jueves, 3 de octubre de 2013

Plataformas y terremotos

Estos días leo los periódicos y la veo, miro los noticieros y ahí esta, aguantando el batir de las olas, los terremotos e incluso las cagadas de las gaviotas. Y no me lo creo.

Tampoco me creo que esa plataforma en el mar forme ya parte de mi vida, de casi tres años de mi vida, que en ella haya algo de mí, de lo mejor de mí, de mis conocimientos, de todo ese sudor, lágrimas y sinsabores que resumen el trabajo de ingeniero. Me imagino todavía subido a ella, mirando fijamente al mar, abrumado por la responsabilidad pero orgulloso de estar haciendo algo bueno y necesario.

Antes de seguir que quede claro que yo hablo como técnico, que a mí cuando trabajo y diseño el dinero me preocupa lo justo, porque tengo clarísimo que lo principal es que las cosas cumplan con su función de una manera segura y que una vez conseguido eso tenemos un fabuloso departamento de compras que se encarga de que el proyecto entre en el presupuesto. Siempre hay un tira y afloja entre lo que uno piensa que es necesario y lo que dice la normativa o un contrato, y como hablamos de mucho dinero cada elemento que se decide instalar se debe justificar, incluyendo todos los sistemas de seguridad. Nosotros, los ingenieros, tratamos de seguir lo que llamamos buenas prácticas de ingeniería, que en muchas ocasiones van más allá de la normativa y nos llevamos grandes berrinches para que se compre ese elemento que consideramos tan necesario.

Pero en esta ocasión no fue así, esta vez no se ha escatimado nada en seguridad, es más, se ha ido siempre más allá para garantizar que no habría problemas, no hace falta que nadie me lo cuente, muchos los he comprado yo mismo y he comprobado que todo funcionaba correctamente en campo. Y, de repente, la tierra se pone a temblar y todo se va al garete, no me lo creo, de la misma manera que no me puedo creer que haya habido mala fe o que alguien haya escondido un mal informe geotécnico, sinceramente creo que nadie sabe qué está pasando y que nos quedan semanas de escuchar a sesudos genios y políticos echándose mierda los unos a los otros y sacando conclusiones de ingeniero de obra acabada, mis queridos colegas saben de qué estoy hablando.

Inyectar gas en un yacimiento de petróleo agotado no es un invento nuevo. En España existe otra plataforma que hace lo mismo y nada ha pasado y nadie se ha quejado. Tampoco tiene nada que ver con el famoso fracking, aquí no se inyecta nada para extraer gas, aquí se toma gas de la red y se guarda en el yacimiento, que no es una caverna hueca, como la mayoría debe pensar, es una roca porosa, parecida a una esponja, en cuyos intersticios queda acumulado el gas inyectado, unos huecos que en sus momentos ocupó el crudo y que soportaron la presión sin problemas. Que los cambios de tensión en la roca provocarían pequeños seísmos era algo con lo que se contaba, que algo más está pasando está claro, que nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que pasa, pues seguro. ¿Que qué haría yo si fuese vecino de la zona? Pues irme a dar golpes a una cacerola en la plaza del ayuntamiento para que parasen el proyecto de inmediato.

Lo increíble es leer todas las cosas absurdas que estoy leyendo y escuchando, algunas divertidas por lo estúpidas, como por ejemplo que están haciendo pruebas de vaya usted a saber qué los americanos. Esto es lo que es, un almacenamiento de gas natural, y punto profundo, esa fuente de energía que consumimos en casa para hacer la comida y calentar el agua con la que nos bañamos y llenamos los radiadores con los que nos calentamos, de las centrales eléctricas con turbinas de gas y de su uso industrial ya ni hablamos. Un gas que tenemos que importar de fuera, a no ser que queramos todos el fracking de repente, y no, seguro que ninguno lo queremos. Además, curiosamente, el gas que importamos viene de países conflictivos que no garantizan el suministro de una forma fiable, por tanto no parece mala idea guardar ese gas y, mierda, ese gas tiene la manía de ocupar mucho volumen cuando no está licuado. Si piensas en todo esto, tener un poquito de gas por si algo pasa en mitad del invierno no parece tan descabellado.

Por eso me revienta que cualquiera clame en contra del almacenamiento cuando vive en un país del primer mundo que derrocha energía y que seguro que no quiere hacer el esfuerzo de cambiar radicalmente sus hábitos de vida para no tener que jugársela con la naturaleza que, además, es bastante hija de puta cuando le tocas las narices como estamos comprobando. Porque ese es el debate de fondo, queremos agua caliente, calefacción y electricidad, queremos tener disponible toda la energía que necesitemos, mejor si es barata, y no queremos pagar el precio que eso conlleva. No queremos nucleares, ni almacenar gas, queremos energías limpias pero no queremos, o podemos, pagar el coste que eso conlleva si no lo subvencionamos, y tampoco nos gustan las subvenciones, claro.

Pues es lo que hay, estamos atrapados. Y claro que a la sombra de todo esto existen cabrones que sólo van a pillar cacho, pero hay algo más gordo de fondo, que nos debería hacer pensar que hay al otro lado del enchufe cada vez que cargamos el móvil y cada vez que bajamos un grado el aire acondicionado.

martes, 1 de octubre de 2013

Como una novela

Este mes, los componentes del Club de Lectura 2.0 hemos leído "Como una novela" de Daniel Pennac, un ensayo ligero que trata sobre la propia lectura. Yo soy un gran admirador de Pennac porque he disfrutado de unas horas muy entretenidas leyendo las novelas de la saga de la familia Malaussène, las cuales recomiendo con mi fervor habitual, y no le conocía esta faceta de ensayista.
 
"Como una novela", como ya he avanzado, habla de la lectura, de cómo empezamos a leer, de la obligación que imponemos a nuestros hijos de leer, de lo contraproducente que es, de los derechos de los lectores cuando enfrentan un libro, derechos que, curiosamente, cuando somos adultos nos parecen fundamentales pero que son pura ciencia ficción si pensamos en nuestras obligaciones lectoras de la adolescencia. El inicio del libro ya es toda una declaración de intenciones:
 
"El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo «amar»..., el verbo «soñar»... Claro que siempre se puede intentar. Adelante: «¡Ámame!» «¡Sueña!» «¡Lee!» «¡Lee! ¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas, caramba!» -¡Sube a tu cuarto y lee! ¿Resultado? Ninguno."
 
Leer es un fin en si mismo y no un medio. Nos exhorta a disfrutar de la lectura por el puro placer de leer y no por la búsqueda de un resultado, nos invita a leer en voz alta para dar vida a esas palabras, para animar una historia, un pensamiento, una idea, nos hace creer que leer es suficiente alimento para saciar nuestra necesidad de conocer, y sobre todo abunda en que hay que perder el miedo a la lectura, a no comprender lo que se lee, a dejar que el veneno de la lectura nos cale como lluvia fina, porque cuando estemos empapados no nos conformaremos con los sucedáneos que nos proporcionan medios como la televisión, que nos libran de esforzarnos pero que por eso mismo nos dejan un sentimiento hueco.
 
Pero siendo éste el tema principal del libro, Pennac toca muchos otros palos, y da algunos más, criticando una forma de enseñanza que se centra en buscar alumnos clónicos que repitan como un mantra lo que esperamos escuchar de ellos, criticando a una industria del libro que ha hecho de este un mero producto de consumo, en el que se juega con modas, temas y formatos, de manera que un libro se convierte en algo banal y efímero.
 
El libro termina enumerando los derechos de los lectores, algo que como he dicho parece más evidente según envejecemos, porque esa es otra reflexión de Pennac, que los libros tienen su momento en la vida, o incluso pueden no tenerlo jamás, porque los que envejecemos somos nosotros y no los libros.
 
En materia de lectura, nosotros, «lectores», nos permitimos todos los derechos, comenzando por aquellos que negamos a los jóvenes a los que pretendemos iniciar en la lectura:
  1. El derecho a no leer.
  2. El derecho a saltamos las páginas.
  3. El derecho a no terminar un libro.
  4. El derecho a releer.
  5. El derecho a leer cualquier cosa.
  6. El derecho al bovarismo.
  7. El derecho a leer en cualquier sitio.
  8. El derecho a hojear.
  9. El derecho a leer en voz alta.
  10. El derecho a callamos.
 
Y termino copiando el párrafo que más me ha gustado del libro, lleno de existencialismo:
 
"El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive en grupo porque es gregario, pero lee porque se sabe solo. Esta lectura es para él una compañía que no ocupa el lugar de ninguna otra pero que ninguna otra compañía podría sustituir. No le ofrece ninguna explicación definitiva sobre su destino pero teje una apretada red de connivencias que expresan la paradójica dicha de vivir a la vez que iluminan la absurdidad trágica de la vida. De manera que nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir."
 
Porque se puede vivir sin leer pero no se puede leer sin estar vivo, sin sentirse vivo.
 
Podréis encontrar otras reseñas aquí: DesgraciaítoCarmenLivia, Bich sigue sin blog y publicará en el propio blog del club, no os las perdáis.