domingo, 31 de julio de 2011

Pánico a una muerte ridícula


Electrocutarse al cambiar una bombilla.
Suicidarse sin mirar la Primitiva.
Ahogarse en la piscina de un barco.
Desnucarse en la bañera fornicando.

Eso cantaban los Def Con Dos hace ya unos añitos, tantos que un servidor era un universitario con la cabeza en las nubes y el pelo largo. Admito que yo a la muerte la respeto mucho, sobre todo porque las mujeres vestidas de negro que portan un arma a mí no me ponen nada, bueno, quitando a Catwoman y su látigo, pero solo porque la gata está macicísima y mis hormonas van a lo suyo y no respetan nada. Sinceramente, creo que morirse debe ser algo molesto, aunque voy a aclarar que no hablo por propia experiencia cual vulgar tertuliano, debe ser una de esas cosas que acarrean un montón de inconvenientes y, afortunadamente, alguna ventaja, que sí, como dejar de soportar a tu suegra, claro, que no hay por qué llegar tan lejos, siempre puedes tener la suerte de que sea ella la que dé el primer paso, aunque solo sea por educación y por dar ejemplo.

El otro día, en una charla de café, salió el tema de la muerte de la pobre Amy Winehouse, a mí personalmente me tocan la narices esos comentarios del tipo “si es que se veía venir”, y ya sabéis lo peligroso que es tocarme a mí las narices (literalmente, como le gusta a mi querida Anijol), si fuera porque se veía venir entonces Roberto Iniesta debería llevar ya veinte años muerto, y yo lo veo en plena forma. Lo que no puede ser tampoco, es que digas que Amy Winehouse ha muerto y alguien te conteste “¿en serio?, no me lo puedo creer”, coño, ni tanto ni tan calvo, son cosas que pasan, es como si te dicen que han encontrado a la cantante de La Oreja de Van Gogh muerta (la de ahora no, la otra, la del brazo gordo) atragantada con un trozo mal masticado de chuletón de buey y contestas que no te lo puedes creer, ¡coño!, esas cosas se ven venir, y si yo fuera ella comería la carne picada, por si acaso.

Las personas, cuando hablas de cómo les gustaría morir, te responden siempre que haciendo cosas que dan buen rollo, craso error. A mí me gustaría morir haciendo el amor, por ejemplo, esta es una de las formas menos útiles, porque quedarse a medias en un polvo es una putada aunque sea el último y definitivo, además, si la muerte te pilla follando y, además, no es un polvo de pago, estás cortando de raíz la posibilidad de repetir en el futuro, lo cual es un drama si eres de los que les cuesta un riñón pillar cacho. Otros quieren morirse mientras que están durmiendo, bueno, en ese caso por lo menos que sea durante la siesta y que te pille con el estómago lleno, porque morirse en ayunas debe ser muy triste, y perderse el desayuno es una crueldad innecesaria, solo hay que ver lo que fastidia un día no desayunar para hacerse unos análisis, vamos, es que ya no remontas el vuelo hasta el desayuno del día siguiente, de ello deduzco que un muerto que no ha desayunado no tiene que tener muy buena cara, el pobre.

Yo, si me tengo que morir, preferiría que fuese de otra manera, por ejemplo, el día en que tu pareja te va a dejar y en el momento justo en el que pronuncia la puñetera frase “no eres tú, soy yo”, en ese preciso te mueres y santas pascuas, te ahorras un año escuchando boleros y dando el coñazo a los amigos y ahí le dejas el regalo de tu cuerpo presente para que se joda, con suerte hasta puede terminar en un juicio el asunto y en unos años de cárcel por homicidio imprudente. Pero eso no es nada comparado con morir fulminado por un rayo justo cuando Ratzinger Z te da la comunión en plena jornada mundial de la casta juventud, eso sí que es morirte en modo EPIC WIN, ahí le has arruinado la beatificación por los siglos de los siglos, amén, y además cuando llegas al cielo te espera San Pedro en persona con las llaves de un chalé de lujo en la zona más exclusiva del paraíso, justo al lado de San Mamerto de Viena y Santa Dominga de Tropea, un lujazo.

En fin, no deja de ser una forma como otra cualquiera de irse al patio de los callados, pero las hay peores, las llamadas ridículas y que tanto miedo añadido y absurdo proporcionan al puñetero momento, vamos, como si nos fuésemos a quedar para ver la repetición de la jugada. Ejemplos de esas muertes podría ser el momento en el que Mariano Rajoy, presidente electo, bota en el balcón de Génova, que se desprende y cae al vacío, una muerte ridícula, claro, que siempre podría ser peor si nos ponemos en el lugar del feliz pepero al que en ese momento de caos se le cae Esperanza encima dejándolo tieso mientras que ella gasta su quinta vida adelantando de paso varias casillas más a la presidencia del gobierno, eso es morirte en modo EPIC FAIL. Lo mismo que si al buenazo de Llamazares le atropella en un paso de cebra un vehículo blindado del Banco Espíritu Santo, lo mismo que si al incombustible Rubalcaba se le atraviesa un huesecillo de faisán en la garganta y cae fulminado, muertes terribles, todas, muertes imaginarias que nos harían a las malas personas como yo descojonarnos un buen rato.

miércoles, 27 de julio de 2011

Los alaridos de la conciencia


Estoy enfadado, muchísimo, diría que indignado, pero voy a dejar la palabrita en paz porque de tanto usarla se está desgastando. Una de las cosas buenas de estar de baja es que uno tiene tiempo libre para leer la prensa, ese castigo que, por desgracia, más que disfrutar sufrimos, y aunque no es de lo que quiero hablar si que aprovecho para expresar mi estupor ante las barbaridades que se pueden escribir en los diarios. De la televisión no hablo porque ellos ya juegan en otra categoría. No es una cuestión de posicionamiento político, eso me parece hasta sano, es una cuestión de que no existe ni un miserable periódico en el que se diferencie con objetividad la información y la opinión, es que se la suda, han decidido cada uno hacerse su tortilla de patatas y es casi imposible diferenciar qué es en cada una cebolla, patata y huevo. Podría decir que es una tragedia, pero tampoco lo es, porque en este país la prensa la deben leer cuatro gatos contados, la tragedia es esta última que casi nadie lee, que casi nadie se preocupa de nada, que casi nadie se moja.

Soy de una generación que tuvo la suerte de criarse en una época mucho más comprometida, en la que nuestros padres sabían de qué dictadura se salía y ver un futuro por construir les llenaba de ilusión que tal vez hoy se ha cambiado por desengaño, pero de alguna manera eso nos lo supieron transmitir, nos hicieron pensar, definieron en nosotros unas ideologías, nos hicieron más responsables. Yo mi ideología la tengo clarísima, como sabéis soy defensor de lo público a muerte, por lo menos para las cosas fundamentales como la sanidad y la educación, eso es innegociable, y no solo por justicia social, que también, sino porque pienso que son pilares necesarios para sacarle el máximo potencial a un país, sin igualdad de oportunidades, y ya sé que es un eufemismo, nos iríamos al carajo.

Hubo un tiempo en el que vivía con la ilusión de que existía un estado que velaba por mí, y no porque alguna vez haya esperado que ese estado me resolviera la vida, eso ya traté de hacerlo yo solo dejándome los cuernos estudiando, subvencionado por alguna beca y sobre todo por los sacrificios de mis padres, no soy tan iluso. Sin embargo, si que esperaba que ese estado tuviera más en cuenta el bien de la mayoría que el bien de unos pocos, que destinaría sus recursos a proteger a los más desfavorecidos y a los más necesitados, pero no, vivo en un país en el que se protege al que más tiene, al avaricioso, a los que por pura codicia nos han llevado a la ruina, a los que han empobrecido a toda una generación jugando con fuego y que ahora necesitan ser rescatados. Estoy hasta los mismísimos huevos del doble rasero, de los miles de millones de todos que salen como por arte de magia para ayudar a los más ladrones, que no sentarán sus orondos culos en la celda de una prisión.

Se me retuercen las tripas viendo a los especuladores atizale a un país, que en el fondo somos nosotros, para sacarle hasta el tuétano a base de intereses, de la manera más ficticia posible, porque esto me recuerda a los demonios de Caja Madrid obligándome a tener un préstamo personal además del hipotecario al dudar de mi solvencia, claro, es lo más lógico, si dudas de que te puedo dar un préstamo ponme dos y quédate más tranquilo. Hijos de puta. Y en esas estamos, como el oso que baila en la feria lleno de grilletes, sodomizados pero sonrientes, porque los que gobiernan tengo claro que no se sientan en ningún parlamento. Pero lo que más me jode, es ver para qué hay dinero, hay dinero para los bancos que quiebran y para las guerras que huelen a petroleo, miles de millones de euros sin parpadear, pero no hay dinero para el que no puede pagar seis meses de una hipoteca, ¿obra social?, ¡los cojones!, hay tres mil y pico de millones de beneficios del Santander, y trescientos cuarenta y ocho del banco mundial para ayudar al cuerno de África, es de vergüenza, me gustaría ser creyente para pensar que el que manda un avión a bombardear Trípoli en lugar de mandar otro lleno de alimentos a Somalia va a arder en el infierno.

Nunca pensé que escribiría algo tan amargo, tan descorazonado, pero he perdido la fe en el sistema y me siento desnudo y abandonado. Pero no resignado, creo en la gente, en que cada uno podemos poner nuestro granito de arena para que las cosas mejoren, que no solo vale protestar y no hacer nada. No hay más que levantar la cabeza y observar la multitud de personas que sí quieren hacer algo por los demás, la cantidad de gente que se juega el pellejo para denunciar las injusticias, para que no falte un medicamento allí donde más se necesita, o una ración de comida a un niño que por la tele da mucha pena pero del que en dos segundos nos olvidamos. Antes nunca hacía una donación o me hacía socio de una ONG porque pensaba que esa era una obligación del estómago sin fondo que recauda mis impuestos, pero me he dado cuenta de que no, el 0,7% es una utopía y un engañabobos y me siento con obligación de hacer un poquito más por mi cuenta. No porque sea una buenísima persona, que va, es simplemente que no soporto más los alaridos de mi conciencia.

lunes, 25 de julio de 2011

Cómo conquisté el oeste (II)


Tras un merecido descanso y víctima del jet lag me dirigí a la fábrica a la que intentábamos timar con nuestros robots aquella misma mañana. Aunque ya me habían avisado, y no me cogió por sorpresa, lo primero que me llamó la atención fue su obsesión por la seguridad, algo absolutamente incompatible con contratarnos, porque la única seguridad que proporcionaba mi empresa era la del trabajo mal hecho y la de los numerosos impagos. De hecho, no habían pasado muchos meses desde que me llevaron al hospital de Alcalá porque un robot más rápido que yo me había dado un estacazo en plena mandíbula. Total, que tras las presentaciones con mis clientes y comprobar indiferente sus caras de escepticismo sobre mis cualidades para sacarlos del atolladero en el que se habían metido, justo las mismas que yo tenía, me llevaron a hacer el preceptivo curso de seguridad.

¡Las dos horas que pasé allí fueron inenarrables! Imaginaos una sala de proyecciones vacía equipada con una tele y un reproductor de VHS, me sientan en la primera fila y me dicen que me van a poner un video de dos horas de duración en el que me van a explicar cómo salir de allí vivito y coleando. Estaba pensando yo en un video de la NASA cuando de repente aparece delante de la cámara un señor gordo como un cachalote y de aspecto desaseado que se presenta como responsable de seguridad de la fábrica, nada de puesta en escena, qué va, el señor con una pared de fondo y ya está. Comienza a hablar con esa retranca texana que aburre a las ovejas y que no se entiende una mierda, diez minutos, veinte, media hora, sin pausas, todo en un primer plano continuo estremecedor, sin pausas ni descansos. Yo me quería morir mientras que pensaba qué narices hacía allí un chaval de Alcorcón, del barrio del otro lado de la vía para más señas, hasta que comenzó la parte divertida. Más o menos a los tres cuartos de hora, grandes cercos de sudor aparecieron en sus axilas, al poco comenzó a resoplar al hablar, a cambiar el peso de una pierna a otra y a estirar y encoger las manos, mientras la cámara grabándolo sin darle descanso, yo me retorcía de la risa en la silla. Así se tiró otra hora más, con dos cojones, en un monólogo del absurdo que ni el mejor Ozores en sus más gloriosos años.

Era acojonante la obsesión por la seguridad, admito que aquí tenemos mucho que aprender de ese tema, pero ni tanto ni tan calvo. Tras ver la película de Benny Hill y hacer un pequeño test, presenté mi seguro obligatorio por valor de un millón de dólares (nunca jamás la carne de alcorconita valió tanto) y firmé un papel por el que me comprometía a seguir las reglas de seguridad, a no beber alcohol y a no participar en apuestas, ¡menudos sosainas! con lo divertido que hubiera sido hacer una porra Dallas Cowboys – New England Patriots, además te lo dejaban bien claro, no habría segundas oportunidades, si me pillaban delinquiendo me ponían en el avión de vuelta sin pensarlo. A continuación, pasaron revista a mis equipos de protección individual compuestos por chaleco, botas, casco y unas horribles gafas de seguridad dignas del mismísimo Steve Urkel, joder si serían feas que el inspector al verlas comenzó a reírse y me dijo en un español mexicano “son muy feas, primo”, sí, eran muy feas, pero no daba el presupuesto para más en la empresa patera.

Con mi portátil a cuestas por fin pude llegar a la zona donde estábamos perpetrando nuestro último crimen. La instalación era chula, pero que aquello no iba a funcionar lo sabía hasta el Tato, salvo que el Tato no debía ser texano. Allí al lado estaba mi despacho, porque eran tan eficientes que me habían habilitado un despacho con teléfono y conexión a internet, de la de verdad, casi se me caen las lágrimas cuando vi descargarse los megas a la misma velocidad que en España se descargaban los kb, por supuesto desde el primer momento pensé que allí me iba a poner las botas pirateando cedés, porque entonces la gente no tenía ni ipods ni ipums, y doy fe de que me lucré con éxito distribuyendo cierto disco de Shakira, cuando Shakira era morena y aún le quedaba un poquito de dignidad, desde luego si me hubiera consultado su discográfica en ese momento sobre sus posibilidades de éxito en los estates las canciones esas de loba, perra y zorra se habrían adelantado por los menos seis o siete años.

El despacho era un lujo asiático, desde allí programaba el cerebro de la bestia y recibía las visitas diarias de mis dos interlocutores con el cliente, Mr. “Cover Your Ass” Owen, el hombre que todo lo escribía y registraba, y Mr. Lechón Peterson, responsable de informática y unas de las personas más empanadas que he conocido, siempre me pregunté cómo tal lechón tenía ese puesto, hasta que descubrí que su padre era dueño de una petrolera local y le tenía allí enchufado. Era tan lechón que gracias a él resolví el asunto de las gafas feas, me explico. Como había pasado muy poco tiempo desde lo del 11S, todo el mundo estaba en pleno proceso de demostrar que era un poco más americano que el vecino, banderas por aquí, banderas por allá, hasta había un modelo de gafas de seguridad llamado patriot rojo, azul y blanco, la verdad es que eran muy chulas. Pues un buen día el bueno de Bill vino a verme y dejó sus gafas en mi mesa, yo me las puse y cuando terminamos de hablar, el bueno de él me preguntó si las había visto, ¿qué gafas?, contesté pensando que se lo tomaría a broma, unas como las que llevas puestas, me las debo haber dejado en otro lado... Sin comentarios.

En aquel despacho también conocí al cachalote protagonista del video de seguridad, que se pasaba regularmente para ver si cumplía las normas, que incluían programar en el despacho con gafas y casco, ¡la madre que los parió!, por mucho que insistí en que no se me iba a caer la lámpara en la cabeza no estaba autorizado a quitármelos dentro del recinto de la fábrica, ni para ir al baño... Además de eso, el cachalote se encargaba de ver si acudíamos a nuestro refugio en los simulacros de tornado, que eran semanales. Alguno pensará en un refugio subterráneo lleno de latas de sardinas por si había que sobrevivir esperando un rescate, pues no, nuestro refugio era el servicio de caballeros que estaba especialmente reforzado. Era el horror, si aquello en el mejor de los casos olía a choto, y todo el mundo se puede imaginar cual era el peor de los casos, os podéis imaginar con cuarenta tíos dentro, casi daban ganas de que el tornado fuera de verdad y nos llevase con él lejos, muy lejos.










sábado, 23 de julio de 2011

Las orejas al lobo


Este es un post que no sé cómo escribir ni qué tono darle, porque no me apetece contar un melodrama y muchísimo menos que suene a coña marinera como he hecho otras veces, porque se trata justamente de eso, de que la vida no es una broma por mucho que yo me empeñe en no tomármela en serio. Y joder si va en serio, la puedes ignorar, puedes mirar hacia otro lado y hacerte el tonto, pero la verdad es que no cuela porque tarde o temprano las vas a pagar todas juntas, y en ese momento solo se puede rezar para que la hostia no sea tan grande como para que no tengas otra oportunidad para pensártelo.

Admito que llevo algo de tiempo que no me cuido lo que debería, y es por decirlo finamente, porque la verdad es que no me cuido una mierda, con lo listo que soy para otras cosas mucho menos importantes y lo gilipollas que soy para mi mismo, soy capaz de diseñar el sistema de control del maldito Canal de Panamá y después no sé atarme ni los zapatos... Y pensé que con la edad maduraría, pero no es así, lo único que maduran en mí son los problemas y los achaques que acarrean los años. Vale, soy joven, pero tengo todas las papeletas en la rifa para que me dé un chungo, casi cuarenta, trabajo con estrés, sedentarismo, obesidad, triglicéridos altos y ahora parece que hipertensión. De cine, ¿y qué hago?, nada, ni el huevo, soy así de payaso.

El sábado pasé por una de las peores experiencias de mi vida, seguramente por la peor, una de las arterias que van por dentro de mis fosas nasales decidió demostrar de lo que era capaz y reventó. Vamos, lo que se dice una hemorragia de puta madre, no había manera de contener la sangre y voy a ahorrar detalles escatológicos porque no vienen a cuento; lo único que sé es que tuve mucha suerte de tener un hospital cerca, porque si me pilla en un avión, volando al otro lado del charco, como me estaba pensando hacer en contra de la opinión de mi otorrino, igual no lo cuento. Prefiero no pensarlo. ¿Por qué me ha pasado?, pues nadie sabe decirlo, complicaciones de la operación de la nariz, el calor o una subida de tensión que reventó por ahí, puede ser, porque cuando llegué al hospital tenía la tensión tan disparada que me tuvieron que poner una de esas pastillitas que se ponen debajo de la lengua para evitar imagino que un infarto.

No es una broma, no, espero olvidar pronto el sabor de la sangre, el dolor inhumano del taponamiento sin anestesia y los días ingresado en los que tomar un trago de agua era un triunfo, a fin de cuentas eso es pasado y solo tengo que cruzar los dedos para que no se repita, aunque no puedo evitar la sensación de vivir con una bomba dentro que en cualquier momento puede estallar. Pero las cosas no pasan por casualidad, la mala suerte existe pero para otras cosas, ayer mi médico dio en el clavo cuando le dije que tenía miedo de que volviese a pasar, “miedo deberías tener de estar así”, me respondió, y es la verdad, existen formas más sencillas de suicidarse y seguramente mucho más elegantes, la mía es un puto asco.

Estos días en el hospital me ha dado por pensar y, ¡oh milagro!, he sacado ciertas conclusiones. Que soy imbécil ya lo sabía, pero he ido un paso más allá y tengo que admitir que lo que soy es un estúpido, y un egoísta de paso. Imbécil porque me complico la vida por cosas que no lo merecen, y además dejo que me afecten tanto como para caer en ese estado de ansiedad en el que sólo pienso en comer. Quien haya pasado por ello me entiende, a los demás me gustaría saber explicárselo. Estúpido porque lo hago sabiendo las consecuencias, porque ya me conozco y paso, porque mi metabolismo es tan lento que podría alimentarme de rayos de sol durante años, y lo sé y lo ignoro, hasta que mi cuerpo me avisa de que algo va muy mal, llámese apnea del sueño, triglicéridos o hipertensión. Entonces me porto bien unas semanas y se me pasa, y vuelvo a cambiar de prioridades y ya le he cagado.

Pero sobre todo me quedo en lo de egoísta, porque no tengo derecho a hacerlo, porque no soy una seta que nací de unas esporas, porque increíblemente hay gente que me quiere y que me lo está demostrando, sobre todo los que con rabia me abroncan sin misericordia porque les importa más tenerme a su lado que ser cariñosos o caer simpáticos. Pero sobre todo soy egoísta con mi hijo, la única persona que de verdad me necesita, no solo me juego mi vida, me estoy jugando la suya, estoy poniendo en riesgo que crezca escuchando los consejos de un padre que lo quiere, que le enseñe todas esas cosas que yo he aprendido del mío y que son el único testigo a pasar para dejar constancia de nuestra presencia en el mundo. Porque me dolería horrores no envejecer a su lado, que llegara a pensar que su padre era imbécil y que no supo estar a su lado, no quiero que me pueda echar de menos.

Y no me lo quito de la cabeza y creo que es la única medicina que necesito para tomarme este aviso en serio.

viernes, 15 de julio de 2011

Quiero una máquina del tiempo (post que no es de verdad ni de mentira)

A veces me encantaría tener una máquina del tiempo, aunque solo fuese para poder volver ir hacia atrás. A lo mejor a alguien le gustaría tener la misma máquina para atajar el futuro, pero yo eso ni me lo planteo porque el futuro, seguramente, es la cosa más divertida que me va a suceder los próximos años, no tengo prisa, vamos a dejarle llegar poco a poco. En mi máquina del tiempo sin retrovisores tendríamos que echar varios contenedores para guardar el arrepentimiento, unos botes de cubre arañazos y una bombona del tamaño del ego de una soprano del elixir de la experiencia, porque eso es clave, si pudiera retroceder sería para tratar de evitar muchas de las meteduras de pata, fruto del desconocimiento, que han hecho de mí el cacho de carne con ojos que acompaña a estas manos inquietas.

Espero que casi todo el mundo que haya leído el primer párrafo no esté de acuerdo con él, haría del mundo un lugar mejor. Normalmente la gente a la que miro a los ojos parece contenta de ser quien es, gente que tiene pinta de conocer hasta la última baldosa del camino que ha recorrido y, sorprendentemente, da la impresión de que la mayoría de ellas estaban bien pegadas, a mí me parece increíble pero tienen pinta de ir tan en serio... Yo no puedo jugar a eso, ni de coña, si miro hacia atrás solo veo la prueba aquella del humor amarillo en la que los pobres japos corren como pollos sin cabeza para acabar “desmorrados”(*) en el agua tras rebotar varias veces contra las piedras, eso sí, sonriendo, porque hay que llevar hasta las últimas consecuencias el lema “jodidos pero contentos”. A lo mejor a eso juega la mayoría de la gente y yo no les entiendo.

Yo quiero una máquina del tiempo que me lleve a la casilla de salida lleno de conocimiento, que me regale segundas oportunidades, que me ayude a distinguir lo malo de lo bueno, que cambie el álgebra y el cálculo por domingos en el parque y veranos en la playa, que me regale síes por noes y viceversa, que me aleje de este punto muerto en el que veo como las curvas de la vida y la experiencia se mueven hacia el punto en el que se han de encontrar, que me lleve de esa encrucijada en la que me encuentro, acojonado por el paso del tiempo, enfadado por tener ahora lo que no necesito mientras que antes moría de sed abrasado por el sol reflejado en las arenas del desierto. Quiero una máquina del tiempo que me regale lluvia, que me limpie por fuera pero sobre todo por dentro, que me cambie sin que yo me dé cuenta, que se lleve las dudas y las contradicciones, que me haga más feliz sin la necesidad de saberlo.

Porque es duro ponerse delante de un espejo, sobre todo si es en pelota picada, y decirse uno a la cara que es un capullo integral capaz de ser auto engullido por su propia bocaza o por el agujero negro de su cerebro, es bastante más jodido aún pensar que la propia vida es un cúmulo de equivocaciones y terminar medio loco sumido en la incertidumbre y en el arrepentimiento. Da mucho miedo, da mucho vértigo. Aclaro que no es que yo tenga ese concepto de mi existencia, al menos no completamente, pero quien ya me conoce sabe que lo de tomar la parte por el todo es deporte olímpico en el cerebro de Juanjo, si ya era así cuando lucía leonina melena que se puede esperar ahora que veo en el horizonte la crisis de los cuarenta mientras le canto canciones de amor a lo que queda de mi cabello.

Por eso este es un post de verdad y mentira y por eso, y por mucho más, me sobran los motivos para querer una máquina del tiempo, porque quiero vivir una vida de ciencia ficción que no me obligue a apechugar con el camino recorrido hasta ahora, que no me deje vivir con la falsa sensación de que a partir de este momento sí que sabré cuales serán las elecciones claves que allanarán mi camino, las mismas decisiones que ya he ido tomando desde que me creí en la posesión de algo extraordinario y más escaso que el agua en la luna llamado juicio.

(*) comillas con el patrocinio de Anijol que limpia y da esplendor

miércoles, 13 de julio de 2011

Tenemos chica nueva en la oficina

Últimamente corría un chascarrillo entre los ingenieros de mi planta referido al equilibrio de empleados de ambos sexos, una tontería que a mí me hace gracia, según alguno somos el departamento nabal, con be, sí, no hace falta que diga más. No es que el mundo de la ingeniería esté vetado a las mujeres, ni mucho menos, no hay más que ver al equipo de los campos de girasoles, lleno de chicas (inmejorables como diría Ruíz Mateos). Por si acaso me lee alguna, ejem, añadiré que son majísimas, simpatiquísimas, guapísimas y sobre todo estupendas profesionales y unas amigas que te cagas, que lo mismo te hacen el mejor bizcocho del mundo cuando estás enfermo, que te llevan a comer en grupo con la excusa de que ya eres una más de ellas, aunque esto ya no tengo tan claro que sea bueno, me recuerda a aquello del abrazo del koala, no sé, igual son cosas mías, se agradecería cierto feedback para corroborarlo.

El caso, es que he de admitir que alrededor mío empezaba a vivirse un cierto ambiente carcelario, pero del chungo, casi de pedir un cubículo para el vis a vis, además de comenzar a percibirse cierto hedor a chotuno resabiado, porque los hombres, y esto es una verdad universal, cuando los dejas solos tienden hacia su estado natural de dejadez y escasez de afeitado. Es muy triste admitirlo pero somos así, salvo los que ya estamos casados que derivamos a otras cosas que no se pueden confesar, ni siquiera bajo el paraguas de un blog y el anonimato. Y no solo es algo físico, sino que también es una cuestión de modales, nos dejas solos y el lenguaje se vuelve soez, las conversaciones derivan siempre hacia el fútbol y las mujeres, algo por lo que no comprendo el fracaso del fútbol femenino, y si te pica un huevo te lo arrascas, sin más, lo cual, ahora que lo pienso, no es del todo malo.

Imagino que a ninguna de mis lectoras les gustaría trabajar sus cuarenta y pico horitas semanales rodeada de tal fauna salvaje y desaseada, pues imaginaos que os toca hacer una beca con veinte años, tierna como un donuts envasado al vacío, sin más experiencia de la vida que la que da el tuenti. Imaginaos que además eres guapa de la muerte, alta y estilosa, llamando más la atención en el módulo de internamiento nabal que la duquesa de alba en un desfile de supermodelos, ¿acojona, verdad? Pues a una pobre chica le ha pasado y de paso me ha dado la oportunidad de volver a comprobar lo rastreros que somos los seres humanos que entre las piernas llevamos un colgajo. Porque somos lo peor del mundo, independientemente de la edad, jodidos cerebros de mosquito gobernados por un par de neuronas hormonadas que tienden a la gilipollez a cambio de una sonrisa que no puede ser más que de compasión o de asco disimulado.

Pues sí, tenemos chica nueva en la oficina y es un cañón, aunque puede ser que se pinte más de la cuenta (esto por supuesto no lo ha dicho un hombre), además se sienta cerca de mí, demasiado cerca de mí, añado. Es la puta revolución, en dos días he recibido más visitas en mi sitio que en los últimos dos años, gente que en muchos casos casi ni conocía, para preguntarme las cosas más absurdas con los ojos estrábicos, y habéis pensado que uno fijo en mí y otro en ella, pues no, uno fijo en su escote y el otro en sus piernas, y oliendo a colonia, sí, a colonia, ¡será posible!, ya es caer bajo, alguno con camisa y hasta alguno con corbata, me parto. Y no es solo eso, en el café me piden referencias y hasta me felicitan por la suerte de mi ubicación, ¡la madre que los parió!, diez millones de euros en folios sin taladrar, el futuro de la humanidad en mis manos y se creen que me paso ocho horas babeando. Hasta me llegan correos en plan “¿has visto a la nueva”, “¿a que está buena la nueva?”, “¿sabes dónde se sienta la nueva?”, excelentes atletas estos últimos porque en menos de cero coma segundos aparecen en mi sitio con cualquier excusa estúpida como teletransportados.

Y ella, ¿qué hace ella?, esa es la cuestión. Pues ni levanta la vista de la mesa, es más, ahora que lo pienso empiezo a tener ciertas dudas de si en dos días se ha levantado para ir al baño. Yo la noto tensa, como a los ratoncillos que sueltan en el terrario de las serpientes, deseando tener el poder de la invisibilidad, levantando un poquillo la vista de cuando en cuando, para bajarla de inmediato porque en cuanto la levanta se ven cabezas girar en todas las direcciones. Si sigue en esa actitud estoy seguro de que antes de que termine la semana el de la corbata le mirará a los ojos para decirle eso de “me gustas cuando callas porque estás como ausente” y si lo hace juro por Odín que no tendré más remedio que matarlo. Porque ya he pasado por esto antes y es un horror, sobre todo como lleguen a tomarse confianzas, todo el puto día tendré a un paliza moñigueando, y no se puede consentir, a la segunda visita sin sentido les pienso pinchar las pelotas con un palo.

Es triste que alguien, aunque sea exagerando y con humor, tenga que escribir esto en los tiempos que corren, debe ser verdad que es muy duro ser mujer, incluso si eres monísima de la muerte, y debe ser verdad que soy una de ellas si comprobarlo me da bastante grima y un poco de asco.

viernes, 8 de julio de 2011

Tanto gilipollas y tan pocas balas


Ya lo dijo Ford Fairlane, tanto gilipollas y tan pocas balas, frase mítica de una película mítica e injustamente tratada porque sí, aunque no me pega nada me parto de risa viendo las aventuras de Ford Fairlane, lo admito. Además, la frase de marras me viene hoy que ni pintada, habrá quien piense que es vulgar y un poco soez, lejos de ese humor de morro fino que tanto gusta en este blog, ¿es así?, pues todavía estoy a tiempo de arreglarlo. Imaginemos que en su lugar escuchamos la frase “¡Vaya, vaya! Tantas armas en la ciudad y tan pocos cerebros” de los labios de Humphrey Bogart interpretando a Philip Marlowe en “El sueño eterno”. En el fondo quiere decir exactamente lo mismo y nuestro lado gafapasta habrá triunfado.
 
¿A qué viene esta introducción? Pues como confirmación de que el mundo es un lugar maravilloso, tanto que en él puede habitar cualquier tipo de descerebrado e incluso ganarse la vida con más o menos dignidad, a veces menos, a veces brilla por su ausencia. No tengo que explicar a estas alturas que mi falta de autoestima no me deja despegar más allá del rol de puto gusano, sin embargo, en días como hoy uno se siente una rock and roll star y es culpa de la naturaleza, que será muy sabia pero que comete errores de becario. La muy cachonda es capaz de unir en la misma persona el coeficiente intelectual de Bobby Fischer y la inteligencia emocional de Calamardo. Ya lo dijo el Sr. Lobo “que seas una persona no significa que tengas personalidad”, que tengas una carrera tampoco, añado yo como corolario.
 
Hoy he recibo un correo en plan drama queen de uno de nuestros ingenieros megacualificados diciendo que el suministrador americano de los folios no los ha enviado con agujeros y que ahora no se pueden meter en las carpetas. Uno se pregunta, ¿para qué cojones me escribe éste?, ¿para que le mande un taladro?, ¡nenaza! La primera tentación es mandarle a la mierda, sin más, pero el uso indiscriminado del tuiter agudiza el cerebro, tal vez el ingenio, habría que demostrarlo. Y pienso que es mejor escribir a su jefe diciéndole que busque los agujeros en el packing list, porque oye, a lo mejor se han perdido en el barco, y lo hago, y me descojono, y luego pienso en que me habré pasado, y me da un poco de cosa, hasta que pienso de nuevo en la situación y me hostilizo y soy Harry el sucio esperando una llamada que busca bronca... “anda, alégrame el día”.
 
Pero nadie me toma en serio, no lo entiendo, y solo me piden educadamente que me deje de bromas y solucione el problema de los taladros. Y escribo la Biblia de cómo hacer un taladro en un folio, gustándome, orgulloso de ser útil a la humanidad, sentando cátedra, que para eso nada más que repetí curso dos años. Solo pongo una condición, el vendedor de los folios y las carpetas debe dar el visto bueno a la operación, porque si algo aprendí de mis experiencias tejanas en la empresa patera fueron estas tres letras CYA, pronunciadas “siuaiei” que significan Cover Your Ass, es decir, cúbrete el culo en castellano. Es ese tipo de sabiduría popular que no tiene fronteras, aunque muchos piensan que es algo muy nuestro, que por ahí fuera de la piel de toro todos son nobles y gallardos. Mentira podrida, el mal no tiene fronteras, es algo que se aprende viajando.
 
Todo el mundo involucrado piensa que es una gran idea poner la responsabilidad en el suministrador, a ver si por alguna razón la vamos a cagar y perdemos la garantía de los folios, y es una pasta en folios, tantos folios como para pagarle el sueldo a Cristiano Ronaldo. Pero el suministrador que se las sabe todas se revuelve como una culebra y nos devuelve el golpe bajo enviando como respuesta un libro escaneado en el que se explica cómo hacer agujeros, asépticamente, sin mojarse, sin comprometerse... No puedo más, nos hemos gastado diez putos millones de euros en folios sin taladros y nos mandan un libro escaneado de cuando mi padre vestía en pantalón corto para solucionarlo, ¡ole sus huevos! Noto como empieza a hervirme la sangre, como la fiera que vive dentro de mí se desata y comienza a lanzar rayos por los dedos, como poseída, dejando claro a esos canallas la parte del cuerpo por la que se pueden meter el libro y los folios. Escribiendo tales barbaridades que después de dar al botón de enviar el correo me ha entrado pánico y he salido corriendo de la oficina como si me persiguiese el diablo.
 
Admito que tengo miedo, se me ha ido la pinza y estoy esperando que mañana me partan la cara, con razón. Ahora mismo pagaría para que solo se me apareciera Lauren Bacall y me dijese eso de “no me gustan sus modales”, aunque desafortunadamente no podría ponerme chulo como Bogart y contestar “a mí tampoco los suyos y no he pedido esta entrevista, a mi tampoco me gustan mis modales, me hacen llorar las noches de invierno y me importa tanto que le moleste como que se tome la sopa con tenedor”. Sería maravilloso, ese era un hombre y no el que suscribe, que por no ser ni es satánico ni de Carabanchel, aunque debería. Porque mañana me voy a tener que bajar los calzones hasta las rodillas, la única duda que tengo es si los tobillos me los voy a tener que agarrar con una o con dos manos.