domingo, 30 de noviembre de 2014

Fútbol, asco y rabia

Hoy no he podido ir al Calderón porque estoy enfermo y en mi lugar ha ido mi hijo lleno de emoción por poder pasar una mañana viendo jugar a su equipo con su tío y con su abuelo. Tiene sólo siete años y vive en un mundo en el que el odio todavía no tiene cabida, es feliz porque para él todo lo malo está todavía por descubrir y en su cabeza no hay sitio ni para la malicia ni para la crueldad. Podéis imaginar lo que he sentido cuando al encender la tele para ver el partido en casa me he enterado de la nueva hazaña de los malnacidos que se aprovechan del fútbol para dar rienda suelta a su violencia.

He sentido tristeza y también vergüenza simplemente de pensar que la masa enfurecida me relacione de cualquier manera con ellos. He sentido rabia al pensar que a pocos metros de esa gentuza estaba mi hijo esperando pasar una mañana divertida y que miles de personas le estarían incluyendo en sus insultos mientras que él, en su inocencia, estaría esperando ver la última genialidad de Arda Turan para poder contársela mañana a sus amigos en el recreo.

Después he pensado en ese hombre, casi de mi edad, con un hijo, como yo, que se dejaba la vida en la orilla del Manzanares, ¿por qué?, qué forma tan estúpida de morir, ¿qué le contarán algún día a ese niño que deja huérfano?, espero que una mentira piadosa hasta que tenga edad de asimilarlo que no de entenderlo. Porque quién puede entender que gente que no se conoce de nada, que tal vez nunca se haya cruzado una mirada, quede antes de un partido de fútbol para abrirse la cabeza. Es tan absurdo.

¿Cómo es posible que grupos radicales del Atleti y del Sporting por un lado y del Deportivo, el Rayo y el Alcorcón por el otro, queden para matarse en una fría mañana de invierno como si fuese algo natural? ¿Cómo nadie sabe nada de esto y hace algo por impedirlo?¿Cómo cojones se puede actuar con tanta impunidad cuando todo el mundo sabe lo que se cuece en cada casa desde hace tanto tiempo? Porque no es cosa de un día, es algo que se consiente haciendo la vista gorda y de lo que nos escandalizamos sólo cuando pasa algo.

Y que pase algo tarde o temprano sólo tiene que ver con la probabilidad si no se limitan los factores de riesgo. Pienso de verdad que esto poco tiene que ver con el fútbol en sí mismo, pero no me valen las excusas de que es algo inevitable y que se tratan de poner todos los medios porque es mentira. Casi todos los clubes, y el primero el Atleti, les dan cobijo y hasta presumen de ellos, por tanto es un problema del fútbol y ya vale de poner excusas señores Gil Marín y Cerezo.

Porque aunque no todos los días se mata a alguien, sí que es el pan nuestro de cada día la mala educación, los insultos, las agresiones, aunque sean verbales, y los malos modos. No es extraño que se coree desear la muerte a alguien, y si no defiendo la muerte ni para un asesino ni para un violador, menos se la deseo a un futbolista o un entrenador que solo hace su trabajo. No soporto el racismo, ni en la más mínima expresión, que llamen a alguien gitano por ser portugués, que se coree que El Retiro no es un parque de Ecuador, como si fuera una gracia cuando es vergonzoso, que se le llame mono a un jugador por ser negro. No soporto ver símbolos nazis en las gradas sin que nadie los retire, escuchar mofarse de Juanito, de Puerta y de Zabaleta como si no tuvieran una familia que les llora cada día, escuchar cantar el Cara al Sol y callar por miedo avergonzado.


No quiero seguir escuchando a los forofos que dicen que no pasa nada porque pasa en todos los sitios y mil excusas más que no me valen, porque a mí me duele lo mío, no quiero que se me juzgue como un impresentable más que calla, porque callar es ser cómplice y no me da la gana. Si por mí fuese, y aunque me duela, cerraba unos partidos el campo, para que aprendamos, para que echemos a esa panda de hijos de puta que utilizan la multitud como refugio de sus repugnantes actos, para que no demos cobijo a los violentos entre los que queremos ser normales, porque no quiero seguir sintiendo vergüenza ajena y propia, porque se puede hacer a poco que se intente, porque tienen nombre, cara y muchos, por desgracia, un número de abonado rojiblanco.

sábado, 1 de noviembre de 2014

El sentido de un final


Este mes, los muy intrépidos miembros del Club de Lectura 2.0, hemos leído “El sentido de un final”, de Julian Barnes a propuesta de Bichejo, que a su vez recogió el guante que tal vez le lanzó Saramaga, a la que aprovecho para saludar afectuosamente y a la que AGRADEZCO haber traído a nuestras vidas un libro de sólo doscientas páginas, con amor se lo digo, porque si lo bueno breve dos veces bueno, os podéis imaginar lo que se agradece la brevedad si el libro es “tan bueno” como éste.

Curiosamente, trasteando por las páginas que comentan libros, algo que suelo hacer para poder encontrar mi lugar en el mundo, me he encontrado numerosas reseñas que destacan la complejidad argumental del mismo, algo que me sorprende profundamente, porque aunque se trata de una novela con un potencial tremendo, a poco que hubiera estado bien desarrollada, el resultado final es menos profundo que los charcos que se forman en la pista de fútbol sala de un colegio. Y es que veo que en la mayoría ni siquiera aciertan con la intención del título, relacionándolo o con el propio protagonista o con lo que voy a llamar “el golpe de efecto”, lo que me hace pensar que muchos ínclitos blogueros (y no os deis ninguno de mis queridos lectores por aludidos) lo que se merecen es un buen golpe de remo.

Admito que la novela cuenta con un comienzo más que prometedor que, poco a poco, se va diluyendo en lo anodino hasta terminar provocando algo parecido al desinterés, a pesar de los fuegos de artificio con los que Julian Barnes trata de disfrazar sus miserias que no son otras que haber fiado el interés de la historia en algo que para nada cambia la vida de sus personajes, en algo que en el fondo da igual tanto a sus criaturas como a sus lectores, algo que en mi pueblo llamamos un camelo. Y lamento aquí no poder entrar en muchos detalles porque se trata de un libro que con poco que de él se cuente ya se destroza la trama, lo que dice mucho de por qué mi comentario del párrafo anterior, así que, como en otras muchas ocasiones, voy a recurrir a ese recurso tan socorrido que es copiar lo que nos dice el editor para tratar de vendernos la burra:

Tony Webster y su pandilla conocieron a Adrian en el instituto. Hambrientos de sexo y literatura, atravesaron juntos la adolescencia y se prometieron seguir siendo amigos para siempre. Pero cuando la vida de Adrian dio un vuelco trágico, todos, especialmente Tony, miraron hacia otro lado, se alejaron. Ahora Tony vive solo en un pacífico y próspero retiro, tras una vida opaca que poco tiene que ver con la que fantaseaba en su juventud. Y un día recibe una carta de un abogado: Sarah Ford, la madre de Veronica, su primera novia, le ha legado quinientas libras y un sobre con un manuscrito. Le entregan el dinero y una carta de Sarah, pero el manuscrito nunca llega. Y Tony averigua que son los diarios de Adrian, que ahora están en manos de Veronica y no piensa entregárselos. Y estos diarios son el oscuro, enigmático corazón de una novela espléndida, premiada con el prestigioso Man Boo­ker.”

¡Premio Man Booker! Te cagas.

Como ya he dicho, y lo repetiré hasta la extenuación, Julian Barnes, tras empezar a contar la historia de unos adolescentes que llegan a la juventud, y que funcionaba perfectamente y que tenía un potencial buenísimo, de repente decide terminar con ella para comenzar una peregrinación absurda por los cerros de Úbeda, haciéndose trampas al solitario porque nos intenta persuadir de que nos cuenta una historia que ni si quiera podía ser importante para su protagonista, una historia que no es más que un yogur caducado que, por casualidad, un día aparece en el fondo de la nevera porque una señora que una vez paso por casa lo puso allí sin que nosotros lo supiéramos. Es más, trata de convencernos de lo trascendentes que en la vida de Tony fueron unos hechos ante los que él, y cualquier ser humano adulto y en su sano juicio, ya habría pasado página. Por ejemplo, mucho más interesante me parece la relación del personaje protagonista con su ex-mujer, una relación de verdad importante en su vida y por la que pasa prácticamente de puntillas. En fin.

Aunque si habéis llegado a leer hasta aquí pensaréis que el libro del mes ha sido en vano, tampoco quiero que quede esa sensación porque no es cierta, bueno sí, es cierta salvo algunas cosas, que diría Caraplás. Porque la novela, al menos, puede abrir un buen debate referente a la realidad de nuestros recuerdos, a su veracidad, a cómo tendemos hacia la auto-justificación hasta el punto de moldear a nuestro gusto y conveniencia nuestro pasado sólo para hacernos sentir mejor, hasta el punto que, como el protagonista, es capaz de crearse un pasado hacho a la medida de sus remordimientos. Y éso sí que me interesa, y mucho, es una lástima que Julian Barnes no haya sido capaz de perseverar más en ese camino.


Como siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas de Desgraciaíto, Carmen, Livia y Bichejo, que me apuesto algo por una vez a que van en la misma línea que la mía. Y además, como gran novedad estrenamos podcast del club, sí, lo habéis leído bien, a partir de este mes podréis disfrutar de estas concienzudas reflexiones en dolby surround 5.1, porque los miembros del club somos así en el sufrimiento, uno para todos y todos para uno.