sábado, 1 de marzo de 2014

La casa de la alegria


Este mes, en el Club de Lectura 2.0, hemos leído a propuesta mía “La casa de la alegría”, una novela escrita en 1905 por Edith Wharton. La verdad es que para ser el primer libro que se lee gracias a mí, y al Atleti (y de esto seguro que os habla Carmen, que ignora el alivio que tengo por tener que publicar un día antes del derbi) creo no haber defraudado las expectativas de sufrimiento que todos los miembros del club depositamos los unos en los otros. Explico antes de empezar que mi interés en Edith Wharton viene de un curso que hice en la universidad llamado “La edad de la inocencia: Cine y literatura”, curso que trataba de explicar el contexto histórico de la novela que daba el título al mismo y el enfoque que de la misma daba la maravillosa película de Martin Scorsese.

“La edad de la inocencia” me enamoró al instante, y por si alguien todavía no lo sabe el nick de Newland, que he ido arrastrando por la red desde entonces, es mi pequeño homenaje a su protagonista. En “La casa de la alegría” he encontrado muchos lugares comunes con “La edad de la inocencia”, como por ejemplo esa angustia vital debida a la extrema rigidez de una alta sociedad neoyorquina, a caballo entre los siglos XIX y XX, entregada a unas leyes sociales y económicas no escritas pero que ajusticiaban sin piedad al que trataba de salirse de ellas. También he encontrado en “La casa de la alegría” una crítica mordaz de una moralidad cuanto menos discutible, bañada de falsa piedad, ensombrecida por la ilegitimidad que se asocia a la libre expresión de los sentimientos.

Quien haya llegado hasta aquí pensará que mi reseña va a ser completamente elogiosa, y me duele escribir que no puede ser así, porque la verdad es que aún cuando la historia me ha interesado, y a pesar de ser Edith Wharton una escritora estupenda capaz de contar una historia con un estilo sencillo pero muy elegante, la novela llega a hastiar, y es que seguramente se podría haber contado lo mismo en la mitad de páginas para satisfacción de todos, menos de la escritora, que publicó su novela por entregas en la revista Scribner´s Magazine, de enero a noviembre, y seguramente cobraba en función del volumen del texto publicado.

Como en toda la obra de Edith Wharton, "La casa de la alegría" nos da un perfecto retrato de la alta sociedad neoyorquina de la época, algo que no debía resultarle muy difícil ya que formaba parte de la misma. Y la verdad es que no debía gustarle mucho, porque nos la muestra de una manera cruel, despojándola hasta de su misma humanidad debido al culto que profesaba a un único Dios llamado dinero. Para muestra la frase siguiente que es demoledora:

"En este ambiente de tórrido esplendor se movían seres tan ricamente tapizados como los muebles, seres sin metas definidas ni relaciones permanentes que vagaban en una lánguida marea de curiosidad, de restaurante a sala de concierto, de invernadero a sala de música y de "exposición de arte" a desfile de modelos de alta costura."

Tal vez de está crítica proviene el título de la novela, que está tomado del Eclesiastés 7:4 “El corazón de los sabios habita la casa del duelo, pero el de los locos habita la casa de la alegría” Me imagino que Edith Wharton nos quiere hacer ver que ese mundo no es más que una jaula dorada totalmente irreal en la que habita la locura. Y en esa casa, más prisionera que nadie, habita la protagonista de la novela, Lily Bart, una bellísima mujer de familia adinerada venida a menos, una huérfana que vive gracias al miserable apoyo de su tía. La protagonista a sus ya 30 años no ha podido vencer los escrúpulos para acceder a un matrimonio de conveniencia y se siente atraída por la moralidad y por los principios de un joven abogado llamado Selden que, seguramente, podría haber sido su tabla salvavidas, pero a la que no se quiere aferrar ya que él no puede proporcionarle el dinero que ella necesita para seguir siendo parte de un mundo que realmente ya no es el suyo. La importancia de todo esto se puede leer en este párrafo:

“El único modo de no pensar en el aire es tener el suficiente para respirar. Es muy cierto en un sentido, pero los pulmones no dejan de pensar en el aire, aunque uno no lo haga. Y lo mismo ocurre con la gente rica: tal vez no piense en el dinero, pero lo respira. ¡Trasládeles a otro elemento y les verá retorcerse y jadear!”

De esta manera, esta lucha interna se traduce en una serie de oportunidades perdidas que, de la misma manera que pasaba en “La edad de la inocencia”, son muy difíciles de entender para un lector de hoy en día. El único momento en el que podemos atisbar por qué lo suyo no puede ser posible es durante este diálogo en el que cada uno expone cuál es su idea del éxito:

“Selden -El éxito... ¿qué es el éxito?. Me interesa conocer su definición.
-¿Del éxito?- Lily titubeó-. Bueno, supongo que es obtener de la vida todo lo que se puede. Es una cualidad relativa, después de todo. ¿No coincide su idea con la mía?
-¿Mi idea? ¡En absoluto! -Se incorporó con súbita energía, apoyó los codos en las rodillas y detuvo la mirada en los plácidos campos. -Mi idea del éxito -dijo- es la libertad personal.
-¿Libertad? ¿De las preocupaciones?
-De todo... del dinero, de la pobreza, de la comodidad y la ansiedad, de todos los accidentes materiales. Mantener una especie de república del espíritu; a esto llamo yo éxito.”

Es justo aquí el punto en el que unos pensarán que Lily es una persona absurda, y en el que otros pensarán que sólo es un alma confundida y atormentada. Yo soy de los segundos. Porque fruto de esa confusión y del poco entendimiento que tiene de las reglas del mundo en el que vive, ella había puesto más confianza en el poder de la seducción que en el del dinero, y por eso empieza a cometer errores que, pese a no ser graves, la llevan a ser expulsada del paraíso a pesar de ser inocente y a ser tratada como una cualquiera cuando la realidad es que Edith Wharton jamás nos quita la idea de que estamos hablando de una virgen vestal de casi 30 años.

Y de ahí viene la última reflexión de la reseña, esa que habla del papel de la mujer en esa alta sociedad, que no deja de ser ornamental, alguien a quien exhibir como se exhibiría una bonita porcelana. Un género que debe aceptar con sumisión su papel a riesgo de ser cercenado de raíz y exterminado, porque no tiene muchas más alternativas aceptables, alternativas por las que va pasando Lily hasta llegar al final de la novela, que no os contaré aquí, pero que será debidamente debatido en nuestro querido Club de Lectura 2.0 .


Como siempre, encontraréis en sus blogs las reseñas de DesgraciaítoCarmenLivia Bichejo que seguro que este mes me van a dar para el pelo.