lunes, 1 de septiembre de 2014

Lugares donde se calma el dolor

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Este mes, los más valientes que nunca miembros del Club de Lectura 2.0, hemos leído “Lugares donde se calma el dolor” de César Antonio Molina, sí, habéis leído bien, ese señor que tuvo la osadía de ser ministro de cultura en un gobierno de Zapatero. Y caramba, vive Dios que a este hombre se le cae la cultura cuando a escribe de la misma manera que a Chaves se le caían bellotas cuando hablaba. Me imagino que antes y después de los consejos de ministros hablarían de las inclemencias del tiempo.

Lugares donde se calma el dolor” es un cuaderno de viajes que recorre ciudades, países y continentes, aportando la experiencia personal de Molina, de manera que, al mismo tiempo que nos describe lo que ve, nos cuenta la historia de los personajes que en algún momento allí habitaron, todo ello hilvanado por sus opiniones y por su visión del mundo. La editorial nos resume todo esto de la siguiente manera:

¿Existen lugares donde estamos libres del dolor, lugares donde no nos puede alcanzar la muerte? Acercarnos a ellos es entrar en contacto con espacios donde el tiempo se detiene a la manera de una especie de limbo a salvo de todo. Puntos de la tierra donde dialogamos con nuestro pasado y los viejos maestros. A lo largo de la historia de la literatura muchos escritores en sus obras han hablado de la fascinación y magia de estos enclaves, a veces de una manera secreta. El autor de este libro los rastrea de una forma original y apasionante. La búsqueda se inicia en una de las zonas más bellas y míticas del mundo, la colina de Posillipo (el lugar que calma el dolor), frente a la bahía de Nápoles, junto a Cumas, donde desembarcó el Eneas de Virgilio, y el Averno. Luego continúa a lo largo de varios continentes.”

He de confesar que, a pesar de que todo parecía a priori que iba a terminar en un desastre, he disfrutado mucho con la lectura del libro. Porque de primeras son 800 páginas que echan para atrás, porque yo soy un lector básicamente de novelas y no me suelo enganchar mucho a los demás géneros, porque Molina se empeña en exhibir tanto sus conocimientos que por momentos se pone insoportable y farragoso y sobre todo porque esa forma de escribir a base de abusar hasta el infinito de las frases cortas y el punto seguido, al principio me resultaba insoportable y no me permitía alcanzar un ritmo aceptable de lectura.

Pero ante todo esto, que ya a la mayoría habrá hecho desistir de pensar en leerse el libro, se eleva un monumento al humanismo que por momentos me ha emocionado. Porque Molina no ha podido estar más acertado al elegir el nombre de su libro, ya que consigue llevarnos a lugares en los que el tiempo se ha parado, en los que el dolor no existe, en los que no importa nada más que lo que allí sucedió, dando igual que juzguemos los acontecimientos con ojos antiguos o modernos, porque se nos presentan los lugares y personajes como si fueran atemporales, como si nos pertenecieran desde el mismo momento en el que nos interesamos por ellos y seguimos sus pasos, porque Virgilio, Visconti, Antonioni, Leopardi, Joyce, Pushkin, Anna Ajmátova, Marina Tsvetáyeva o Stefan Zweig, forman ya parte de las raíces del árbol que nos cobija a todos, porque su mundo forma parte del nuestro a pesar de que a muchos de ellos ni siquiera les conozcamos.

Y a estas conclusiones nos hace llegar, o por lo menos a mí, sin necesidad de contarnos una versión edulcorada de sus historias, porque es de alabar que, a pesar de sus innumerables circunloquios, sea capaz de transmitirnos todo lo que los lugares que visita significan para él, tanto en lo bueno como en lo malo. Porque es capaz de anonadarnos con la belleza del mundo para en el capítulo siguiente hacernos caer en la desazón y en el desánimo, que es tal vez la parte mejor del libro, cuando vemos la fragilidad de un Joyce, un Zweig o una Ajmátova. Quién lo diría. O cuando estando en la India nos hace la reflexión de que existen millones de personas allí que no saben para qué han nacido, y se te encoge de repente el corazón y te pesa dentro, como una piedra, el alma.

Como siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas de Desgraciaíto, Carmen, Paula y Bichejo, me temo que en algunos casos bastante diferentes de las mías. Pero así es el club, nadie dijo que pertenecer al mismo fuese un camino de rosas, ¿pero qué sería de las rosas sin las espinas?