mayoría de nosotros somos, o intentamos ser, justos y buenos, cada uno desde nuestras creencias e ideologías, casi todas respetables, algunas comprensibles. Sin embargo, de entre toda la fauna que puebla eso que se conoce oficialmente como Reino de España existen unos elementos que son “hors categorie” que dirían los franceses, unos fieras, unos fenómenos, pero del esperpento, unos seres que son de verdad pero que parecen de mentira, dinosaurios de un pasado que reivindican como glorioso pero que no están fosilizados, al contrario, viven y andan entre nosotros, son los fachas.

Y que no se me enfade nadie, no entra en esta categoría la honrada gente de derechas.

No es difícil reconocer a los fachas, me refiero a reconocerlos antes de que abran la boca y comiencen a soltar por ella toda su filosofía barata y que me perdonen los antiguos griegos por decir filosofía, quería decir toda su verborrea. A fin de cuentas, para ellos los filósofos griegos no serían más que una pandilla de putos maricones (de mierda) a los que habría que fusilar si no fuera por el hecho anecdótico de que los muy cobardes llevan varios milenios muertos. Esta frase llena de exabruptos, aunque parezca mentira, está llena de conceptos fundamentales para el facha, más adelante volveré a ellos.

Decía que no es muy difícil reconocerlos porque son personajes de aspecto raruno y cetrino, posiblemente porque la cara es el espejo del alma y su alma pertenece a un ser oscuro que por fortuna lleva varias décadas pudriendo, muchos están hinchados y colorados pero me temo que eso no tiene que ver con la ideología, tiene que ver más con el amor al Valdepeñas. Siempre están cabreados, pero con un cabreo estentóreo, lleno de aspavientos, groserías e impertinencias, seguramente porque odian vivir en un mundo que no se amolda a lo que ellos piensan que es la corrección política, al amor a Cristo Rey y la defensa de la Patria y la bandera. Ese es el segundo rasgo que los identifica, que no son muy anchos de miras, son como esos burros que van con orejeras y no son capaces de ver, y mucho menos entender, algo que quede fuera de las dos líneas paralelas que marcan su camino.

Por eso el mundo se divide en dos, en la gente de bien que piensa exactamente así y en los putos rojos (de mierda) que no piensan igual que ellos. Debe quedar claro que no es necesario ser de izquierdas para ser un puto rojo (de mierda), si no piensas que todos los rojos deberían ser exterminados y enterrados en una cuneta ya eres otro puto rojo (de mierda). Por ello tienen siempre clarísimo que la culpa de todo son los demás, fuente sin fin de vicios morales, y no es difícil escucharles tener la solución para todos los males de España y del universo, siempre por la vía fácil, lástima que la escoria que los rodea no tenga pelotas para materializarlos. Acabarían con el paro poniendo a todos los putos rojos (de mierda) a picar piedra, y al que se queje se le da matarile, acabarían con el SIDA contándole los huevos a todos los putos maricones (de mierda), con el terrorismo metiendo los tanques en las vascongadas, con la delincuencia quebrando huesos en los calabozos y con la inmigración torpedeando cayucos y pateras. Con el cambio climático no acabarían, porque a pesar de ver desaparecer la capa de ozono y los casquetes polares ellos niegan cualquier síntoma o evidencia.

Respecto a las mujeres, cabe destacar que su pensamiento está basado en la igualdad, sí, como lo leéis, para ellos las mujeres son todas unas zorras por igual, salvo las rojas y las lesbianas que, además de unas zorras, deberían estar muertas. Se salen de dicha clasificación sus propias madres, la virgen María y las pobres monjitas misioneras que bastante tienen las pobres con tener que evangelizar a los guarros de los sudacas y a los putos negros (de mierda). Creen en la familia tradicional y en el patriarcado, su casa es su reino, un lugar en el que debe hacerse su voluntad y en el que se pasan la ley por el forro de los cojones, especialmente las que hablan de la igualdad de genero, un buen facha no es tal si se le niega el derecho a soltar una hostia o es capaz de plancharse una camisa o de freírse un huevo. La realidad es que a la hora de la verdad ligan menos que la duquesa de Alba en hombres, momias y viceversa, por eso legitiman el papel tradicional de las putas en la sociedad y se les puede ver con asiduidad en el puticlub que para ellos es simplemente un lugar más de esparcimiento.

Los fachas odian la diversidad, ya sea la racial, la cultural o la sexual, son recelosos de todo lo diferente, seguramente porque tienen miedo de lo que no entienden, eso incluye a otros idiomas, especialmente los que hablan los putos vascos y catalanes (de mierda). Degradan a todos los colectivos que no son de su devoción a la categoría de sub-humanos y tienen la desfachatez, valga la redundancia, de proclamarlos en alto en busca de clientela. Y esa es la parte que no es graciosa del asunto, porque al final a un tonto se le ríen las gracias hasta que encuentra con otro tonto que las hace suyas, y así hasta que al final se encuentran con un listo que sabe aprovecharse de las circunstancias. Y no es ciencia ficción, está pasando, aunque parece que a todo el mundo se la pela.

sábado, 8 de octubre de 2011

Ir al dentista y vivir para contarlo

Ir al dentista es el mal en sí mismo, su sola mención equivale a invocar la espada de Damocles y ver como se hace visible sobre nuestras cabezas. Uno empieza a ir al dentista desde el mismo momento que sabe que tiene una cita con él, aunque ésta sea dentro de tres semanas, aunque ahora esté más sano que una manzana y sea para la revisión de los seis meses, vas a ir al dentista y lo sabes. Ya puedes ser el tío más afortunado del mundo que no lo disfrutarás, ya te puede tocar a ti solo el pleno al quince de la quiniela, ojo, con un dos fijo al Madrid-Atlético, da igual, en el fondo sabes que tu futuro pasa por ir al dentista, esa es la línea que marca tu horizonte y tras ella solo existe la nada. Es más, hasta puedes tener un fantástico sueño erótico con Megan Fox (y con su imaginaria hermana gemela) que te levantarás más cariacontecido que si te hubieran hecho ver toda la saga de Transformers en sesión continua y sin anestesia. Si sabes que tienes que ir al dentista la vida es una mierda.

Y lo puedes dilatar, pero la dentadura es como los volcanes, un enemigo silencioso, un peligro latente que cuando despierta solo es fuego y destrucción, el infierno según San Mateo: "Y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes", y lo sabes y lloras las lágrimas más amargas mientras que buscas desesperado la caja de Nolotil y el teléfono de la consulta, rezando para que quede un hueco libre y te reciban de urgencias. El dolor de muelas es el mal, por eso al menor síntoma de que algo no va bien pedimos mansos una cita que ya es parte del ritual: “clínica dental buenos días, ¿quiere una cita?”, no, hija de Satanás, te llamo porque me duele una muela y los tiquismiquis del teléfono de la esperanza no me la sacan. Sí, hay que tener muchos ovarios para ser recepcionista en una clínica dental, y si alguna me lee (mis experiencias han sido siempre femeninas), que sepa que le* mando desde aquí un caluroso saludo, ¿por qué?, pues porque ser soldado de infantería en la división azul era una mariconada a su lado, vale, hacía frío en Leningrado, como en la consulta, pero a los soldados soviéticos no le dolían las muelas ni les cobraban por un implante el sueldo de todo el verano.

Una buena recepcionista debe parecer tonta sin serlo, a fin de cuentas su trabajo consiste en ayudar a desplumar a un montón de gente asustada, dolorida y cabreada minimizando el número de agresiones recibidas, esto incluye las menciones a la madre, todo un arte. Increíblemente su táctica consiste en tratarnos como si tuviésemos tres años, y funciona, porque en el fondo todos somos como niños de tres años. Ellas lo saben, tienen el culo pelado de hacer que la gente esté sentada y quieta. Una de sus mejores herramientas es el tono de voz impostado, algo horrible, subiendo un par de tonos y ralentizando la pronunciación para que nos enteremos de todo y, además, nos quede bien clarito. Las mentiras son igual de reconocibles pero nos las tragamos, “siéntate ahí un rato que enseguida te toca”, ¡un huevo de pato viudo!, creo que Einstein comenzó a sospechar de la curvatura del espacio tiempo en la consulta de su dentista. Si te pones un poco nervioso y te da por preguntar, más que nada por si se han olvidado de ti, te miran igualito a como tu miras a tu hijo la segunda vez que en el coche de sus labios sale un “¿cuándo llegamos?”, la respuesta es la misma, enseguida**, a pesar de que sabe que el implante de fulanito se ha complicado y están buscando en las páginas amarillas el teléfono de un herrero 24h que llegue raudo al rescate y suelde un par de placas.

Después está el trauma que se te va creando durante la espera, empezando por ese olor agrio tan característico que es la antesala del dolor. Un olor que nunca llega a saturar la pituitaria, porque ya puedes trabajar en una planta de reciclaje de estiércol que te terminas acostumbrando, pero a ese olor no, y es un milagro bioquímico que solo han conseguido ellos y los hijoputas que formularon la colonia de Nenuco. Pero no es lo peor, ni hablar, lo peor es escuchar la fresa y el aspirador al otro lado de la puerta que, en breves momentos (nótese el sarcasmo), vas a atravesar. Afortunadamente, eso sí que tiene solución, unos auriculares a todo volumen y un reproductor de mp3 recién cargado y los Green Day (cuando molaban) aporreando el “Pulling teeth” recordándote que “Accidents will happen but this time I cant get up”. No, no vas a salir corriendo. Y en ello estás cuando ves a la recepcionista hacerte todo tipo de aspavientos porque te ha llamado y es tu turno y no te has pispado, toda digna ella, a pesar de que te debe una hora de tu vida, una hora especialmente mala. Increíblemente no le mandas a la mierda porque en unos segundos te van a poner anestesia en una encía y no quieres que haga un comentario en clave al dentista para que al pincharte te haga mucho daño.

Lo que pasa a partir de ahí es lo de menos, te tumbas en el potro de tortura y pones la mente en blanco, a la fuerza, porque una luz cegadora amenaza con fundirte el cerebro. Te dejas hacer y siempre piensas que todavía no te habrá hecho efecto la anestesia cuando la fresa entra en contacto con tus dientes y empiezas a oler tu propio hueso quemado. Lo normal es que sí haya sido suficiente y que no pase nada, “si notas algo levanta la mano”, te dicen, sin tener en cuenta que desde hace cinco minutos tus manos, y los brazos de los que cuelgan inertes, están paralizadas. Además, cualquiera se mueve con ese arma de matar cerca de tu cerebro, piensas que si el dentista estornuda en ese momento ni Santa Apolonia, patrona de los sacamuelas, podrá hacer algo por salvar tu alma. Hasta que termina todo y te das cuenta que no ha sido para tanto, solo eres un poco más pobre pero, a cambio, la puñetera muela ha dejado de dar la lata, eres feliz durante unos segundos, los que tardan en darte la cita siguiente. Estás jodido, el ciclo de nuevo ha comenzado.

*Soy laista pero me estoy quitando, solamente lalaleo de vez en cuando.

** El ahorita mismo de los mexicanos.

martes, 4 de octubre de 2011

Gordo sí, pero con dignidad (Una explicación)


Una de las cosas buenas que tengo es que sé enseguida cuando he metido la pata y que no me importa reconocerlo. Con el post del lunes la metí hasta el fondo.

Pero no fui el único.

Debe existir por ahí un profesional de la medicina sesudo que se dedica a leer análisis de sangre con el ojo derecho mientras que con el izquierdo, cual camaleón con bata, apunta para matar moscas a cañonazos. Cinco kilos de más, el colesterol un poco alto y dispara su fusil indiscriminadamente sin importar el tamaño de su presa que queda aturdida y desconcertada.

Terapia de grupo.

Yo, que me hacen falta dos de pipas para hacer una gracia, me tiro al barro y me río del tema porque me parece el colmo de la gilipollez. Pero porque me parece una frivolidad y un despilfarro, de una estupidez supina, tomar semejantes medidas por un ligero sobrepeso, los trastornos de la alimentación son algo mucho más serio. Y en eso estaba pensando cuando hablaba de aceptarse tal cual uno es, con sus kilos de más, siempre y cuando no afecten mucho a la salud, a la estima y a toda la retahíla de tópicos que van asociados. Puestos a sacar las cosas de quicio recuerdo que vivir mata.

Hoy se ha solucionado el enigma.

Mi compañero ha ido a la terapia de grupo y ha vuelto asustado pero aliviado. Porque la lógica siempre termina por imponerse, es así. Ha ido muy preocupado y se ha encontrado, sin comerlo ni beberlo, en la primera reunión de un grupo formado básicamente por obesos mórbidos. Yo también lo fui, no tiene gracia. Ha tenido que rellenar una serie de test con preguntas tan divertidas como si estaba pensando en el suicidio, porque es verdad que se piensa en el suicidio, ha escuchado a gente desesperada, ha aprendido lo que es un balón gástrico y ha conocido a cinco personas que estaban dispuestas a implantárselo. Alguno porque ya era incapaz de caminar sin ayuda, siento escalofríos de pensarlo.

Y ha decidido no pisar mucho por allí pero va a comenzar a seguir una dieta.

A lo mejor esa era la lección que su médico quería que aprendiese, yo no lo creo. Pero no se le va a olvidar, se ha sentido carne a granel esperando su turno para subirse a la báscula, se ha asomado a las puertas de lo que algunos llamamos infierno y ha visto que no tiene gracia, ni la más mínima. Y aunque por un lado siento alivio de que el mundo no se haya vuelto loco, por el otro me siento bastante estúpido por lo que escribí, a pesar de que sigo pensando exactamente lo mismo, porque bastante trabajo me ha costado aceptarme en este punto de equilibrio desequilibrado en el que me encuentro como para arrepentirme ahora de ello.

Explicación no pedida, acusación manifiesta, pues eso.

lunes, 3 de octubre de 2011

El rapto de las Sabinas



Que desciendas de un héroe troyano como Eneas y un dios como Marte no es garantía de inteligencia, así fueron, son y serán las cosas, posiblemente por culpa de la endogamia, porque claro si se pasaban todo el día retozando por los bosques dioses, sátiros y ninfas, al final como no eran muchos lo mismo te parían un Aquiles, que unos Titanes que unas Gorgonas. Igualito que ahora. Por cierto, es falso que las Gorgonas se llamasen Medusa, Esteno y Euríale, estudios recientes y muy documentados han comprobado que sus nombres verdaderos eran Simoneta, Cayetana y Elena.

Todos sabemos ya que Rómulo y Remo fundaron Roma ellos solitos y que no se pusieron muy de acuerdo en cómo había que diseñar la ciudad. Dice la leyenda que ambos se subieron a la colina del Palatino en busca de una señal y que ambos vieron sendas bandadas de buitres volando en direcciones opuestas, o eso es lo que se pensaba hasta ahora, porque al igual que ha sucedido con lo de las Gorgonas la historia se ha revisado. Parece ser que lo que Rómulo vio pasar era el consejo de administración del banco vaticano huyendo a un paraíso (fiscal) y que le ofrecieron a precio de ganga un préstamo para urbanizar el Palatino, el Quirinal y al Aventino. Remo no tuvo tanta suerte, él lo que en realidad vio fue una bandada de gaviotas con cabeza humana que le prometieron todo tipo de rebajas fiscales e incentivos para la contratación, vamos, caca de la vaca. Por eso, al final Rómulo se llevó el gato al agua y un TDT para sintonizarlo, mató a Remo e hizo la ciudad como le salió de las pelotas.

Todo eso estaba muy bien, pero tener una ciudad para ti solo es un puto coñazo, puedes hacer todo lo que quieras con ella, vamos, como si fueses el mismísimo Gallardón, pero sin mano de obra inmigrante y sin tuneladoras. Tienes aires de grandeza y un préstamo con el que te puedes endeudar durante generaciones pero no tienes vecinos a los que molestar y desangrar con tasas e impuestos, no mola nada. Por eso un día decidió abrir las puertas y el cortijo se le llenó de vagos y maleantes, es decir, desterrados, esclavos, fugitivos y demás gente de mal vivir que hicieron prosperar mucho a la ciudad pero que se tenían que jugar a los dados cada noche quiénes iban a morder las almohadas y quiénes iban a soplar las nucas. Eso desde un punto de vista demográfico era insostenible, necesitaban mujeres y estaban dispuestos a conseguirlas, a cualquier precio.

La primera idea que tuvieron fue genial, crearían la mujer a partir de la costilla de uno de ellos, en concreto del más lento que fue el que se dejó atrapar para el experimento, pero la cosa no funcionó y al décimo intento desistieron porque por pura selección natural el resto ya corría como gamos. Después probaron a ducharse y a ponerse calzones limpios para ir a ligar a los pueblos de los vecinos, unas pocas pedradas después descubrieron que era tan difícil como ir a ligar a un pueblo del Toledo profundo siendo forastero, unos terminaron ahogados en el pilón, otros invitando a copas y la mayoría murieron descalabrados en mitad de los viñedos. Como todavía faltaba mucho tiempo para la invención de la tele no se les ocurrió realizar el concurso Romano busca esposa, pero si que se les ocurrió una estratagema que no podía fallar.

Cuando llegó la festividad del dios de origen etrusco Consus, encargado de proteger las cosechas de cereales, montaron unos juegos en Roma para celebrarlo. Invitaron a pasar el día en familia a sus vecinos, unos de los cuales eran los Sabinos, famosos por la belleza de sus mujeres de abundantes pechos. ¿Leyenda urbana?, pues no, sabemos que no es un mito porque se han hecho pruebas genéticas que han refutado que Sabina Salerno desciende de ellos. Cuando todos estaban cocidos como piojos ejecutaron su astuto plan, raptaron a las Sabinas y salieron corriendo. Sabinos y sabinas reaccionaron de forma muy distinta. Las sabinas se acojonaron mucho al principio, sobre todo porque no se fiaban de las intenciones de esa panda de facinerosos que eran los romanos, hasta que se dieron cuenta de que tantos años de morder almohadas y soplar nucas les había transformado en una pandilla de gatitos mimosos a los que podían mangonear a su antojo. Los sabinos al principio estaban encantados, podían quedar con los amigos para tomarse unas cervezas sin preocuparse de cómo y a qué hora volvían a casa, iban hechos unos adanes sin que nadie se lo reprochara disfrutando de su soltería.

Hasta que empezaron a tener picores en el bajo vientre y comenzaron a sacar los dados y las almohadas, entonces se dieron cuenta de que los habían timado y trataron de recuperar el terreno. Se enfrascaron en una guerra sin vencedor durante la cual las sabinas comenzaron a tener hijos romanos, eso cabreó mucho más a los sabinos que decidieron acudir también a las malas artes. Su rey Tito Lacio, el monarca que nunca usó champú con acondicionador para lavarse el pelo, sobornó a una tal Tarpeya prometiéndole oro y joyas para que durante la noche les abriese las puertas de la ciudad, y así lo hizo, pero en lugar de joyas la tiraron desde una roca abriéndole la cabeza. Y es que los traidores nunca leen los libros de leyendas. En esas estaban, en una feroz batalla en la que no iba a quedar ni el Tito ni el Tato, cuando las mujeres sabinas se interpusieron para forzar un acuerdo entre sus padres y hermanos por un lado y sus maridos e hijos por el otro. De esa manera se impuso la paz, por el bien común, de forma que sabinos y romanos firmaron una alianza y desde entonces fueron un mismo pueblo. Yo no me lo creo, el bien común no le importa a nadie, mi suposición es que los romanos la tenían más grande y eso sí que es una razón de peso.

domingo, 2 de octubre de 2011

Gordo sí, pero con dignidad

Ser gordo no está reñido con tener dignidad, de hecho nada está reñido en si mismo con tener dignidad, especialmente si tienes dinero, porque el dinero es a la dignidad lo que la belleza a Belén Esteban, la inteligencia a Ana Rosa Quintana o la imparcialidad a Pedro J. Ramírez, un simulacro, un dime de lo que presumes y te diré desde cuál ventana te puedes tirar sin que a mí me importe.

Sin embargo, el gordo está sometido a situaciones de estrés desconocidas para el común de los humanos, empezando por las más evidentes, como por ejemplo la sudoración masiva en el momento más inoportuno que termina habitualmente con el ya conocido “entonces de follar ni hablamos”. Son también momentos clásicos el estallido de una cremallera o el vuelo de un botón sometido a excesiva tensión e incapaz de contener nuestra exuberante naturaleza, dejándonos con el culo al aire, estoy seguro de que esas cosas no sólo me han pasado a mí. Del tema de ir de compras se podría escribir un libro, lo mismo en el supermercado viendo como la gente reprueba o aprueba con ligeros movimientos de cabeza según eches en el carro un sobre de doscientos gramos de chicharrones fritos o un paquete de queso de burgos light, que en unos grandes almacenes en los que deambulas por los pasillos de las tallas especiales, eufemismo que significa sacos de patatas con orificios de inserción para cabeza y extremidades, mirando de reojo al género mientras que avezados vendedores ávidos de una presa sacan a afilar sus arpones.

La verdad es que yo de estas cosas de gordos puedo dar clases magistrales, me las sé todas y he pasado por casi todo, bueno, por casi todo menos un quirófano, que mis lorzas a mí no me las toca nadie y menos a oscuras, ni hablar. Y tampoco es que esté tan gordo, especialmente si me comparo con las ballenas, los hipopótamos y los elefantes africanos, a su lado soy una sílfide, una vergüenza para la teoría de cuanto más masa mejor se pasa. Más difícil es resistir la comparación con los leones marinos u otarinos, seres a los que por cierto admiro y envidio, principalmente por su inteligencia, ya que son capaces de sacarse una carrera, de hacerse su MIR e incluso llegar a jefe de área de un hospital de mala muerte, como el otarino que me operó a mí de la nariz, ejemplo de donosura y carnes blandas. Sin embargo el depredador natural del gordo no es el otarino, qué va, es el endocrino, ese manantial de sabiduría que es capaz de decirte sin inmutarse ni que se le caiga la cara de vergüenza que la panceta engorda.

Porque es de poca vergüenza atraer a tus presas con falsas promesas que no puedes cumplir. Si alguien piensa que el endocrino le va a decir que deje de comer ajo en la cena y conseguirá sin más su peso ideal que se olvide del tema, el mundo no funciona así. Salvo casos muy raros que a mí me suenan a ciencia ficción, lo normal es que te digan que tu cuerpo consume más calorías de las que puede quemar, el resto a la buchaca y si eres como yo, un mecherillo diésel, lo único que puedes hacer es llorar amargamente y joderte ante la injusticia del mundo, pero no es para tanto, otros nacen en Somalia y matarían por ser como tú. Sin embargo, a raíz de esto se crea un circo que vive a tu costa, te matan de hambre de manera inmisericorde pero te mandan a hacer analíticas para asegurarse de que no te mueras del todo, te recetan pastillas con complementos vitamínicos y te obligan a comer pescado, sí, todos los días, como si Adán y Eva se hubieran conocido en una cita a ciegas en el restaurante japonés Mochitsuki Yakitemato.

Pero lo último, la gota que colma el vaso, ha venido de la experiencia de un compañero de trabajo. El pobre, además de pasar por un endocrino, va a ir un paso más allá, va a acudir a un nutricionista, pero después de ir a unas charlas con otros gordos desconocidos, yo flipo. Y no es que me lo tome a coña, los trastornos de la alimentación son algo muy serio y de ello he hablado largo y tendido en el blog, pero porque te sobren unos kilos y te infles a comer risketos no puede ser motivo para que te manden a hacer terapia de grupo, ¿estamos gilipollas? Es que me lo imagino y se me abren las carnes. A mí, lo que me pediría el cuerpo si me encontrase en una situación así, sería sacar del zurrón un bocadillo de palmo y medio de chorizo de Pamplona, elevarlo al aire en actitud torera y decir con voz queda un “va por ustedes” y comérmelo entre vivas y mueras de dos dentelladas. Con un par. Porque lo que no me veo es diciendo eso de “Hola, me llamo Juanjo_ML y me gustan las magdalenas”, para que el grupo me coree “Hola Juanjo_ML, ¿las redondas o las valencianas?” Joder, las valencianas siempre, pero ese no es el tema.

El tema es que no sé por qué motivo lo empezamos a sacar todo de quicio, imagino que copiamos comportamientos y formas de actuar que vienen de otros lares, sitios en los que se comen las hamburguesas de cuatro en cuatro. Y el problema es ese, que comemos de pena, una puta mierda, cada vez peor y no hace falta escuchar a los demás gordos para entenderlo, es en casa donde nos deberían haber enseñado a comer sano. Desde luego que se tiene que ayudar al que lo necesita, pero no podemos hacer de la excepción regla y sobre todo, lo que a mí me parece lo más importante, en lo que deberíamos todos trabajar es en aprender a aceptarnos. Ser gordo es una putada pero no una tragedia, algunos lo somos y no lo podemos evitar y ya es bastante jodido estar siempre controlando para no petar el corazón como para ver estas gilipolleces y ser motivo continuo de escarnio.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Una broma macabra


La vida está llena de tópicos y todos caemos en ellos.

Es fácil, sobre todo cuando hablamos en primera persona de cosas que le suceden a terceros, sobre todo cuando esos terceros nos importan un pimiento, qué curioso, nuestro amor a la humanidad se termina en el último ser humano al que conocemos y aún así, a veces no llegamos tan lejos.

Todos decimos que la vida es una mierda a pesar de ser lo único que tenemos, dos tópicos encadenados que no por serlo dejan de ser ciertos. Hablamos de la injusticia como si el mal, el dolor o la pena pudieran hacerle justicia a alguien, tal vez sí o tal vez no, si no creo en Dios cómo puedo pretender jugar a serlo. Sin embargo debe haber una escala que ligue el valor de la justicia y el merecimiento, una escala que debe ser logarítmica y que se dedica a castigar con más saña a los más buenos.

V es una persona buena, sin más, hace tiempo que lo conozco y rara vez le he visto un detalle que no me haya gustado, eso, teniendo en cuenta que yo puedo llegar a ser bastante capullo y susceptible, dice mucho de su persona. Él vive y deja vivir, seguramente porque la vida ya fue un regalo cuando nació pesando menos de un kilo hace treinta y cuatro años. Hoy en día casos peores salen adelante sin problemas, entonces fue un milagro que sobreviviera.

Pero no fue sin pagar un peaje, le quedaron secuelas que no le dejaron llevar una vida normal, si pensamos que una vida normal es una vida como la tuya o como la mía. Creció siendo un niño especial, enfermizo y débil, con unos órganos que no maduraron lo suficiente, especialmente los riñones, que siempre fueron del tamaño de un niño pequeño. Nunca le escuché quejarse por ello, al contrario, siempre le vi dándolo todo para ser uno más, dejándose la espalda currando como el que más, llegando a casa dolorido y tumbándose hasta conseguir recobrar el aliento.

Un día sus riñones infantiles dijeron que ya no podían seguir su ritmo y comenzó a ir a diálisis, tres veces a la semana, una condena en vida que sufre mucha más gente de la que pensamos y lo hacen de manera estoica, sabiendo que se lo juegan todo enganchados a ese potro de tortura, porque, precisamente, ir a dializarse no es como ir de paseo. Pero tuvo suerte y a los pocos meses le trasplantaron un riñón que por fin le cambiaría la vida y con el que conseguiría comenzar de nuevo. Y así parecía que iba a ser, a pesar de que tuvieron que operarlo un par de veces más porque estuvo a punto de perderle por falta de riego.

Sin embargo la vida es perra e injusta, como ya decía al principio de este texto, hace un par de meses en unas radiografías de rutina para preparar una nueva operación, la que ya iba a ser definitiva, le encontraron unas manchas en el pulmón, unas manchas que no parecían importantes, que pasaron de parecer una infección a un principio de tuberculosis y que tras múltiples pruebas han resultado ser un linfoma. Un asesino en potencia silencioso y cabrón que en solo unos días se está extendiendo sin parar por su cuerpo.

Dicen los médicos que, aunque raro, es algo que le puede pasar en una persona trasplantada, a mí me recuerda a la historia del caballo de troya, qué mierda de caballo, qué mierda de broma macabra. También dicen que queda esperanza para su curación, aunque sea a base de quimioterapia y a renunciar a su riñón nuevo. Lo escucho y me quiero agarrar a esa esperanza, pero le miro y le veo cansado y débil, asustado... ¡cómo para no estarlo! Pero sé que va a pelear con todas sus fuerzas, porque no queda más remedio.

Hoy me siento triste y lleno de impotencia, muy torpe, incapaz de encontrar palabras que sirvan de consuelo a su hermana y que parezcan creíbles, conteniendo las lágrimas delante de la tarta de cumpleaños de mi hijo, que en menos de una hora cumple cuatro años y que no entiende por qué no ha venido su tío y su abuela a traerle un regalo, incapaz de terminar el post que celebra el segundo aniversario de este blog, haciéndome preguntas que sé que no tienen respuesta en mi vacío interno.

V es mi cuñado y le quiero.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Experiencias turcas (IV) Boquerones y desastres aéreos



Que los turcos, o al menos el turco que nos servía de conductor e intérprete, son gente de verdad sentida, lo comprendí el viernes por la tarde en el que regresábamos de la central de Dogankent, para pasar el fin de semana, a Trabzon, la antigua Trapezus o Trebisonda, ciudad pintoresca a las orillas de Mar Negro con pasado griego y bizantino.


Recuerdo que aquella tarde caían chuzos de punta y el viaje, aunque corto, no era moco de pavo. Ese día, sin explicación alguna, nos llevaron por el camino de las montañas, en lugar del habitual bajando por el valle y siguiendo la costa, unas montañas imponentes de cuatro mil metros de altura a orillas del mar. Mas que lluvia, aquello era una especie de agua nieve que según se ascendía se convertía en una señora nevada que cubría el bosque de nieve, tanto que si te dejabas llevar por la imaginación aquello eran los Alpes y Trabzon un cantón suizo. Pero conducir por aquellas carreteras, a la manera que conducen los turcos, daba mucho miedo y disfrutar del paisaje con el esfínter contraído no es igual de placentero. ¿Por qué aquel hombre se jugaba su pellejo y el nuestro? Pues porque había decidido buscar a un mecánico que arregló su coche hacía 20 años además de dar cobijo a su familia los días que allí se quedaron tirados. Lo curioso es que nunca más había vuelto a saber de él pero estaba decidido a encontrarlo.


Cuando por fin llegamos al pueblo que era nuestro destino intermedio, el taller no existía y la casa del mecánico había desaparecido en un incendio, una persona normal hubiera desistido pero Dogan, nuestro chófer, no. Preguntó a montones de personas hasta que consiguió una pista que nos llevó a dar con el mecánico y su esposa, que para sorpresa nuestra se habían realojado en una casa que podríamos llamar simplemente chabola. Sí, allí nos encontramos dos venerables ancianos de la Turquía profunda viviendo en unas condiciones de hace doscientos años, las hacía fiestas un perro cojo que jugaba junto a unos coches desvencijados por las inclemencias del tiempo y por los años. La tristeza que me produjeron a simple vista es difícil de expresar, pero duró poco viendo las imágenes del reencuentro de los fugaces viejos amigos, fue como la letra del tango, 20 años no fueron nada para ellos, ni para nosotros, porque tras presentarnos y contarlos nuestra historia fuimos convenientemente estrujados y achuchados.

Como era muy tarde y nos quedaba mucha ruta por delante, no nos entretuvimos mucho y pudimos seguir nuestro viaje con la promesa de volver a comer con ellos en nuestro camino de regreso a la central. Y así lo hicimos, el domingo a medio día estábamos allí de nuevo. Una lumbre, ya casi hecha ascuas, acompañaba a un barreño lleno de boquerones, muy típicos en el mar Negro, ese sería nuestro plato principal, hechos a la parrilla, acompañados por agua de un manantial y una ensalada de tomates del huerto. Nunca, pero nunca jamás, volveré a comer tantos boquerones como aquel día, es costumbre por aquellas tierras que el anfitrión coma lo justo y ceda la mayor parte de la comida al invitado que Alá ha guiado hasta su mesa, de la misma manera es de muy mala educación no acabar con toda la comida que a uno se le ofrece, por lo que los boquerones se multiplicaban en nuestros platos como si viviésemos un “revival” (1) del milagro de los panes y los peces.

Admito que los boquerones estaban deliciosos, pero debieron estar como una semana nadando por mis entrañas en forma de horribles y continuos retortijones, bueno, a mi compañera le fue peor y tuvo tal gastroenteritis que se pasó una semana en cama dejándose la vida por los desagües.

Tras el ágape, nos contaron que cerca de allí se había estrellado el desdichadamente famoso Yak42 que transportaba militares españoles de Afganistán a España. El mecánico, amablemente, se ofreció a llevarnos al lugar de la tragedia, bueno, más que amablemente con mucho sentimiento, ya que la mayoría de los turcos tienen una imagen muy cercana y querida del ejército. Y aunque en un principio nos negamos a ir, y menos en su todoterreno que debía estar fabricado en la época del imperio otomano, al final accedimos siempre y cuando pagásemos nosotros el combustible, que no era cuestión de que el hombre se dejase allí sus escasas liras, bastante esfuerzo ya habría sido comprar los boquerones. Me hizo mucha gracia que su mujer se metiese en la chabola para salir equipada de una escopeta, que debió vivir sus mejores momentos en las guerras de Ataturk, por si se nos cruzaba algún bicho por la montaña y de paso nos traíamos la cena. Allí estaba, en la parte trasera de un jeep antidiluviano, cerca de las montañas de Caúcaso, con unos desconocidos que no hablaban mi idioma y con una escopeta en las manos.

A paso de tortuga fuimos ascendiendo hasta la cima de las montañas por un camino nevado mientras que disfrutábamos de unas vistas impresionantes, al cabo de una hora el vehículo se paro y saltamos por el portón trasero. A pocos metros un pequeño monumento memorial recordaba a las victimas, según nos contaron estaba situado justo en el lugar en el que se estrelló el morro del avión. Me acerqué hasta allí y no pude dejar de emocionarme al ver escritos en la piedra los nombres de tantos compatriotas que fueron a morir de una forma tan lamentable en aquel rinconcito del mundo en el que no se les había perdido nada. Lo más triste fue comprobar que realmente tuvieron muy mala suerte porque la cima de la montaña estaba a unos escasos cincuenta metros. Hasta allí pasee para ver el mar que hubiese supuesto su salvación en el otro lado, por el camino pude ver pequeños restos del fuselaje del avión, todavía esparcidos, no sé por qué recogí uno y lo metí en mi mochila, ahora es un triste recuerdo macabro.


Son cosas de la vida, tan caprichosa, que nos lleva a vivir situaciones inesperadas, que nos coloca en sitios en los que jamás hubiéramos pensado en estar, que te regala días así de inolvidables y en los que encima te pagan dietas por hacer tu trabajo.

(1) Comillas patrocinadas por Anijol, que siempre brilla y da esplendor.